jueves, 24 de diciembre de 2015

LA PALABRA SE HACE CARNE (meditación sobre la Navidad) 1º

Este es el texto de la meditación sobre el Misterio de la Navidad que hice el sábado 12 en las Jornadas sobre la Navidad de Robledo de Torío:

Del santo evangelio según san Juan 1, 1- 18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre,  lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:"Éste es de quien dije:'El que viene detrás de mí    pasa delante de mi, porque existía antes que yo.'"

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Cuando empecé a darme más cuenta de estas cosas y a reflexionar más, me llamó bastante la atención que el día de Navidad la Iglesia proponga como lectura del Evangelio en la misa este prólogo del evangelista Juan. Al comienzo de los evangelios sinópticos de Mateo y Lucas, el relato del nacimiento de Jesús es contado de un modo más asequible, porque se narra la historia con detalles exactos y comprensibles: la joven pareja de esposos que yendo de camino no encuentra posada en la aldea de Belén, los pastores que velan sus rebaños al raso y son los primeros destinatarios de la noticia, los magos astrólogos del Oriente que ven en el cielo signos que les ponen en camino…
Pero el evangelista Juan es distinto al resto: aquí no hay pastores, magos… ni siquiera el Niño. No se habla del bebe arropado en el regazo de su madre, sino de la Palabra, de la Palabra de Dios, su Verbo eterno, el que siempre ha estado junto a él y que ahora ha venido a vivir entre nosotros. Este texto, aunque en un principio nos resulte difícil de comprender, nos da las claves más profundas para entender qué celebramos verdaderamente en la Navidad; no pretende responder al cómo sucedió, sino al por qué sucedió: ¿por qué nace el Hijo de Dios como un niño?, ¿por qué creemos que en ese bebe desvalido el Hijo único del Dios verdadero, todopoderoso y creador, se ha hecho hombre?
Hoy es más necesario que nunca profundizar en estas preguntas si queremos encontrarle sentido a lo que vamos a vivir dentro de pocos días ya. Alguien dijo que a los cristianos nos han secuestrado la Navidad; para muchas personas es ya una fiesta del consumo, una fiesta vacía en la que todos nos deseamos felicidad, sin que muchos sepan ya por qué hay que estar felices. Ya hay hasta quien cambia el feliz navidad por un felices fiestas, como si fuera una sucesión encadenada de fiestas, de reuniones familiares en el invierno… pero una Navidad vacía de su significado más profundo, que es la Encarnación, termina siendo un caparazón vacío que nos deja también vacíos… el espíritu y hasta los bolsillos…
No vivimos buenos tiempos para la reflexión, eso es cierto, todos estamos llenos de estímulos, de reclamos, nos cuesta centrar la atención en algo más de un minuto. Hay un anuncio en la TV que seguro muchos habéis visto; a mí me llamó la atención… es una chica joven que vuelve en el autobús a casa, seguramente por Navidad y dice ¡Qué bien, tengo todo el viaje por delante para pensar, para meditar sobre mi vida, para reflexionar! A los dos segundos de silencio dice.. ya he terminado de reflexionar… voy a ver Narcos. Saca el móvil, se pone los auriculares y a ver una serie. Pues eso nos pasa un poco a todos hoy, que no nos paramos a reflexionar y así terminamos siendo superficiales… ya que tenemos este tiempo por delante nosotros vamos a intentarlo.


