COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
En el pasaje del Evangelio que hoy hemos escuchado,
Jesús invita a sus discípulos a separarse de la multitud, a dejar por un
momento su trabajo fatigoso predicando el Reino, y retirarse con Él a un «lugar
solitario». Les enseña a hacer lo que Él hacía: poner en equilibro la acción y
la contemplación, pasar del contacto con la gente al diálogo secreto y
regenerador con Dios.
En el tiempo actual que vivimos, el ritmo de la vida
muchas veces nos lleva a no tener tiempo para nada ni para nadie… tampoco para
el encuentro interior con Dios. Se nos dice que vivimos en la sociedad de las
prisas y de la productividad; es mejor quien más rinde, quien llega a más
sitios, quien hace más cosas a la vez.
Pero, por otro lado, incluso los médicos nos recomiendan
los beneficios de la meditación. Lo que ocurre es que esa meditación que
recomiendan, y que publicitan muchas personas famosas, puede ser un simple
encuentro con el silencio y el vacío. La oración cristiana, a diferencia de la
simple meditación, no es un encuentro con uno mismo, sino un encuentro con
Dios, que está esperando que alguna vez nos paremos, nos serenemos y tengamos
tiempo para pasarlo en silencio con Él.
Este modo de orar era algo que Jesús practicaba
siempre y que llamaba mucho la atención de sus discípulos y amigos. Era
habitual que los judíos rezasen con la repetición de los salmos, pero no era
tan habitual que practicasen esta oración silenciosa como el Señor, que se
retiraba a lugares apartados o al monte, para estar en diálogo con el Padre
Dios.
Jesús, en el Evangelio, jamás da la impresión de
estar agitado por la prisa. A veces hasta parece que pierde el tiempo: todos le
buscan y Él no se deja encontrar, absorto como está en la oración. Otras veces,
como en nuestro pasaje evangélico, incluso invita a sus discípulos a perder
tiempo con Él: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para
descansar un poco». Recomienda a menudo no afanarse: “No andéis agobiados y
angustiados, sin paz”. También nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan de
estos «respiros».
Entre estas «pausas» están precisamente las
vacaciones de verano que estamos viviendo. Son para la mayoría de las personas
la única ocasión para descansar un poco, para dialogar de manera distendida con
la familia, jugar con los hijos, leer algún buen libro o contemplar en silencio
la naturaleza; en resumen, para relajarse.
Hacer de las vacaciones un ir y venir agotador, un tiempo
más frenético que el resto del año significa estropearlas y en lugar de
relajarnos, nos dejan aún más cansados. No debemos caer en la tentación de
querer acumular a toda costa muchas experiencias, como si eso nos fuera a dar
unas vacaciones felices.
Un sencillo medio de hacerlo podría ser entrar en la
iglesia o en una capilla de montaña, en una hora en que esté desierta, y pasar
allí un poco de tiempo «aparte», solos con nosotros mismos, ante Dios. O leer en
nuestro jardín el evangelio del domingo y reflexionar sobre él.
Hay que decir que la vacación de Jesús con los
apóstoles fue de breve duración, porque la gente, viéndole partir, le precedió
a pie al lugar del desembarco. A Jesús no le dejan ni para descansar.
Pero él no se irrita con la gente que no le da
tregua, sino que «se conmueve», viéndoles abandonados a sí mismos, «como ovejas
sin pastor», y se pone a «enseñarles muchas cosas». Él es el verdadero Buen
Pastor que había profetizado Jeremías que llegaría un día enviado por Dios, el
que viene para unir a los que estaban divididos por un muro de enemistad,
reconciliando en sí mismo por la entrega de la vida, como nos acaba de decir el
apóstol Pablo.
El ejemplo de Jesús nos muestra que hay que estar
dispuestos a interrumpir hasta el merecido descanso frente a una situación de
necesidad del prójimo. No se puede, por ejemplo, abandonar a su suerte, o
aparcar en un hospital, a un anciano que se tiene al propio cargo, para
disfrutar sin molestias de las vacaciones.
No podemos olvidar a las muchas personas cuya
soledad no han elegido, sino que la sufren, y no por alguna semana o mes, sino
por años, tal vez durante toda la vida.
Podemos, en cambio, mirar alrededor y ver si hay
alguien a quien ayudar a sentirse menos solo en la vida, con una visita, una
llamada, una invitación a verle un día en el lugar de vacaciones: aquello que
el corazón y las circunstancias sugieran.
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