Esta sencilla reflexión quiere
ayudarnos a entrar, con la mente y con el corazón, en el precioso tiempo
litúrgico del adviento, que se abrirá ante nosotros este próximo domingo.
Es realmente un tiempo precioso, y no
solo porque nos anuncia la inminente ternura de la Navidad, el nacimiento de un
niño adorable, que espera ser acogido y amado, al que reconocemos como el Emmanuel,
sino porque es un tiempo privilegiado para cultivar actitudes espirituales tan
importantes en la vida cristiana como son la vigilancia, la esperanza, la
conversión y la alegría. Siempre se ha dicho que es uno de los “tiempos
fuertes” del año litúrgico cristiano.
Para nuestra sociedad el adviento es ya
un tiempo desconocido; solo se habla de él en ambientes cristianos como este en
el que estamos, en los templos, en las catequesis y en las clases de religión.
Lo que importa para el mundo es adelantar la Navidad lo más posible, el
encendido de las luces, la decoración, los productos rebajados... Con ello se
busca únicamente aumentar de modo irracional el consumo, esperando de este lo
que no puede ofrecer: un sentido para estas fiestas navideñas.
Para muchos hermanos nuestros, aunque
lo intenten año tras año, como en aquel mito de Sísifo en que debía llevar
cuesta arriba la pesada piedra que volvía a rodar cuesta abajo, la Navidad resulta
una experiencia agotadora y frustrante. Se espera de ella lo que no puede
ofrecer cuando su centro ya no es el acontecimiento por el que merece la pena
que sea celebrada. Nuestra sociedad, en tantos aspectos ya post-cristiana, está
condenada a vivir una Navidad sin sentido por haberla despojado de su verdadero
centro, que es el nacimiento de Dios hecho hombre.
La Iglesia Madre nos recuerda a sus
hijos cada año que necesitamos de la preparación intensa del Adviento para disponernos
a la Navidad; en la medida en que lo vivamos con tensión espiritual de espera y
esperanza, la Navidad resultará más o menos significativa para nosotros. Un
buen Adviento, desde el punto de vista espiritual y cristiano, es garantía de
una buena Navidad, vivida con pleno sentido y hondura.
Necesitamos de estas cuatro semanas,
en las que la pedagogía de la liturgia de la Iglesia nos va llevando de la mano.
La liturgia tiene mucho de pedagogía de Dios y de su Iglesia con nosotros: no se
trata de celebrar acontecimientos del pasado como si fuesen aniversarios para
el recuerdo. El pasado es pasado y ya no cambia el presente, se dice con razón.
Pero en las celebraciones litúrgicas no hacemos una simple memoria, sino un
memorial, que actualiza la salvación que una vez se realizó en la historia de
la salvación. Lo que ya sucedió no vuelve a suceder, pero nosotros somos
introducidos al celebrar en esa corriente de gracia que no cesa, la historia de
la salvación.
Nos lo ha dicho el Papa Francisco en
su reciente carta sobre la liturgia Desiderio
desideravi: “La liturgia es lugar del encuentro con Cristo” y es el “Hoy de la historia de la salvación”. Lo
que ya sucedió al comienzo de la era cristiana se vuelve presente para nuestra
salvación. Es algo que descubrimos bien si nos detenemos a ver los prefacios de
las misas de la Navidad, que suelen ser oraciones que a los fieles les pasan
desapercibidas:
Prefacio II Navidad: Porque en el
misterio santo que hoy celebramos,
el que era invisible en su naturaleza se
hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo,
comparte nuestra vida temporal para
reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de
nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado.
Prefacio III Navidad: Por él, hoy resplandece el maravilloso
intercambio de nuestra redención: porque al asumir tu Verbo nuestra debilidad,
no sólo asume dignidad eterna
nuestra naturaleza humana, sino que esta unión admirable nos hace a nosotros eternos.
En ambos textos aparece repetido la
palabra “hoy” y los verbos están en presente: es el presente eterno de Dios del
que podemos participar a través de la liturgia de la Iglesia. Como dice el Papa
“aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia”.
Si el adviento es el itinerario pedagógico del que Dios se vale, por medio de la liturgia de la Iglesia, para acrecentar en nosotros la espera de su Hijo, lo mejor y lo más provechoso que podemos hacer, es acercarnos a cada uno de los mensajes que la Palabra de Dios nos ofrece, especialmente en los cuatro domingos que viviremos.
El primer domingo, 3 de diciembre, nos situará ante la primera actitud
espiritual propia del adviento: la vigilancia y la vela. El profeta Isaías
suplica la intervención de Dios, padre y libertador, en la historia humana:
¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
Aunque la humanidad se ha extraviado
en la impureza y en la injusticia y se marchita por la culpa, la compasión de
Dios le hará intervenir. Isaías dice que esa intervención será por amor del
Señor y recreará a los pueblos como el alfarero recrea la arcilla. La suplica
del profeta de Israel es escuchada, Dios rasga los cielos y desciende, pero no
en el modo en el que este esperaba, estremeciendo las montañas, sino con la
carne humana de Jesús.
Pero su súplica nos pone a nosotros,
creyentes del siglo XXI, en sintonía de seguir esperando, ahora ya la segunda y
definitiva venida del Señor.
Este es el mensaje fundamental del
primer domingo de adviento: estad atentos, vigilad, pues no sabéis cuál es el
momento. El mal criado se olvida de estar despierto a la llegada de su señor,
deja que su mente y corazón se emboten porque se retrasa y su regreso
inesperado le encuentra dormido. Jesús nos invita a lo contrario: la
vigilancia, vivir despiertos, siendo conscientes de que aguardamos aún su
manifestación definitiva, como nos dice el apóstol Pablo.
