ERES UN DIOS AMIGO DE LA VIDA
La Palabra de Dios de este domingo tiene un
mensaje muy importante que no debemos olvidar: Dios es amigo de la vida. Dios quiere la vida, no la muerte o, como
dice la lectura del libro de la Sabiduría: Dios no hizo la muerte ni se
complace destruyendo a los vivos. Según su plan de amor su gloria es que el
hombre viva, y que viva feliz en amistad con Él.
Ni el dolor, ni la enfermedad, ni la muerte, forman parte del plan de Dios, sino que entraron por la desobediencia del pecado en el mundo y, desde entonces, nos dañan y nos hacen frágiles y limitados. Pero en el lenguaje de los cristianos no deberían existir esas palabras que tantas veces se oyen: ¿Por qué Dios me manda la muerte, me manda la enfermedad, me hace sufrir tanto? Es verdad que nos surgen preguntas ante los sufrimientos, pero nunca podemos pensar en un Dios sádico, que disfruta con el sufrimiento de sus hijos… ¿hay algún padre o madre buenos que lo haga?
¿Cómo sabemos que Dios no quiere nuestra muerte? Porque nos lo dice la Palabra de Dios y, sobre todo, porque nos lo ha demostrado con su Hijo Jesús. Una muestra clara de ello lo tenemos en el evangelio de hoy: Jesús empeñado en sanar, en devolver la salud, en resucitar. Si Dios fuese quien quiere la muerte, entonces su Hijo no se habría dedicado a devolver la salud a los enfermos, como a esta mujer desahuciado por los médicos y considerada impura desde el punto de vista religioso, ni a la muchacha gravemente enferma, hija de Jairo, jefe de la sinagoga.
Es un evangelio muy esperanzador, Jesucristo, que es Dios hecho hombre, se multiplica para dar vida, para vencer el sufrimiento y la muerte. Y no solo eso, sino que entregará su propia vida en la cruz, cargando con los dolores y las afrentas de todos para que la muerte no tenga ya poder definitivo sobre nosotros.
Y este es un punto clave: la hija de Jairo, después de
ser resucitada por Jesús, volvió a morir. Pero nosotros, después de la muerte y
la resurrección salvadoras de Jesús, estamos llamados a entrar en la eternidad,
en una vida que ya no terminará, en la que ni el dolor, ni la enfermedad ni la
muerte nos podrán dañar, como sí hacen en esta vida terrena. Esta es la
voluntad de Dios para con nosotros.
Pero para eso hay que estar cerca de Jesús, para poder tener salud y salvación. Las escenas de este evangelio subrayan mucho el contacto con Jesús. No podemos vivir sin el contacto; no nos basta con lo virtual, con la videollamada o el wasap. Necesitamos contactar, encontrarnos.
La mujer enferma busca a Jesús, necesita tocarlo, aunque solamente sea el borde de su manto, porque sabe que de él viene la sanación. Y en el caso de la otra curación, aunque Jesús podía sanar a distancia, solo con su Palabra, sin embargo, busca ir a la casa, entrar en ella, abrazar a la niña, imponerla sus manos sanadoras.
Por eso los sacramentos de la Iglesia son todos presenciales; cuando no nos queda más remedio podemos ver la misa en la tele, unirnos a un grupo de oración por internet o por la radio, pero la salvación cristiana nos llega por la presencia de Jesús, de sus signos en los sacramentos: en su pan y su vino, que son su Cuerpo y Sangre, en la imposición de las manos del sacerdote en la confesión que nos borra los pecados, etc.
Además de la presencia de Jesús, de su contacto en los sacramentos, es necesaria la fe. El evangelista subraya, en ambas curaciones, la fe tan profunda que ponen en Jesús. Contamos, gracias a Dios, con los sanitarios, con las vacunas, con adelantos médicos, pero no olvidemos que la oración hecha con fe es fuente de salud.
Y si tenemos que pasar por la enfermedad y el
sufrimiento físico, no pensemos que Dios es el castigador que está detrás de
ello. al contrario, creamos que el Dios de la vida está con nosotros,
fortaleciéndonos, aliviándonos, intentando que encontremos sentido a nuestra
vida. Y esperándonos está, más allá de la muerte de este cuerpo, con una vida
feliz, plena y eterna, mucho más de lo que podemos imaginar.
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