1º DIOS ES PALABRA

Los seres humanos no podemos vivir aislados, necesitamos relacionarnos y comunicarnos. Por eso la palabra es uno de los dones más preciados que poseemos, gracias a ella podemos salir al encuentro de los otros, expresar lo que llevamos dentro y establecer con ellos vínculos de amistad y colaboración. Cuando vemos que una persona nos niega la palabra nos duele mucho; es como si dijera que no existo para ella, porque si existimos con los demás es por medio de las palabras, comunicándonos.
El término griego que usa el evangelio de Juan es Logos, que se puede traducir como sabiduría y comunicación. Decir que Dios es Palabra es ya algo novedoso e increíble. 
Desde que el hombre es hombre, es un ser religioso, es decir un ser con razón o inteligencia, que se pregunta por el sentido de lo que existe y por el sentido de sí mismo. 
Algunos dicen que el hombre es hombre porque usa las cosas que le rodean en la naturaleza y las sabe transformar en su provecho, que es lo que se llama la cultura. Pero eso también lo hacen, a otro nivel obviamente, algunos animales: las hormigas cavan complejos túneles que son ciudades en miniatura, los castores cortan maderas y hacen presas en los ríos, los monos usan palos y piedras como nosotros los martillos y azadas. Nos asombra lo que la naturaleza logra hacer… lo que no hace ningún otro ser vivo, excepto nosotros, es preguntarse: ¿por qué existe algo en lugar de no existir nada? ¿Por qué existo yo cuando podría no existir?
El ser humano, desde que es tal, no se conforma con vivir adaptándose lo mejor posible al medio natural, sino que también se pregunta: ¿por qué? ¿Por qué yo, quien soy, de donde vengo y a dónde voy? Y descubre que está rodeado de un misterio que le trasciende: esa pregunta y esa admiración es el origen de toda religión. Y trata de encontrar respuestas, penetrando en ese misterio, no se conforma con no entender y seguir viviendo sin más. 
El hombre primitivo se asombra ante la fecundidad de su cuerpo, capaz de engendrar una nueva vida, semejante pero distinta a él, e intuye que hay detrás un misterio, una fuerza superior a la que llama dios o diosa de la fecundidad. 
Lo mismo le ocurre con los fenómenos de la naturaleza, frente a los que se siente tan débil con su cuerpo frágil e inventa un dios de la lluvia y del sol, del viento y del mar, de la caza y del fuego… así va descubriendo que está rodeado de dioses o potencias misteriosas, como le queramos llamar, que a veces le son favorables y otras destructoras. El politeísmo (poli-theos, muchos dioses), es la primera forma de religión natural del ser humano.
Pero en un tiempo y un lugar concreto, hace unos 4000 años en Arán, una región de la Baja Mesopotamia, hubo un hombre que vivió una experiencia distinta. Era Abraham, un pastor nómada, que creía como los demás en esa multitud de dioses, cada uno con su propio templo, pero que descubre que el misterio divino no está oculto en esta o aquella fuerza de la naturaleza, sino que está por encima de todas ellas, que hay un solo Dios que no tiene nada que ver con los ídolos que adoraba hasta entonces. Y, lo más increíble aún, descubre que Dios quiere comunicarse con él, ser su amigo, hablarle con palabras humanas que puede entender. Este Dios único que Abraham descubre no quiere permanecer escondido y misterioso, busca darse a conocer o revelarse. 

Comienza así una experiencia religiosa totalmente nueva en la historia de la humanidad: Dios escoge un pueblo descendiente de ese primer testigo, Abraham, el pueblo de Israel, con el que entabla una alianza, un pacto. Él los protegerá y cuidará, a pesar de ser una nación casi insignificante. A cambio les pide que lo escuchen, que se dejen conducir y se fíen de él. El primero que tiene que fiarse incondicionalmente es el mismo Abraham, al que pide salir de su tierra hacia lo desconocido con su mujer Saray, estéril; les promete lo que humanamente parece imposible: darles descendencia y hacer de ellos un pueblo numeroso como las estrellas del cielo. No deja que lo representen con ninguna imagen, porque no se le puede ver ni poseer, tampoco se puede comprar su voluntad y protección ni tenerlo de su parte con ritos y sacrificios; hay que escucharle, buscar su voluntad y seguirla. El nombre con el que se les da a conocer es enigmático Yahvé, que se puede traducir por “Yo soy el que soy” o “yo soy el que existe por sí mismo”. 

CONTINÚA.....

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