TÚ, SEÑOR, ERES NUESTRO REY
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Concluimos un año litúrgico más, en el que hemos ido
celebrando los misterios de la vida del Señor: su nacimiento, su vida pública,
su pasión, muerte y resurrección. Todo lo que celebramos siempre está referido
a Jesucristo, que es el centro y el fundamento de nuestra vida como discípulos
suyos. Y terminamos proclamándolo como rey del universo, de cuanto existe, de
la historia humana y de nuestra propia vida.
Es verdad que la palabra rey aplicada a Jesús siempre
requiere una explicación. Si pensamos en el rey como un personaje poderoso y
rodeado de servidores, es evidente que Jesús no es un rey así. Cuando quisieron
proclamarle como rey terrenal las masas, asombradas por el poder de Dios que mostraba
con sus milagros, él se escapó, como nos dicen los evangelios que ocurrió en
varios momentos.
Pero él mismo dijo claramente que es rey; se lo dijo a Poncio
Pilato en el momento de mayor desvalimiento, cuando su vida estaba en las manos
de sus verdugos. Y lo dice cuando nos habla en el evangelio de hoy del juicio
final: las naciones de la tierra serán presentadas ante el Hijo del hombre, que
es el rey que ha de juzgar.
Para que podamos entender bien al Señor como rey, la Palabra
de Dios de esta fiesta lo presenta al mismo tiempo como pastor. El Dios Pastor
que profetiza Ezequiel en la primera lectura y que hemos aclamado con el salmo:
un pastor preocupado por su grey dispersa, que quiere cuidarla y liberarla, sacándola
de las tinieblas de la muerte. Ese buen pastor, como se llamará a sí mismo
Jesús, se preocupa de buscar la oveja perdida y descarriada, cura a la herida y
fortalece a la enferma.
El rey-buen pastor, que conoce a su grey a la perfección,
sabe distinguir y juzgar sin llevarse por apariencias o arbitrariedades,
separando a las ovejas de las cabras con un criterio claro y firme: si han
practicado como él la misericordia y la compasión con los prójimos necesitados
merecen el premio de la vida eternamente feliz. Si no lo han hecho, merecen la condenación
porque se han alejado de él.
En el relato del evangelio llaman poderosamente la atención
algunos aspectos del juicio:
En primer lugar, que el rey habla siempre en primera persona:
tuve hambre, tuve sed, fui forastero, estuve desnudo, enfermo o en la cárcel.
No dice que otros estuvieran hambrientos, sedientos o enfermos, sino que él mismo
padeció todo eso. Es decir, que se identifica plenamente con los sufrientes.
En segundo lugar, que tanto los que practicaron las obras de
misericordia, como los que no lo hicieron, se sorprenden mucho ante la
interpelación directa del rey juez y le preguntan: ¿Cuándo te vimos nosotros a
ti con esas necesidades?
El rey juez desvela el gran misterio: él ha estado siempre en
los prójimos necesitados. Lo que se hizo o se dejo de hacer con ellos, se hizo
o se dejó de hacer con él mismo. Esto ya va más allá del mandamiento de amar al
prójimo: es que, en realidad, el prójimo es Cristo, es él aunque no le podamos
reconocer. Por esto, el amor con el prójimo es amor a Dios y la indiferencia
con el prójimo es indiferencia para con Dios.
¿Queremos que Jesucristo sea nuestro rey y queremos entrar a
formar parte de su reino? Tenemos que vivir desde hoy mismo según la ley de su
Reino: el amor fraterno. No nos enseña otro camino ni debemos rebajar la fuerza
de su enseñanza. Al final de nuestra vida seremos juzgados únicamente sobre el
amor.
A veces perdemos el ánimo al ver cuánta violencia,
injusticia, abuso y desigualdad hay en nuestro mundo. ¿Merece la pena practicar
el bien, la compasión, el perdón, la caridad en un mundo así?
Esta fiesta de Jesucristo rey nos desvela el final de la
historia que aún no ha llegado: Cristo reinará y todos sus enemigos, que son todos
los enemigos del hombre, le serán sometidos, incluso el último enemigo a
derrotar, que será la muerte. La victoria de Cristo rey sobre el mal es segura
y nos conviene mucho formar parte desde ahora del bando triunfador. Nadie
quiere formar parte de un bando que tiene segura la derrota en un combate, pero
todos quieren formar parte del que va a vencer. Pues debemos estar en el bando
de Cristo, viviendo cada día según su Palabra y su mandamiento del amor.
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