viernes, 19 de febrero de 2021

Primer Domingo de Cuaresma (Ciclo B)

 

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA 

    “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu Alianza”.

    Así hemos repetido, uniéndonos al Salmista. Nuestra vida humana es un continuo caminar, un transcurrir que no cesa. Esto es algo que ya decían, hace mucho tiempo, los sabios griegos: “Todo fluye y cambia”. Aunque nos parezca que permanecemos en el mismo lugar, que nada cambia, o que los días y las semanas pasan pesadamente, en realidad estamos siempre en camino.

    El tiempo de la Cuaresma, que iniciábamos el miércoles pasado con el signo humilde de la ceniza sobre la cabeza, nos viene a recordar que no podemos permanecer inmóviles, que la vida del cristiano es un camino permanente hacia Dios, que la conversión al Evangelio de Jesucristo es una tarea y un reto permanente, para toda la vida.

    Hoy encontramos en la Palabra de Dios dos realidades muy importantes para el tiempo litúrgico cuaresmal: el Desierto y el Bautismo.

    El desierto aparece en el evangelio, que es siempre la lectura central de las que se proclaman en la Eucaristía. Después de recibir el bautismo de Juan Bautista, Jesús se retira al desierto durante cuarenta días antes de empezar su vida pública. ¿Se retira él porque así lo decide? No. El evangelista Marcos dice claramente: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto”; el mismo Espíritu que descendió sobre él en forma de paloma cuando estaba en las aguas del Jordán, lo empuja, lo anima, a hacer esta experiencia de desierto. Nos podemos preguntar cuál es el sentido de esto, qué necesidad tenía el Señor de vivir algo así, siendo como es el Hijo de Dios.

    No olvidemos que es verdaderamente Dios y es, además, verdaderamente hombre. En cuanto hombre necesita descubrir la voluntad del Padre, aquello para lo que ha sido enviado. Necesita enfrentarse a la tentación que implica la vida humana y, para ello, se va a la soledad. Además, al hacerlo, nos enseña cómo es posible vencer la tentación si permanecemos unidos a Dios y nos agarramos a su Palabra, como Él lo hizo, ante las tres tentaciones del Maligno.

    No podemos pasarnos la vida eludiendo las grandes preguntas, las pruebas, las dudas, las tentaciones. Esta escena de Jesús en el desierto, que siempre encontramos en el primer domingo de la Cuaresma, nos anima a permitir que el Espíritu Santo, como a Él, nos empuje al desierto. No se trata del desierto entendido como una experiencia de aridez, de sequía, sino de profundidad, de más oración, de más silencio y de menos evasión con esas distracciones vacías que, en el fondo, revelan que no queremos parar y mirarnos. ¿Haremos este año una Cuaresma más profunda, más orante, más de desierto?

    Decíamos que la segunda realidad que aparece en estas lecturas es el bautismo. Del bautismo habla San Pablo, en la segunda lectura, y lo anuncia el libro del Génesis en la primera lectura. El diluvio fue un modo drástico, pero eficaz, de recomenzar todo; la alianza que tras esa destrucción Dios ofrece, incluye tanto a los hombres como al resto de seres vivos de la creación. El hombre debe vivir en amistad con Dios y en armonía con todo lo que existe en el planeta. De lo contrario se pagan, antes o después, consecuencias de sufrimiento y muerte, como estamos comprobando, tristemente, ahora.

    Igual que el diluvio, pero de un modo más pleno, el agua del Bautismo trae un nuevo comienzo a la vida humana. No es una simple purificación o limpieza, dice san Pablo, sino que su fuerza viene de la resurrección de Cristo y nos ha hecho renacer con una vida nueva de hijos e hijas amados de Dios.

    La Cuaresma cobra todo su sentido cuando, al final de este itinerario, se vislumbra la Pascua, en la que renovamos nuestro Bautismo, con todos sus dones y, también, con todos sus compromisos. ¿Qué compromisos de oración, ayuno y limosna voy a hacer para que esta Cuaresma sea un tiempo renovador, que me permita vivir más y mejor mi condición de bautizado?

    La Cuaresma que estamos comenzando es muy anormal, como lo ha sido todo el año anterior y lo que llevamos vivido de este. Aun así, el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal nos reta a “vivir una cuaresma de caridad (…) cuidar a quienes se encuentran en condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a consecuencia de la pandemia”.

    Dios quiera que acertemos los cristianos a ser profetas de esperanza, haciendo ver que, en medio de tantas incertidumbres, nuestra confianza última está puesta en el amor de Dios que no puede defraudar.

 

 


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