ESCUCHAD TODOS A MI HIJO AMADO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Estamos ya
en el segundo domingo de la Cuaresma; cada uno de estos cinco domingos tiene un
significado muy importante.
El primero
situaba a Jesús en el desierto. Allí como un hombre, igual a nosotros en todo
menos en el pecado, es tentado y vence las pruebas con la Palabra de Dios. Así
nos enseña que es posible luchar contra el pecado, que no hay que tirar la
toalla ni resignarse, porque la conversión, con la ayuda de Dios y su fuerza,
es posible. El primer domingo nos venía a decir: “¡Ánimo! Esta Cuaresma que
comienza puede ser un tiempo de verdadero cambio”.
En este
segundo domingo la escena es la Transfiguración; se trata de un adelanto de la
Pascua. Ya que la Cuaresma es una preparación intensa para la Pascua, en este
domingo se nos muestra que toda la lucha que hace Jesús contra el pecado y la
muerte tiene pleno sentido, ya que al final la victoria es de la verdad, de la
resurrección, de la vida.
Contemplamos
juntos esta escena. Ocurre en el monte Tabor, el único que se alza en la
llanura de Galilea. La montaña en la Biblia, como en otras tradiciones
religiosas, es un lugar especial de encuentro con Dios; por estar más cerca del
cielo, el hombre se siente allí más conectado con el Creador, más dispuesto a
escuchar. Jesús se lleva allí a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos más
cercanos, los que también, en la víspera de su pasión, le acompañarán en la
oración dolorosa del Getsemaní.
Se
transfigura, es decir, se cambia de figura. Y aparece ante ellos lleno de una
luz que no puede ser de este mundo. En realidad, está dejándoles ver lo que
está oculto bajo su humanidad: que es el Hijo de Dios, que es el Señor y
Salvador.
Con él
conversaban las dos grandes figuras del pueblo de Israel: Moisés, el defensor
de la alianza, y Elías, el defensor de la fe en Yahvé como único Dios, la
ley y la profecía. Ahora escuchan a Jesús que está en el centro, porque, aun
siendo grandes, no eran más que anunciadores del verdadero Mesías, los que
preparaban su tiempo.
Pedro, el
apóstol más impulsivo, el que será roca de la Iglesia, le pide a Jesús quedarse
allí, en ese éxtasis y gozo indescriptible que adelanta el cielo. Quisiera
hacer tres tiendas en el monte, evitar bajar de nuevo a la cruda y dura
realidad de la predicación itinerante con pocos éxitos, de las incomprensiones,
calumnias y persecuciones.
Pero no
puede ser, porque no se puede llegar a la Pascua sin pasar antes por la cruz,
no se puede llegar a la felicidad plena de la resurrección sino hay primero
muerte y donación, una entrega plena.
La primera
lectura, con la narración de la entrega que hace Abraham de su hijo Isaac nos
pone en la pista de esta idea: Abraham aparece como el creyente que lo entrega
todo a Dios, que se da a él por completo y le da todo: le dio su pasado, al
salir de su tierra y dejar atrás su historia, y le da su futuro, al entregarle
a su único hijo, al que había esperado tanto. Abraham se queda sin nada, sólo
con la fe firme, sólo con la confianza que pone en Dios. Ese es el significado
último de la prueba del sacrificio de Isaac.
Yahvé Dios
no quiere el sacrificio de la vida inocente del muchacho; la religión israelita
prohibía los sacrificios humanos que eran una práctica común en otros pueblos.
Lo que quiere es probar y purificar la fe de Abraham.
Y si
conectamos esta primera lectura con la segunda, san Pablo nos dice que aún
mayor que el sacrificio que hizo Abraham, es el sacrificio que ha hecho Dios
Padre entregando a su Hijo. Y lo ha hecho por amor a nosotros, para nuestra
salvación y vida. Por eso, como Pablo dice, si un Dios así está con nosotros,
tan lleno de amor por nosotros que no duda hasta en dar porque vivamos lo más
valioso, a su Hijo, ¿Quién estará contra nosotros?, ¿Qué miedo
podemos tener?
Sigamos
adelante en el camino cuaresmal hacia la Pascua de Cristo que es también la
nuestra. Recordemos que la cruz es el paso a la vida; y esto que se cumplió en
la vida de Jesús se cumple en la nuestra: los sufrimientos, las pruebas, las
muertes, nunca serán lo definitivo. Dios, que nos ama hasta entregar la vida de
su Hijo, tiene algo infinitamente mejor para nosotros.
Para el
resto del camino cuaresmal que nos queda, y para que este tiempo pueda ser de
verdadera renovación y crecimiento en la fe, la voz del Padre que se oyó desde
la nube, nos da el mejor consejo: Este es mi Hijo amado, escuchadlo”.
¿Cómo
estamos acogiendo la Palabra de Dios en esta Cuaresma? Como se nos ha
propuesto, ¿estamos encontrando algunos ratos en nuestra vida cotidiana para la
oración, para hacer silencio, para acoger y escuchar a Dios?
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