EL ESPÍRITU CONDUJO A JESÚS AL DESIERTO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Muchos de nosotros ya iniciamos
el camino de la Cuaresma el pasado miércoles, con la imposición de la ceniza
cuaresmal. Para otros, hoy será el comienzo de este tiempo de renovación por el
que queremos ascender con el Señor al monte santo de la Pascua.
Sí, tengamos bien claro que la
Cuaresma solo cobra su sentido desde la Pascua a la que nos conduce. No se
trata de una conmemoración o de un aniversario, es mucho más que esto. Somos el
pueblo de la Pascua y, como recientemente ha escrito el Papa Francisco,
“nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un
camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Cristo mientras esperamos su
gloriosa venida”.
La Pascua de Cristo es nuestra
Pascua, de ella nacimos en la fe y peregrinamos hacia la Pascua que no acaba.
“Se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos”
Pero, antes de llegar a la Pascua,
debemos vivir con intensidad cristiana la Cuaresma. Y, para vivirla en serio,
debemos abrir los ojos y mirar nuestra realidad de pecadores. Sin barnices ni
máscaras, de frente. Todos somos hijos de Adán y Eva.
Experimentamos cada día, como lo
experimentaron ellos, la tentación del mal. Adán y Eva vivían rodeados de
belleza, de armonía, de abundancia, en una creación perfecta en la que el
pecado aún no había hecho mella. Pero prestan oído a la mentira y se dejan
seducir por ella: Dios os quiere sometidos, quiere que no abráis los ojos para
que, así, no podáis hacerle sombra. En cambio, si le desobedecéis, podréis
decidir por vosotros mismos en qué consiste el bien y el mal. Seréis, así,
plenamente libres.
Esta es la tentación y la mentira
original que están en el trasfondo de todas las tentaciones y mentiras
posteriores: no te sometas a Dios, no existe el pecado. Sé libre, decide tú mismo qué
es lo bueno.
Desde esa desobediencia primera
todo cambia: la creación se convierte en un lugar hostil que hay que someter y
depredar, el prójimo es un enemigo del que hay que sospechar, Dios es un ser ausente,
que puede ser ignorado, o un juez, que debe ser negado si se quiere ser feliz.
Como dice san Pablo, “por un
hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte
se propagó a todos”.
Jesús fue tentado
También el Señor experimentó la
tentación, así que no nos asustemos si somos tentados. El evangelio de hoy
comienza así: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado
por el diablo”.
Jesús es el Hijo amado del Padre,
como le proclama la voz del cielo al salir del bautismo en el Jordán. El Hijo
ha recibido una misión de su Padre: ha de vivir a fondo, en todo, nuestra
humanidad, para poder así redimirla y elevarla.
Ser hombre implica, también,
experimentar la tentación. El que atacó al primer Adán, ataca también al
segundo Adán. Las tentaciones de Jesús son también las nuestras; son las
tentaciones de un fácil materialismo del pan conseguido sin esfuerzo, la
tentación de manipular a Dios en provecho propio, la tentación del poder sobre
los demás.
Todas se resumen, realmente, en
una: desobedecer al Padre y buscar un camino para cumplir su misión que no pase
por la entrega de la propia vida. Pero, allí donde cayó el primer Adán, vence
Jesucristo, el nuevo Adán. ¿Cómo lo consigue? Con la fuerza de la Palabra de Dios,
que tiene poder para derrotar a Satanás.
Combatamos la tentación con el arma de la Palabra
Jesús nos ha mostrado cómo librar
el combate cotidiano contra el mal que nos tienta. Confiando en Dios y en la
fuerza de su Palabra viva.
¡Qué importante es que, en este
tiempo de desierto, personal y comunitario, que es la Cuaresma, nos alimentemos
más y mejor de la Palabra de Dios! Debemos leerla, meditarla, llevarla en la
mente y en el corazón.
Podemos hacernos algunas
preguntas: ¿Soy oyente de la Palabra que se proclama en la eucaristía o
simplemente la oigo? ¿La llevo dentro cuando termina la celebración para que me
ilumine durante la semana?
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