jueves, 23 de febrero de 2023

DOMINGO I DE CUARESMA (CICLO A)

 EL ESPÍRITU CONDUJO A JESÚS AL DESIERTO

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Muchos de nosotros ya iniciamos el camino de la Cuaresma el pasado miércoles, con la imposición de la ceniza cuaresmal. Para otros, hoy será el comienzo de este tiempo de renovación por el que queremos ascender con el Señor al monte santo de la Pascua.

Sí, tengamos bien claro que la Cuaresma solo cobra su sentido desde la Pascua a la que nos conduce. No se trata de una conmemoración o de un aniversario, es mucho más que esto. Somos el pueblo de la Pascua y, como recientemente ha escrito el Papa Francisco, “nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Cristo mientras esperamos su gloriosa venida”.

La Pascua de Cristo es nuestra Pascua, de ella nacimos en la fe y peregrinamos hacia la Pascua que no acaba.

“Se les abrieron los ojos y descubrieron que estaban desnudos”

Pero, antes de llegar a la Pascua, debemos vivir con intensidad cristiana la Cuaresma. Y, para vivirla en serio, debemos abrir los ojos y mirar nuestra realidad de pecadores. Sin barnices ni máscaras, de frente. Todos somos hijos de Adán y Eva.

Experimentamos cada día, como lo experimentaron ellos, la tentación del mal. Adán y Eva vivían rodeados de belleza, de armonía, de abundancia, en una creación perfecta en la que el pecado aún no había hecho mella. Pero prestan oído a la mentira y se dejan seducir por ella: Dios os quiere sometidos, quiere que no abráis los ojos para que, así, no podáis hacerle sombra. En cambio, si le desobedecéis, podréis decidir por vosotros mismos en qué consiste el bien y el mal. Seréis, así, plenamente libres.

Esta es la tentación y la mentira original que están en el trasfondo de todas las tentaciones y mentiras posteriores: no te sometas a Dios, no existe el pecado. Sé libre, decide tú mismo qué es lo bueno.

Desde esa desobediencia primera todo cambia: la creación se convierte en un lugar hostil que hay que someter y depredar, el prójimo es un enemigo del que hay que sospechar, Dios es un ser ausente, que puede ser ignorado, o un juez, que debe ser negado si se quiere ser feliz.

Como dice san Pablo, “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos”.

Jesús fue tentado

También el Señor experimentó la tentación, así que no nos asustemos si somos tentados. El evangelio de hoy comienza así: “Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo”.

Jesús es el Hijo amado del Padre, como le proclama la voz del cielo al salir del bautismo en el Jordán. El Hijo ha recibido una misión de su Padre: ha de vivir a fondo, en todo, nuestra humanidad, para poder así redimirla y elevarla.

Ser hombre implica, también, experimentar la tentación. El que atacó al primer Adán, ataca también al segundo Adán. Las tentaciones de Jesús son también las nuestras; son las tentaciones de un fácil materialismo del pan conseguido sin esfuerzo, la tentación de manipular a Dios en provecho propio, la tentación del poder sobre los demás.

Todas se resumen, realmente, en una: desobedecer al Padre y buscar un camino para cumplir su misión que no pase por la entrega de la propia vida. Pero, allí donde cayó el primer Adán, vence Jesucristo, el nuevo Adán. ¿Cómo lo consigue? Con la fuerza de la Palabra de Dios, que tiene poder para derrotar a Satanás.

Combatamos la tentación con el arma de la Palabra

Jesús nos ha mostrado cómo librar el combate cotidiano contra el mal que nos tienta. Confiando en Dios y en la fuerza de su Palabra viva.

¡Qué importante es que, en este tiempo de desierto, personal y comunitario, que es la Cuaresma, nos alimentemos más y mejor de la Palabra de Dios! Debemos leerla, meditarla, llevarla en la mente y en el corazón.

Podemos hacernos algunas preguntas: ¿Soy oyente de la Palabra que se proclama en la eucaristía o simplemente la oigo? ¿La llevo dentro cuando termina la celebración para que me ilumine durante la semana?

 

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