COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
“Tus sendas, Señor, son
misericordia y lealtad para los que guardan tu Alianza”.
Así hemos repetido, uniéndonos al
Salmista. Nuestra vida humana es un continuo caminar, un transcurrir que no
cesa. Esto es algo que ya decían, hace mucho tiempo, los sabios griegos: “Todo
fluye y cambia”. Aunque nos parezca que permanecemos en el mismo lugar, que
nada cambia, o que los días y las semanas pasan pesadamente, en realidad
estamos siempre en camino.
El tiempo de la Cuaresma, que
iniciábamos el miércoles pasado con el signo humilde de la ceniza sobre la
cabeza, nos viene a recordar que no podemos permanecer inmóviles, que la vida
del cristiano es un camino permanente hacia Dios, que la conversión al
Evangelio de Jesucristo es una tarea y un reto permanente, para toda la vida.
Hoy encontramos en la Palabra de
Dios dos realidades muy importantes para el tiempo litúrgico cuaresmal: el
Desierto y el Bautismo.
El desierto aparece en el
evangelio, que es siempre la lectura central de las que se proclaman en la
Eucaristía. Después de recibir el bautismo de Juan Bautista, Jesús se retira al
desierto durante cuarenta días antes de empezar su vida pública. ¿Se retira él
porque así lo decide? No. El evangelista Marcos dice claramente: “El Espíritu
empujó a Jesús al desierto”; el mismo Espíritu que descendió sobre él en forma
de paloma cuando estaba en las aguas del Jordán, lo empuja, lo anima, a hacer
esta experiencia de desierto. Nos podemos preguntar cuál es el sentido de esto,
qué necesidad tenía el Señor de vivir algo así, siendo como es el Hijo de Dios.
No olvidemos que es
verdaderamente Dios y es, además, verdaderamente hombre. En cuanto hombre
necesita descubrir la voluntad del Padre, aquello para lo que ha sido enviado.
Necesita enfrentarse a la tentación que implica la vida humana y, para ello, se
va a la soledad. Además, al hacerlo, nos enseña cómo es posible vencer la
tentación si permanecemos unidos a Dios y nos agarramos a su Palabra, como Él
lo hizo, ante las tres tentaciones del Maligno.
No podemos pasarnos la vida
eludiendo las grandes preguntas, las pruebas, las dudas, las tentaciones. Esta
escena de Jesús en el desierto, que siempre encontramos en el primer domingo de
la Cuaresma, nos anima a permitir que el Espíritu Santo, como a Él, nos empuje
al desierto. No se trata del desierto entendido como una experiencia de aridez,
de sequía, sino de profundidad, de más oración, de más silencio y de menos
evasión con esas distracciones vacías que, en el fondo, revelan que no queremos
parar y mirarnos. ¿Haremos este año una Cuaresma más profunda, más orante, más
de desierto?
Decíamos que la segunda realidad
que aparece en estas lecturas es el bautismo. Del bautismo habla San Pablo, en
la segunda lectura, y lo anuncia el libro del Génesis en la primera lectura. El
diluvio fue un modo drástico, pero eficaz, de recomenzar todo; la alianza que
tras esa destrucción Dios ofrece, incluye tanto a los hombres como al resto de
seres vivos de la creación. El hombre debe vivir en amistad con Dios y en armonía
con todo lo que existe en el planeta. De lo contrario se pagan, antes o
después, consecuencias de sufrimiento y muerte, como estamos comprobando,
tristemente, ahora.
Igual que el diluvio, pero de un
modo más pleno, el agua del Bautismo trae un nuevo comienzo a la vida humana.
No es una simple purificación o limpieza, dice san Pablo, sino que su fuerza
viene de la resurrección de Cristo y nos ha hecho renacer con una vida nueva de
hijos e hijas amados de Dios.
La Cuaresma cobra todo su sentido
cuando, al final de este itinerario, se vislumbra la Pascua, en la que
renovamos nuestro Bautismo, con todos sus dones y, también, con todos sus compromisos.
¿Qué compromisos de oración, ayuno y limosna voy a hacer para que esta Cuaresma
sea un tiempo renovador, que me permita vivir más y mejor mi condición de
bautizado?
La Cuaresma que estamos
comenzando es muy anormal, como lo ha sido todo el año anterior y lo que
llevamos vivido de este. Aun así, el Papa Francisco en su mensaje cuaresmal nos
reta a “vivir una cuaresma de caridad (…) cuidar a quienes se encuentran en
condiciones de sufrimiento, abandono o angustia a consecuencia de la pandemia”.
Dios quiera que acertemos los
cristianos a ser profetas de esperanza, haciendo ver que, en medio de tantas
incertidumbres, nuestra confianza última está puesta en el amor de Dios que no
puede defraudar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.