DEL CORAZÓN, Y NO DE LAS MANOS, BROTA LA PUREZA
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Después
de cinco domingos en los que hemos ido leyendo, de forma continuada, el
discurso sobre el Pan de Vida, gracias al cual hemos reflexionado ideas muy importantes
sobre la Eucaristía, el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo cambia
bastante.
Las
lecturas de hoy nos presentan la Ley de Dios como un camino de sabiduría y de
auténtica libertad. Los mandamientos de Dios, aunque se haya dicho a veces lo
contrario, no fueron dados para esclavizar al hombre, sino para otorgarle su auténtica
libertad, brindándole un camino de sabiduría por el que pueda conducirse con
rectitud. Las ideologías ateas del pasado siglo XX se esforzaron por sembrar la
idea falsa de que Dios y la fe cristiana hacen infeliz la vida del hombre y
que, sin estos, sería más libre y más auténtica.
Se
trata de una terrible mentira, ya que es, justamente, al contrario: la relación
con Dios es realmente la fuente de la alegría y de la paz humana y, sin sus
mandamientos, la vida humana se vuelve salvaje y desgraciada.
Moisés,
antes de que el pueblo de Israel entrara a la tierra prometida, les pide
recordar la Alianza y cumplir los mandamientos, porque en el cumplimiento de
esa ley está la auténtica sabiduría que deben buscar. Así, los pueblos vecinos
al ver cómo actúa el pueblo escogido por Dios, tendrán que decir con
admiración: "Esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente". Al
hacer la voluntad de Dios y vivir de un modo humano y recto, servirían de
orientación para los otros pueblos.
¿Puede
decirse que hoy somos una humanidad sabia e inteligente solo porque tenemos
avances técnicos, porque llevamos encima un teléfono y un reloj inteligentes o
porque accedemos continuamente a mucha información? La sabiduría para la
Biblia, como vemos bien en esta primera lectura, es otra cosa bien distinta: se
trata de cumplir de corazón la ley de Dios, que es fuente de alegría y vida
verdadera.
Lo
sabio es, incluso, preferir la ley de Dios a las leyes humanas, especialmente
si estas entran en conflicto. Por ejemplo, un médico al que la ley le permite
aplicar la eutanasia matando a un enfermo: ¿debe obedecer esta ley humana o
seguir la Ley de Dios y de la conciencia que le dice “no matarás”?
Las
leyes humanas, como las ideologías, las modas, las tendencias pasan… pero la
Ley de Dios es eterna; por eso dice la Palabra de Dios hoy: "son decretos
sabios y justos", que nos hacen mejores.
Aunque
en ocasiones la Ley de Dios, que siempre humaniza y libera, se ha mezclado con
normas humanas, que han podido convertirla en una carga pesada y difícil de
cumplir. Es lo que sucedía con los fariseos en el tiempo de Jesús.
Este
grupo encontraba su sentido de la vida en cumplir escrupulosamente las normas
de la religión judía, que ya no eran solo los mandamientos, sino que habían ido
complicándose con infinidad de preceptos que regulaban desde cómo comer hasta
cómo vestir, cómo actuar en la familia, cómo actuar en el día del sábado… y un
larguísimo etcétera.
Jesús
y los fariseos tuvieron muchos desencuentros, algunos de cargados de tensión y
violencia contra Jesús. No porque el Señor quisiera destruir la Ley religiosa
de Israel, sino porque buscaba purificarla, yendo a lo esencial y no haciendo
de lo secundario lo más importante, echando todo ese montón de normas sobre la
vida de la gente como una pesada losa que aplasta.
Hoy
el evangelio nos presenta uno de esos desencuentros: los discípulos comen sin
lavarse y purificarse las manos. El conflicto no viene por la higiene, sino por
la norma religiosa: para los fariseos el mundo de fuera es impuro y al
restregarse bien manos y ropas, no dejamos que lo impuro entre en nosotros. La
visión de Jesús es muy distinta y, por eso, sus discípulos viven con tanta
libertad.
No
es a la impureza de fuera a la que hay que atender, sino a la que brota del
corazón, del interior de cada uno. Jesús les reprocha su hipocresía,
porque se convierten en guardianes de todas esas normas religiosas y se olvidan
de que fue Dios quien dio las verdaderas normas a cumplir. Las maldades que
brotan del corazón son las que traen verdadera impureza, y no se arreglan
lavando meticulosamente las manos o el cuerpo.
Jesús
no quiere para sus discípulos una religión de apariencias ni preocupada tanto
de lo externo, como una religión que busca la continua conversión del corazón a
los mandatos justos de Dios, que son fuente de verdadera sabiduría.
Aunque
somos cristianos, siempre tenemos el riesgo de derivar hacia una religiosidad
superficial, de mera apariencia, de estar a buenas con Dios practicando un
poquito la fe lo que llamamos el "cumpli y miento". El Señor nos pide
algo más grande, más auténtico y más bonito que eso.
Nos
viene muy bien la exhortación que nos ha hecho la Carta de Santiago hoy:
"Aceptad con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es
capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os contentéis
con oírla, engañándoos a vosotros mismos".
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