HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA
Llegamos
al último domingo del adviento. El de este año ha sido especialmente corto,
porque en esta misma tarde estaremos celebrando las vísperas de la Navidad.
¿Qué camino hemos recorrido hasta llegar aquí?
El primer
domingo recibimos una invitación del Señor a despertarnos, a velar, porque no
podemos dejar que la vida se nos pase “sin pena ni gloria”, simplemente dejando
que se consuman los días. Es un tiempo demasiado valioso como para malgastarlo
viviendo con el espíritu y las ilusiones dormidas. Despertad y estad prontos al
servicio como el criado y el portero que cumplen el encargo recibido y están
listos para recibir a su señor en cuanto llegue.
El segundo
domingo dos profetas, Isaías y Juan Bautista nos decían que tenemos que
preparar una calzada al Señor que quiere llegar a nuestra vida cada día; que
pongamos ilusión por enderezar lo torcido y escabroso, allanar los montes y
levantar los valles. Nunca es tarde para hacer obras, para la conversión y la
mejora, aunque nos parezca que nuestros caminos interiores ya están viejos.
El tercer
domingo se nos invitó a la alegría por la cercanía del Salvador. Estad alegres
con la alegría que brota de la fe, de sabernos amados incondicionalmente por
Dios nuestro Padre. Juan Bautista se considera un testigo de la luz y nosotros
también estamos llamados a llevar luz a nuestro entorno, la luz de Jesús y su
evangelio.
Y en este cuarto
domingo el protagonismo es todo de la Virgen María. ¿Quién nos puede enseñar a
vivir la Navidad, el nacimiento del Salvador, mejor que ella? Si la miramos a
ella descubriremos qué es lo que verdaderamente importa en esta Navidad, que es
lo que nos llena de verdad el corazón, frente a promesas de alegría que nos
dejan vacíos y cansados.
Dios
quiere vivir en medio de nosotros. Esta podría ser la idea que recorre y une
las lecturas de hoy.
El gran
rey David reflexiona preocupado acerca del modo en el que está la morada de
Dios en Israel: el arca de la alianza está en una tienda, como durante toda la
travesía del desierto, mientras que él vive en una vivienda sólida y noble. El
arca de la alianza, que contenía las tablas de la Ley santa, era para Israel su
posesión más sagrada, ya que sobre ella reposaba la gloria de Dios.
Se da
cuenta de que lo más sagrado está en una humilde tienda mientras que él, que es
un simple hombre, aunque sea el rey, vive en una casa sólida y segura. Entonces
decide construir un templo majestuoso para que viva Dios, como si Dios pudiese
vivir en una morada hecha por hombres. La respuesta le llega a David a través
del profeta Natán: no puede ser contenido en un edificio hecho por manos
humanas quien es el Creador de todo. Pero por ese gesto de amor David va a ser
bendecido y de su linaje surgirá un reinado que durará para siempre.
Dios no
quiere habitar en un templo material, pero escoge, por gracia y amor, habitar
en nuestra humanidad. En lo más humilde de nuestra humanidad. María, una
muchacha pura de Nazaret, que aguarda como todos los pobres de Israel el cumplimiento
de las promesas y la venida del salvador, va a recibir la visita del ángel de
Dios.
Aquella
promesa que recibió David, aquella esperanza que sostuvieron los profetas aún
en las circunstancias más duras de la historia, aquella oración constante de
los pobres que claman por un Mesías, va a recibir por fin una respuesta.
Dios ha
puesto su mirada en la pobreza y sencillez, la ha escogido y la ha preparado. Y
cuenta con su sí para llevar adelante esta hermosa historia de salvación. Como
dice el apóstol Pablo en su carta, el misterio mantenido en secreto durante
siglos se ha manifestado ahora y trae para las naciones al Dios único.
Este últimas
horas del adviento debemos vivirlas con la Virgen María, participando de su
sorpresa, de su emoción, de su alegría indescriptible. ¿Cómo voy a ser la madre
del Salvador? Para Dios no hay nada imposible y María, la primera creyente, se
fía plenamente y le da al ángel esa respuesta que debe iluminar todas nuestras
respuestas de fe a la voluntad de Dios: Hágase en mí según tu palabra.
Hay un anuncio en la televisión, de tantos que intentan reclamar nuestra atención que dice algo así: “La Navidad, ¿es complicada o la complicamos nosotros? La respuesta nos la da María: la Navidad es emocionante, estremecedora, maravillosa, pero no es complicada ni es para los complicados. Es precisamente para los corazones más sencillos que simplemente quieren acoger a Dios hecho un niño.
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