El Domingo de
Ramos nos abre la puerta a la Gran Semana Santa, los días centrales en nuestra
fe cristiana, porque, si somos cristianos, es porque creemos que el Señor Jesús
por nosotros ha entregado su vida en cruz, ha muerto y ha resucitado en la
Pascua.
Este día se
llama así “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor” porque reúne dos aspectos:
Por un lado, la fiesta de la entrada de Jesús en la ciudad santa de Jerusalén
entre ramos y aclamaciones; muchos vieron en él el Mesías esperado y anunciado
por los profetas, el que vendría, por fin, a rescatar a los pobres de sus
sufrimientos.
Pero el
segundo aspecto de este día es la Pasión, anunciada por el profeta Isaías y
cumplida en el relato evangélico de la muerte de Cristo. Jesucristo no entra en
la ciudad santa para ser un caudillo victorioso, igual que no nos redimirá sin
esfuerzo ni sufrimiento. Los mismos que le aclaman le abandonarán y pasarán
ante su cruz burlándose, llorando o indiferentes. Pero él está cumpliendo lo
que ya había anunciado el domingo pasado: “Si el grano de trigo no muere queda
infecundo, pero si muere da mucho fruto”.
El relato de
la Pasión nos estremece, y lo volveremos a escuchar el Viernes Santo: hay dolor
físico terrible por una muerte en cruz y hay dolor moral: la traición de Judas,
el abandono de los suyos, la negación de Pedro, las burlas: A otros ha
salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje
ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
En el relato
de la Pasión según san Marcos, lo primero que aparece es la manifestación de
Jesús como Hijo de Dios por su obediencia a la voluntad del Padre. Mientras los
adversarios de Jesús ven en sus sufrimientos y su muerte la confirmación de que
han acertado condenándolo, porque no era el Mesías, lo que se nos dice muestra
que la perfecta obediencia de Jesús al Padre –no sea como yo quiero, sino
como tú quieres, lo revela “como hijo de Dios”, tal como confiesa el
centurión al ver morir a Jesús.
La cruz de
Jesús despierta en unos la fe, el arrepentimiento, el dolor de los pecados… en
otros indiferencia, incredulidad o nada…. Y ¿en nosotros?
No se puede
vivir la Pascua de Cristo desde fuera, como meros espectadores, como quien
asiste pasivo a una representación, siempre la misma, que ya sabe cómo
terminará. La celebración de estos días nos introduce en lo que ocurre, somos
también parte de la Pasión de Cristo y, en estos días, somos invitados a entrar
con él en el cenáculo, donde nos dará su Cuerpo y su Sangre y nos lavará los
pies por amor, somos invitados a estar con su Madre al pie de la Cruz
agradeciendo su entrega hasta el final cargando con nuestros pecados, somos
invitados también a esperar en silencio junto al sepulcro la victoria de la
vida frente a la muerte el sábado santo.
No nos
quedemos al margen, vivamos estos días al máximo, acompañemos a Cristo, compartamos
su Pasión.
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