YO SOY EL BUEN PASTOR Y LA PUERTA
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Seguimos dentro de la Cincuentena pascual: el Señor ha
resucitado venciendo el poder del pecado y de la muerte.
Este domingo cuarto es llamado el domingo del Buen Pastor. La
imagen del buen pastor, el que cuida de su rebaño hasta dar la vida por él, ya aparecía
en el Antiguo Testamento para hablar de Dios, que cuida de su pueblo, lo guía,
lo anima, lo alimenta y lo protege.
Es verdad que en estos tiempos, en que valoramos tanto la libertad individual y la autonomía, hablar de rebaños de ovejas guiados por un pastor nos puede sonar raro o quizás hasta mal. No queremos ser simples ovejas que caminan sin pensar, unas detrás de otras; queremos tomar nuestras propias decisiones y ser libres.
Eso es lo que queremos… pero, ¿realmente lo somos? Hay quien dice que, nunca como ahora, hemos sido tan espiados y dirigidos… eso sí, haciéndonos pensar
que somos libres.
El mercado dirige nuestros gustos y nos hace descubrir
necesidades que no tenemos cubiertas, la información que nos dan, aunque sea
mucha, está sesgada y bien orientada, el móvil nos reclama continuamente y, si
tenemos redes sociales, podemos estar pendientes de los gustos de los demás o
reclamar su aprecio y respuesta. Entonces, ¿somos libres o nos hacen sentir que
somos libres?
Cuando Jesús toma esa imagen bíblica del Buen Pastor y se la
aplica a sí mismo, y cuando habla de sus discípulos como las ovejas que le
siguen, esto no tiene carga peyorativa alguna. Porque este Pastor bueno, el mejor de
todos, no abusa de su rebaño ni lo maltrata ni lo engaña. Eso es lo que hacen,
dice Jesús, los falsos pastores, los ladrones y salteadores. Se trata de una
crítica durísima que Jesús dirige a las autoridades religiosas de Israel,
precisamente en el templo, que es donde pronuncia estas palabras.
Las características del Buen Pastor que es Jesucristo son estas:
Entra por la puerta y no salta por el muro: respeta a las
personas, no las violenta, apela a su libertad y las invita, “si quieres ven y
sígueme”, pero sin coacción, quiere discípulos que le sigan por amor y no por
miedo. Y el amor, para ser auténtico, necesita ser libre.
Es digno de confianza: por eso el guarda le abre y el rebaño,
al oír su voz, sale afuera. Podemos estar seguros de que nunca nos pedirá nada
malo, que nunca nos conducirá por sendas extraviadas, como sí hacen otros
falsos pastores.
Conoce por su nombre a sus ovejas y las llama así: no somos
bultos ni números para él, no somos la masa de la humanidad, sino que nos
conoce personalmente, con nuestras luces y nuestras sombras y nos ama así, tal
y como somos cada uno.
Camina delante de sus ovejas: no nos pide nada que él no haya
cumplido hasta el extremo, hasta dar la vida. Si nos manda servir él lava los
pies de sus discípulos, si nos manda perdonar a los enemigos, él muere en la
cruz perdonando…
En el evangelio de hoy Jesús habla de sí mismo con otra imagen, además de esta del Buen Pastor: la puerta.
La puerta de las ovejas, la verdadera puerta. Cuando tantos buscan sentido a sus vidas en espiritualidades extrañas, en el culto a su cuerpo y a su salud, en ideologías, Jesús dice: Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.
No es una puerta falsa, que no lleve a ningún sitio, ni es
una puerta que aprisione. Es la puerta que se abre para la Vida con mayúsculas,
ya ahora y en la eternidad. Dios tiene una puerta y esa es Jesucristo, su Hijo.
Seguir su evangelio y creer en él como salvador es cruzar la puerta que lleva a
la vida: he venido para que tengan vida y la tengan abundante.
Precioso evangelio el de hoy, que conecta con el maravilloso salmo 22 que hemos repetido: “El Señor es mi Pastor, nada me falta”.
¿Con qué convicción lo digo?,
¿es mi pastor y guardián, conozco su voz y la sigo?
En este domingo celebramos la Jornada de oración por las
vocaciones. El Buen Pastor se nos hace presente, también, a través de los
pastores de la Iglesia. Hoy oramos juntos por todas las vocaciones, para que
todos los que tienen una misión en la Iglesia, catequistas, padres y madres de familia,
consagrados, sacerdotes, misioneros, obispos… sean un signo vivo del Buen
Pastor: que se desvivan por su gente, que les conozcan y les quieran, que
caminen delante y también detrás, al ritmo de los más débiles.
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