¿Cómo está nuestra esperanza? ¿Esperamos todavía algo? ¿Esperamos al
Señor que está cerca y su espera nos mantiene vivos y comprometidos con el
trabajo por su Reino?
En el segundo domingo, 10 de diciembre, el evangelio dará todo el protagonismo
a Juan Bautista y, con él, a la segunda actitud espiritual del adviento: la
conversión.
Ya el profeta Isaías, siglos antes, había anunciado que un hombre sería la voz de Dios que grita pidiendo a los hombres preparar el camino al Señor que ha de llegar: los valles de miedo y tristeza deben ser levantados, los montes elevados de orgullos y vanidades deben ser abajados, los caminos torcidos y escabrosos del pecado deben ser enderezados. Dios viene como pastor a apacentar a su rebaño, cuidando de las ovejas más débiles o perdidas. La austeridad en el desierto del Bautista lo identifica como esa voz que había sido profetizada: en el desierto bautiza con un lavado de purificación que dispone a acoger a quien bautiza con el fuego del Espíritu.
¿Cómo están los
caminos de nuestro corazón este adviento del 2023 para que el Señor esperado pueda
llegar a visitarnos con su salvación?
El domingo tercero, 17 de diciembre, el domingo Gaudete, será
diferente a los dos anteriores: la actitud espiritual a vivir es ya la alegría
porque el Señor está más cerca. El profeta Isaías desborda de gozo porque el
Señor le ha ungido derramando sobre él el Espíritu Santo, y enviándole a llevar
su compasión y salud a cuantos sufren. Desbordo de gozo con el Señor y me
alegro con mi Dios.
Juan Bautista vive la alegría de ser el
testigo de la luz y la voz que grita en el desierto. Todos podemos experimentar
esta alegría honda de evangelizar, de la que tantas veces nos ha hablado el
Papa Francisco desde el comienzo de su pontificado: la dulce alegría de haber
sido escogidos y enviados por el bautismo para proclamar la buena noticia que
necesita el mundo.
Pidamos ese don de la alegría evangélica al que nos exhorta también el
apóstol Pablo en su segunda lectura: “estad siempre alegres” y que es
compatible con las dificultades y sufrimientos de la vida, porque esta alegría
brota de la fe, no de la ausencia de problemas.
A partir del domingo tercero, que
este año será el 17 de diciembre, y hasta el 24, el adviento entra en una etapa
especial, las llamadas ferias mayores del adviento, que son los ocho días
previos a la Solemnidad de la Natividad del Señor; la liturgia se centra
entonces con mayor énfasis en la preparación de la conmemoración anual del
nacimiento del Redentor.
En el cuarto y último domingo el protagonismo será todo para la Virgen
María, que recibe el anuncio del ángel y la actitud espiritual a trabajar es la
espera activa y la acogida. El rey David recibe el anuncio profético de una
esperanza que debe aceptar por la fe, porque no la verá realizada, un reinado
definitivo sobre la casa de Israel de alguien de su descendencia, un rey que
reinará para siempre, al que Dios tendrá por hijo y que llamará a Dios Padre. ¿Cómo
será eso pues no conozco a varón? A la Virgen María le toca aceptar por la fe
los planes de Dios que le han sido revelados; en ella el anuncio encuentra la
fe más pura y firme “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
Palabra”.
En la Virgen María, protagonista del
último domingo del adviento, todas las actitudes espirituales propuestas para
las semanas anteriores, encuentran su plenitud. Ella es la virgen que vela, la
hija de Israel que, participando de las esperanzas y súplicas de los profetas
de su pueblo y de los pobres de la tierra, ora a Dios “ojalá rasgases el cielo
y descendieses, vinieses a visitar a tu pueblo”. En vela la encuentra el
anuncio del ángel del cielo de que va a ser la madre del esperado.
Ella nos estimula como nadie a vivir
la actitud de la conversión; no porque la necesite la que está preservada de
toda mancha de pecado, sino porque nos muestra por qué debemos enderezar sendas
y caminos: para ser una senda recta como ella por la que el Salvador pueda
venir a nuestro encuentro. En María, el plan salvador de Dios no encontró
obstáculo alguno, ninguna senda extraviada, ningún valle profundo ni montaña
empinada.
En ella la alegría es plena, es la
alegría honda de Dios que tienen aquellos que le pertenecen por entero y sin
reservas. En su Magnificat, con el que la Iglesia ora cada atardecer en el rezo
de vísperas, María proclama la grandeza del Señor y se alegra su espíritu en
Dios su salvador.
De la mano de la Virgen María y con
la liturgia que la Iglesia nos propone, especialmente en la Palabra de Dios de
los cuatro domingos, entremos con nuestros hermanos, experimentando la alegría
de caminar con otros y no solos, en este tiempo hermoso y siempre nuevo del
adviento, el tiempo de las promesas de Dios.
Ella es la que nos puede enseñar
mejor a vivirlo plenamente, como nos dice el Papa Francisco (mensaje adviento
2022):
Hermanos y hermanas, en este tiempo de Adviento, ¡sacudamos el letargo y despertemos del sueño! Preguntémonos: ¿soy consciente de lo que vivo, estoy alerta, estoy despierto? ¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por las cosas? Si no somos conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos preparados cuando venga al final de los tiempos. Por lo tanto, hermanos y hermanas, ¡permanezcamos vigilantes! Esperando que el Señor venga, esperando que el Señor se acerque a nosotros, porque está ahí, pero esperando: atentos. Y la Virgen Santa, Mujer de la espera, que supo captar el paso de Dios en la vida humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno. Nos ayude en este camino a estar atentos para esperar al Señor que está entre nosotros y pasa.
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