miércoles, 10 de noviembre de 2021

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Para entender bien el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo es necesario tener en cuenta que estamos terminando el año litúrgico. El año litúrgico es la celebración de los misterios de Cristo a lo largo de un año y no coincide con el año civil, ya que comienza con el domingo primero del adviento y termina con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que será el próximo domingo. Por tanto, este es el penúltimo domingo del año litúrgico cristiano y el mensaje de la Palabra nos sitúa en esa clave del final.

A veces se nos olvida, también a los creyentes, que vivimos en un mundo que tendrá su fin. Solo Dios es eterno, existía desde siempre y existirá por siempre; todo lo demás, toda su creación, es temporal. Lo que existe deberá ser transformado en algo mejor según el proyecto salvador de Dios. Como creyentes no solo no debemos temer ese fin, sino que debemos anhelarlo y, para ello, Jesucristo nos indicó que lo pidiéramos cada vez que recemos el Padre Nuestro, al decir: “Venga a nosotros tu Reino”.

¿Cómo será ese final y esa transformación de todo cuánto existe? La Palabra de Dios no nos hace un relato exhaustivo, se trata, más bien, de imágenes, de alegorías, que, eso sí, nos dicen que se tratará de un momento de crisis intensa. Solemos asociar la palabra “crisis” a algo negativo, pero el término crisis significa, propiamente, una ocasión de separar y de decidir; no hay cambio sin crisis: el paso de la niñez a adolescencia y el paso de la adolescencia a la juventud son tiempos de crisis, pero son necesarios para que la persona se forme y madure. Un parto es un momento de crisis, pero sin él la madre no podría dar a luz al hijo que espera.

¿Podemos decir, acaso, que nuestro mundo está bien tal y como está? ¿No hay acaso demasiada violencia, demasiada injusticia, demasiados muertos por un hambre y unas enfermedades evitables, demasiada soledad, demasiada tristeza?

Como discípulos de Jesús, como Iglesia, tenemos la misión y el encargo de ir transformando, tanto como podamos, este mundo según el proyecto del Reino de Dios, viviendo el amor fraterno, siendo sal y luz del Evangelio y de las Bienaventuranzas. Pero somos conscientes de que hacer llegar el Reino de Dios en plenitud, transformarlo todo, no depende de nosotros. Eso está en las manos de Dios y, por eso, se lo pedimos: “Venga a nosotros tu Reino”.

La Palabra de Dios nos dice que, si mantenemos la lámpara de la fe encendida y la venida del Reino de Dios nos sorprende trabajando por él, no debemos temer:Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”, nos adelanta el profeta Daniel. No estaremos solos en ese momento de crisis transformadora, porque el Hijo del Hombre vendrá con poder y gloria a reunir a sus elegidos. Es el mismo que ha entregado su vida por amor a nosotros y nos ha alcanzado el perdón, el que intercede continuamente por nosotros ante el Padre como sacerdote eterno.

Celebramos hoy, en nuestra Unidad Pastoral, el día de la Iglesia Diocesana. Somos Iglesia, la familia de los hijos de Dios que peregrina en León. Queremos adelantar el Reino de Dios y, por eso, cada uno aporta sus dones y cualidades al servicio de las comunidades parroquiales, para que sean un signo de unidad en nuestra sociedad. Que cuando el Señor vuelva, como decimos cada domingo en el Credo, nos encuentre trabajando, en la porción de viña que nos ha encomendado, con ilusión y con esperanza.

 

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