COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hemos venido comprobando
que cada domingo del Adviento, con sus textos evangélicos especialmente, nos
aporta una palabra motivadora, una actitud, para poder completar este tiempo tan
importante y hermoso. Las palabras son “Velad y Despertad” en el primer
domingo, “Preparad los caminos” en el segundo, y “Estad alegres” en el tercero.
Y, ¿este cuarto
y último domingo? La protagonista es María. Ella es un resumen perfecto, un
ejemplo acabado de todas estas actitudes: vivió despierta y velando,
participando de las esperanzas y las promesas de su pueblo, y, por ello,
recibió el mensaje de Dios; preparó los caminos, no porque tuviera que
convertirse de nada, sino con la obediencia de la fe para ser totalmente de
Dios y acoger a su Verbo.
Y vivió la
alegría, esa alegría cristiana que no es la ausencia de dificultades o la
sonrisa bobalicona y despreocupada, sino la paz del corazón que está anclado firme
en Dios.
María, la
humilde muchacha de Nazaret, es la protagonista de este último domingo del
Adviento. Ella es la que mejor vivió la esperanza con gozo y fiándose de la
Palabra de Dios. En ella se hizo realidad lo que tanto anunciaron los profetas
y esperaron las generaciones anteriores del pueblo de Israel: la venida del
Mesías, salido de un pueblo también humilde, Belén, tierra de David, como
anuncia Miqueas en la primera lectura de hoy. Las profecías se hacen realidad en
esa época de la historia de la salvación.
Jesús, el Hijo
de María, llega a nosotros y sigue dando esperanza al corazón humano porque se
cumple lo que hoy hemos pedido en el Salmo: “Oh, Dios, restáuranos, que brille
tu rostro y nos salve”.
El evangelio nos
presenta la escena de la Visitación: María, una vez que recibe el anuncio del
ángel, sale a hacer partícipe de esa Buena Noticia a su prima Isabel. Tenía
excusas de sobra para no ir: estaba embarazada, Isabel vivía lejos y en la
montaña, viajar era exponerse a peligros…
Y, ¿Qué hizo? Escuchar lo que Dios y el corazón la estaban pidiendo: que ayudara a Isabel, cuyo embarazo podía ser difícil debido a su edad, y que la llevara la gran noticia: que Dios había mirado su pequeñez y la había escogido para dar carne a la Palabra, para traer al Salvador, Mesías y Señor, luz que vence la oscuridad de los miedos, de las muertes y de los pecados.
Este es el primer viaje misionero de Jesús, en el vientre de su madre,
y María es la primera misionera en llevar la Buena Noticia a alguien. Su visita
misionera produce alegría en el Espíritu a su prima Isabel e incluso al niño
Juan que se forma en su seno.
Estamos ya a las
puertas de la Navidad y, si hemos vivido cristianamente el Adviento, también
viviremos una Navidad en clave cristiana. Y, ¿Cómo es una Navidad en clave
cristiana? Pues la Navidad que tiene como único centro aquello que realmente se
celebra: que Dios quiere, por amor, compartir nuestra vida de hombres, que se
hace niño, que nace de una madre humana en una aldea pequeña. Dios nos salva
haciéndose pequeño, dejándose acoger, abrazar, esperando que queramos abrirle
nuestra posada y recibirlo.
No dejemos que
lo accidental y lo secundario, como son los regalos, las comidas, la posibilidad de
reunirse más o menos, nos hagan olvidar lo realmente central. Todo eso está
bien, ¡pues claro que debemos celebrar la Navidad con mucha alegría! Pero sabiendo
dónde está la fuente de esa alegría, qué es lo que festejamos, porque si nos falla eso, será una celebración vacía, que en lugar de llenar el corazón estraga y cansa….
Aprendamos de la
Virgen María en esta escena de la Visitación a vivir lo esencial de la Navidad:
la Solidaridad y el Testimonio misionero.
La Solidaridad,
que en cristiano podemos llamar mejor Caridad y Fraternidad, es fuente de
alegría. Quien comparte, ensancha su corazón y, ¡qué bueno y necesario es
recordar en Navidad a quienes tienen mucho menos que nosotros! ¿Podemos acaso celebrar
el amor más grande, que es el de Dios hecho hombre con nosotros, olvidándonos
de compartir nuestro amor, tiempo, recursos, visitas, cercanía? Igual que María
yendo a visitar a Isabel para decirle qué necesita, en qué puede ayudarla,
vivamos la Navidad en clave de amor solidario.
El Testimonio
misionero: la fe crece compartiéndola, testimoniándola. Quizás con motivo de la
Navidad recibimos a familiares y amigos que hace tiempo que no veíamos. ¿Cómo
vamos a dar un sencillo testimonio, alegre, esperanzado, de nuestra fe en el
Salvador que nace? Podemos compartir con los de casa una sencilla oración de
bendición de la mesa, podemos orar juntos en torno al Belén… o podemos perder
el tiempo, que nunca será perderlo, con los niños de la casa, explicándoles qué
es lo que estamos celebrando, Quien es el centro de la Navidad.
Con Solidaridad
y con Testimonio misionero vivimos una Navidad Cristiana en la que lo esencial
está al centro, dando sentido a todo lo demás que hagamos. María visitando a
Isabel en este cuarto y último domingo de Adviento es nuestra mejor ayuda e
inspiración para la Navidad que ya está a las puertas.
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