DOMINGO 5º DE CUARESMA (ciclo A)
Buenos días a todos, ¿qué tal estamos?
Sin duda que todo hemos ido experimentado durante estos días muchas emociones encontradas: a veces cansancio, otras veces tristeza por tantos acontecimientos que nos superan, ansiedad por lo desconocido, esperanza, desesperanza…
Oía en una de tantas noticias que una tercera parte de la humanidad estamos en confinamiento por la pandemia. Pero, entre todos esos millones de personas, hay una parte, los cristianos, que en este confinamiento estamos viviendo un tiempo importante para nuestra fe, la cuaresma, que nos prepara para los días más sagrados de nuestra fe: la Pascua del Señor Jesucristo.
Nadie podía imaginar cuando se nos hablaba en la primera semana de la cuaresma de entrar en el desierto cuaresmal con Jesús para experimentar la soledad, el desarraigo, pero también la novedad de Dios, que lo íbamos a encontrar de esta manera tan especial.
Hoy estamos ya en el domingo quinto de la cuaresma. Y creo que la Palabra de Dios de este día puede resultar providencial para iluminar las circunstancias presentes, porque toda ella nos habla de la Vida, con mayúsculas, que vence a la muerte.
En la primera lectura, el profeta Ezequiel lleva a su pueblo un oráculo de esperanza de parte de Dios. El relato continúa en el capítulo 37 del libro con la visión de los huesos resecos que, por la Palabra vivificante de Dios van cobrando de nuevo vida. Las circunstancias que viven los israelitas en aquel momento son muy duras: viven en el destierro de Babilonia y su tierra natal ha sido conquistada y arrasada.
Se sienten como ese valle de huesos y sepulcros, en los que ya no hay lugar para la vida y la esperanza. Pero el oráculo del profeta asegura que, pese a todo, Dios no se olvida de su pueblo porque, como repetimos con el salmo, “Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”. Por eso Dios se compromete, dando su palabra al pueblo de que abrirá sus sepulcros, pondrá su espíritu en los que ahora se sienten muertos y vivirán; incluso serán restablecidos en su tierra”.
¿Nos fiamos de Dios, nos creemos su Palabra?, como le pregunta hoy el Señor a Marta, la hermana de Lázaro: ¿Crees esto de verdad, crees que yo soy la resurrección y la vida?
Estamos ya cerca de la Pascua de Cristo y la resurrección de Lázaro, que nos presenta el evangelio según san Juan, podemos considerarla un anuncio y una preparación de ella. Aunque es cierto que la resurrección de Cristo –y la que esperamos que sea la nuestra con él- es mucho más que esto; podemos decir que Lázaro vuelve a la vida por obra de Jesús pero después terminó experimentando la muerte, mientras que Jesús vuelve a la vida para no morir ya más. Como Él y en Él, nosotros resucitaremos gloriosos para no morir ya más.
En el evangelio de hoy destacan los sentimientos humanos y el poder divino, Jesús que llora como hombre la muerte de un amigo querido, ¡tantas lágrimas de duelo en estos días oscuros! y que, a la vez, se proclama, como Dios, la «resurrección y vida» .
Jesús se sentía como en su propia casa en Betania, con los tres hermanos, por eso cuando llega al cuarto día de estar enterrado Lázaro, es normal que llore, y es normal que Marta tenga la confianza suficiente para reprocharle “Si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”, ¿por qué no estabas? Jesús dialoga con ella, no le echa en cara su falta de fe o su osadía. Por medio de ese diálogo la conduce a la fe; porque María ya creía en la resurrección final, de los muertos al fin de los tiempos, pero Jesús anuncia que es él la resurrección y la vida de Dios ya ahora, no solo en los tiempos finales.
Cuando Jesús llama a Lázaro él sale fuera del sepulcro; cumple así lo que había prometido Yahvé Dios a su pueblo: “yo mismo abriré vuestros sepulcros, os infundiré mi espíritu y viviréis”. El Señor viene a traer vida que vence la muerte. Y nos pregunta hoy, en estas circunstancias duras que vivimos, como a la hermana Marta: ¿Crees esto, crees que soy la resurrección y la vida, que puedo vencer la muerte porque estoy resucitado con vosotros hasta el final?
Seguramente todos tenemos grabada la imagen reciente del Papa Francisco en la plaza de san Pedro solo bajo una lluvia fuerte. Su oración y sus palabras también fueron un aliento de fe y esperanza que llegó a los hogares del mundo entero. Podemos repetir algunas de estas bellas palabras, que enlazan tan bien con el mensaje de este domingo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
¡¡Feliz domingo quinto de Cuaresma para todos y mucho ánimo!!
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