PREPAREMOS EL CAMINO
“Maranatha, ven Señor Jesús”.
Todo el adviento se resume en esta petición, tan antigua que
ya los apóstoles, después de la Ascensión, rezaban así. Ven, Señor, no tardes
en llegar, cantamos una y otra vez en este tiempo.
Pero hoy, que estamos ya en su segundo domingo, nos podemos
preguntar: ¿Realmente estoy convencido de que viene el Señor?, ¿Le estoy
esperando?
Hoy el protagonista del Evangelio es Juan Bautista, el último
profeta antes de Jesucristo, el precursor, el que se consideraba una voz que
grita en el desierto. Él sí que esperaba, y pedía a los demás que se pusiesen
en actitud de esperar al Mesías y Salvador que Dios debía enviar a Israel y a
la humanidad entera.
La espera que pide Juan Bautista no es pasiva; no es mirar al
cielo sentados en una silla, es una espera activa. Si el Señor viene a
nosotros, nosotros tenemos que salir a su encuentro, preparando los caminos y
allanando los senderos para que pueda venir a nosotros.
¿Qué caminos y senderos hay que preparar? La conversión, el
cambio del corazón y de las actitudes. Se nos pide volver a Dios y volver a los
hermanos. Y no de una forma teórica, como hacían algunos fariseos y saduceos
que pedían el bautismo a Juan pero, como estaban tan confiados en ser buenos
hijos de Abraham, no estaban dispuestos a cambiar en nada concreto.
El profeta emplea con ellos palabras muy duras; dicen esperar
al Señor pero no están dispuestos a convertirse. Sus palabras valen también
para nosotros: “Dad el fruto que pide la conversión”.
¿Qué frutos de conversión tengo que dar en este Adviento?,
¿Qué necesito cambiar, con la gracia de Dios en este momento?
Hay algo en este evangelio de hoy que nos ha podido llamar la
atención: Juan habla del Mesías que viene como alguien que trae el hacha para
cortar y el bieldo para separar la paja de trigo. Realmente ese no es el estilo
de Jesús: él habla, más bien, de no apagar la llama vacilante, de no quebrar la
caña aunque esté cascada, de tener paciencia y seguir cuidando la higuera aunque
no termine de dar fruto…
Jesús y Juan Bautista son muy distintos. Juan anuncia a un
Dios de juicio e ira, mientras que Jesús anuncia a un Dios que es pastor y
padre, compasivo y misericordioso. Para nosotros lo que más vale es lo que nos
diga Jesús, porque nadie conoce al Padre sino el Hijo.
Pero eso no quita para que oigamos la llamada del Bautista a
la conversión en este Adviento. Es una llamada que viene de Dios.
¿Por dónde tiene que ir la conversión? Cada cual debe saber
qué es lo que más necesita cambiar en su vida, pero la Palabra de Dios nos ha dado
algunas pistas que valen para todos: el profeta Isaías nos reclama la paz, una
paz que él sueña como una paz universal.
Hasta el león y el ternero, la vaca y el oso deben convivir. No
podemos acabar con las guerras del mundo, pero podemos acabar con nuestras
guerras domésticas, entre vecinos, entre parientes, en nuestro entorno.
Dejar ya las guerras, perdonar de corazón, olvidar el daño
que nos han hecho, pasar página de una vez… “Que el Dios de la paciencia y del
consuelo, os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos según Cristo
Jesús; de este modo, unánimes, a una voz glorificaréis al Dios y Padre (…)
acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios”.
Recibamos juntos la llamada de este domingo segundo: Preparad
el camino al Señor que ya llega. Acojamos al Señor construyendo caminos de paz
y de reconciliación con los demás y el Señor vendrá, seguro, hasta nosotros
esta Navidad y siempre.
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