SE TRANSFIGURÓ DELANTE DE ELLOS
Este año el 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del
Señor, cae en domingo. Por ser la Transfiguración una solemnidad tiene
prevalencia sobre el domingo 18º del tiempo ordinario. Es por ello que las
lecturas y oraciones son de la Transfiguración y las vestiduras son blancas, de
fiesta.
La Transfiguración es un momento especial en la vida de Jesús
y en la de aquellos tres discípulos más cercanos que le acompañan al monte:
Pedro, Santiago y Juan. Después del primer anuncio de la Pasión, en que Jesús
les ha dicho que no va a Jerusalén a ser coronado rey, sino a padecer y dar la
vida, la duda se ha instalado en el corazón de los apóstoles. Ya no saben qué
pueden esperar de aquel proyecto… si habrá victoria final o un absoluto
fracaso.
Jesús se los lleva aparte a una montaña alta, el llamado
Monte Tabor. La montaña como espacio privilegiado para el asombro, para el
encuentro con Dios. Allí Jesús, al que hasta entonces solo podían ver como un
hombre maravilloso que realizaba signos admirables, cambia su figura y la otra
realidad de su persona, su ser de Dios, aparece ante ellos.
Su rostro resplandece como el sol y sus vestidos emanan una
luz que no es de este mundo. Moisés y Elías son los dos personajes más
importantes de la revelación anterior a Jesús. Representan la Ley y la Profecía,
todo el Antiguo Testamento que señala a Jesucristo y les dice: Mirad, este es
el que nosotros anunciamos, cuya venida preparamos en Israel.
Pero aún más sobrecogedora que la presencia de Moisés y Elías
es la voz de la nube luminosa del cielo, la voz del Padre que proclama “Este es
mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.
Jescucristo es el Hijo del hombre, el hombre, que ya había
visto en sus visiones Daniel que ante el trono del anciano tiene poder real y
dominio, al que se le entregan pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es
eterno y su reino no tendrá fin.
Así ha sido, así es y así será. Jesucristo es el mismo ayer,
hoy y siempre. El alfa y la omega, el principio y el final de la historia.
La reacción de los discípulos es la más lógica humanamente:
caen de bruces y llenos de espanto, sobrecogidos. Es muy difícil aceptar que
Dios ha estado viviendo con ellos en aquel maestro, que ha comido con ellos,
que les ha hablado, que les ha sonreído, que han compartido con él caminos y
aventuras…
Pero no hay otro camino para reconocer a Dios que aceptando a
su Hijo Jesús. Hoy estamos en tiempo de relativismo, que se nos cuela incluso a
los creyentes. Por eso decimos frases como “hay muchos modos de conocer a Dios”
o “cada uno se forma una idea de Dios y todas valen igual”.
Pero lo cierto es que Dios se nos ha querido manifestar
plenamente solo a través de su hijo Jesús, el Cristo. Jesús dijo “quien me ha visto
a mí ha visto al Padre”. No nos dijo “quien me ha visto a mí ha visto una de
las muchas manifestaciones posibles del Padre”. No podemos cambiar las palabras
de Jesús ni caer en confusiones de fe.
¿Quieres conocer a Dios? Conoce a Jesús, porque no hay otro
camino verdadero para acceder a Dios sin sombras o errores.
Esa podría ser una enseñanza importante para este día de la
Transfiguración. Que nuestra fe esté firme en Jesucristo y sólo en él. Como nos
dice el apóstol Pedro en la segunda lectura: “Hacéis muy bien en prestarle
atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte
el día y el lucero nazca en vuestros corazones”.
Jesús se acerca a los tres apóstoles llenos de miedo y les
toca diciéndoles “Levantaos, no temáis”. Nos lo dice a todos, cargados como
estamos, tantas veces, de miedos y de dudas. No temáis, estoy con vosotros y yo
tengo el dominio sobre todo, venzo al mal y a la muerte. Dad testimonio de mí.
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