Este domingo tercero del
adviento trae siempre un mensaje diferente a los dos anteriores: el primero era
la llamada “Estad Despiertos”; el segundo se nos pedía “Preparad los caminos al
Señor que llega”. Y en este tercero, la invitación que nos dirige la Palabra de
Dios es: “Estad alegres”. Por eso, en la tradición de la Iglesia se le ha
llamado a este domingo el domingo “Gaudete”, que significa en latín “Alegraos”.
De esta forma, cada
domingo va completando el sentido del adviento cristiano, que es, a la vez,
vigilancia, conversión… y también alegría. Alegría porque el Señor está cerca
de nosotros, porque trae liberación y sanación para tantos males del corazón
como, personal y socialmente, nos acechan y dañan.
¡Qué bien viene, en
estos momentos, la invitación que nos dirige Dios mismo a la alegría! Hemos
vivido más de un año metidos en una montaña rusa de emociones a causa de esta
pandemia: miedo, soledad, desesperanza, aburrimiento, cansancio….
Casi todas emociones
negativas, aunque también algunas positivas y aleccionadoras, como el hecho de
descubrir el valor de las cosas más sencillas que considerábamos casi
insignificantes: la libertad de movimientos, el encuentro con las personas, la
seguridad de la vida cotidiana…
Ya mucho antes de la
pandemia alguien dijo lo siguiente: “A nuestra sociedad le sobra ruido y
fiestas, pero le falta alegría de verdad”. Desde luego que no es lo mismo: a
veces el ruido, la fiesta, el bullicio, pueden ser formas de esconder aquello
que no se quiere mirar de frente: que falta alegría, paz en el corazón,
serenidad.
La alegría cristiana,
como dice sabiamente el Papa Francisco, no se compra en el mercado ni a base de
acumular experiencias placenteras. Tampoco es ir de carcajada en carcajada o no
tener problemas ni sufrimientos.
La verdadera alegría del
cristiano es un regalo del Espíritu Santo, es la paz y el consuelo que se
mantiene también en las dificultades y pruebas. Es algo mucho más profundo y
duradero que estar contentos…
Y esa verdadera alegría,
que es don del Espíritu, ¿cómo se puede alcanzar? El mismo Francisco nos lo dice:
“Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más nos alegramos; cuanto más
lejos está, más nos entristecemos”. Estar cerca de Dios, participar de la
vida de la comunidad, recibir los sacramentos, leer su Palabra, en definitiva,
vivir en amistad con Dios es fuente de paz y de alegría, y lo contrario de
tristeza.
Estar lejos de Dios
siempre trae, de un modo u otro, intranquilidad y falta de paz, que puede
disimularse con ruidos y jaleos pero, a la larga y especialmente en los
momentos duros, se manifiesta. Hubo un santo muy conocido, San Agustín, que lo
experimentó intensamente y así lo escribió: Nuestro corazón está hecho para ti,
y no hallamos la paz hasta que no descansa en ti”.
Entendiendo así la
alegría cristiana, podemos ya comprender mejor el mensaje de este domingo
tercero de adviento: ¡Alegraos!! A nadie se le puede obligar a estar contento,
salvo que se le pida que finja lo que no siente. En cambio, aquí se habla de
tener la alegría que brota de la fe, de sabernos amados realmente por Dios, de
saber lo que valemos para Dios y cómo nos acompaña y sostiene siempre.
Por eso como dice el
profeta Sofonías a la ciudad santa de Jerusalén “Regocíjate, alégrate, gózate.
No temas, que no desfallezcan tus manos”. “Estad siempre alegres en el Señor,
el Señor está cerca”, exhorta san Pablo en su carta.
El Señor está cerca, sí,
y esto es fuente de alegría para los que creemos y confiamos en él. Y, si está realmente
cerca, nos podemos preguntar como aquellos que iban a bautizarse al río Jordán
le preguntaban al Bautista: ¿Qué tenemos que hacer? Practicar la caridad y la
justicia, compartir de tanto como nos sobra, sabiendo que los bienes son
necesarios pero no dan la alegría, no abusar de nadie, no maltratar, perdonar,
ser pacientes, pacíficos…
Vamos a pedirle a Dios,
para esta semana tercera del Adviento que iniciamos hoy, el don de la alegría
auténtica, de la paz y serenidad del corazón que no se dejan vencer por los
pesimismos y las depresiones.
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