DIOS LO RESUCITÓ AL TERCER DÍA
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy es Pascua, la vida ha vencido la muerte, el Señor ha
resucitado. Hoy es el gran domingo del año, y todos los demás domingos serán un
eco de este.
Hemos vivido, con sencillez, en parroquia, desde el Domingo
de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén, los días más decisivos en su
vida y los días más importantes en nuestra fe. No ha sido un simple recuerdo de
hechos ya pasados, sino una actualización en el presente: le hemos acompañado
en el cenáculo para la última cena pascual, hemos acompañado su tristeza y oración
en el huerto, su camino hacia el Calvario, y su Pasión y Muerte.
¿Qué suerte hemos tenido de poder vivir un Triduo Pascual
centrados en lo verdaderamente importante, en acompañar al Señor y agradecer su
redención conseguida en la cruz!
Por eso ahora nos llenamos
de alegría con su resurrección. La resurrección es la prueba definitiva de la
verdad de la vida de Cristo; si no hubiese resucitado, sería un profeta más, un
hombre bueno con un gran mensaje al que, como a tantos otros antes, el mal y la
injusticia acallaron y vencieron.
Pero si resucita, tal y como había anunciado que el grano de
trigo tenía que ser sepultado en la tierra para dar fruto abundante, entonces
es que todo lo que dijo es cierto: realmente es el Hijo de Dios, el Salvador
que nos puede dar vida eterna.
María Magdalena se acerca al sepulcro a realizar un último
gesto de amor con el cuerpo yacente de su querido y admirado Maestro. Sólo quiere
terminar de ungir su cuerpo, porque las circunstancias tan duras que han vivido
con la crucifixión no se lo han permitido. No se le pasaba por la cabeza que
hubiera resucitado, como tampoco al resto de apóstoles que han huido a donde
han podido para llorar la muerte y el fracaso de Jesús.
Cuando ve el sepulcro vacío, corre a anunciárselo a Pedro y a
Juan. Estos corren a comprobarlo y, al llegar, ven los lienzos y el sudario.
Ven y creen, creen y, por fin, logran entender la Palabra de Cristo que ya les
anunció repetidamente su resurrección. Nadie podía haber robado el cuerpo y
haber dejado así las valiosas telas, aquello era un signo claro de que la
resurrección era real.
¿Qué significa para nosotros la resurrección de Jesucristo?
Lo significa todo. Él ha vencido a la muerte y nos ha dado la esperanza de una
vida nueva. Estamos salvados de la muerte y del pecado, que, aunque sigan
teniendo poder sobre nosotros, ya no son definitivos, están vencidos por la
resurrección.
Dos son los grandes signos de la Pascua: la luz del cirio y
el agua bautismal.
La luz del cirio es la luz del resucitado que ilumina la
oscuridad del mundo. ¿Qué oscuridad habría en este mundo y en nuestros
corazones si el Señor no hubiese vencido a la muerte y al pecado? No habría
esperanza para nosotros; solo nos quedaría distraer la vida, intentando no
pensar que todo se va a acabar definitivamente.
El agua bautismal es la que nos ha hecho renacer, nos ha dado
la vida nueva de los hijos de Dios. Por eso en estos domingos de Pascua la
recibimos y renovamos así nuestro bautismo.
San Pablo nos invita a vivir ya como resucitados, nacidos de
la Pascua: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí arriba,
no los de la tierra.
¿Cómo es mi modo de vivir, como alguien que tiene la
esperanza de la resurrección de Cristo en su vida o la de alguien aún aferrado
a los bienes efímeros que pasan y que nos distraen de los esenciales?
Feliz Pascua, hermanos. Cristo ha resucitado y nosotros también
con él.
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