ECHAD LA RED Y ENCONTRARÉIS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Continuamos
celebrando la Pascua del Señor resucitado. Todo lo que somos y todo lo que
creemos y practicamos como cristianos, tiene sentido desde la Pascua. Somos
cristianos porque creemos en la Pascua, porque creemos que Jesucristo no está
muerto, sino que está vivo y está con nosotros.
Y si creemos en la Pascua y creemos
en la resurrección, es porque nos lo han contado sus testigos, aquellos
discípulos que fueron radicalmente transformados por los encuentros con el
Señor y por las experiencias que vivieron con Él.
El evangelio de este domingo tercero
nos presenta a los apóstoles en el lago de Tiberiades. Tres años atrás, Jesús,
al pasar, los llamó por su nombre y ellos, dejando redes y barcas, lo
siguieron. Con él recorrieron aldeas y ciudades, haciendo el bien y predicando
el Reino. Dejaron de ser pescadores de peces para convertirse en pescadores de hombres.
Pero resulta que el evangelista nos dice que ahora han vuelto a la pesca de
peces…. ¿por qué? Por el terrible mazazo que ha supuesto para ellos la muerte
de su Maestro. ¿Para qué seguir? Mejor volver a su oficio pasado, al que sabían
hacer mejor: la pesca en el lago.
Todo
el relato está lleno de claves interesantes:
Pedro
cumple una misión central para el resto de los apóstoles: es el que les convoca
a la pesca, es el primero que se lanza al agua, el que arrastra hasta la orilla
la red llena de peces.
Hay
un gran contraste entre lo que pueden hacer los apóstoles apoyados en su propia
iniciativa –no pescan nada- y lo que logran después cuando se fían de la
palabra del Resucitado y tiran las redes, que se llenan hasta los topes.
El evangelio nos invita a lanzar las redes en nombre
de Jesús “sin mí no podéis hacer nada”, confiando en su palabra. La pesca en la
noche, sin Jesús, es un esfuerzo vacío, pero con él y actuando en su nombre y
guiados por su Espíritu, la evangelización dará fruto. Todos los hombres y
mujeres de nuestro mundo (eso significan los 153 peces pescados) están llamados
a recibir la buena noticia de Cristo, también aquellos que creen que no la
necesitan… Y ¿Quién se lo anunciara, si no lo hacemos nosotros, que somos sus
apóstoles, los que le conocemos?
Hay que salir a la faena, hay que ponerle ilusión y
coraje evangélico, sin miedo al rechazo ni a la persecución, con la valentía de
Pedro y los apóstoles en la primera lectura cuando son arrastrados a un
interrogatorio en el sanedrín. Lo que parecía una adversidad grande lo
convierten en una oportunidad para dar testimonio.
Jesús
resucitado hace algo más con ellos en este pasaje: les alimenta con el pan y el
pescado que reparan sus fuerzas gastadas. Está claro que es una referencia a la
Eucaristía. En la Eucaristía, el Señor Resucitado nos convoca, nos reúne, nos
habla, parte para nosotros el Pan de vida. Si no fuese por la Eucaristía, ¿de
dónde nos iban a venir las fuerzas y la ilusión por testimoniar el Evangelio en
todo lugar y en toda circunstancia?
Pidámosle
al Señor que aprendamos a valorar la Eucaristía y que no nos falte nunca.
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