miércoles, 29 de noviembre de 2023

ADVIENTO: EL SEÑOR ESTÁ CERCA

 

 

Esta sencilla reflexión quiere ayudarnos a entrar, con la mente y con el corazón, en el precioso tiempo litúrgico del adviento, que se abrirá ante nosotros este próximo domingo.

Es realmente un tiempo precioso, y no solo porque nos anuncia la inminente ternura de la Navidad, el nacimiento de un niño adorable, que espera ser acogido y amado, al que reconocemos como el Emmanuel, sino porque es un tiempo privilegiado para cultivar actitudes espirituales tan importantes en la vida cristiana como son la vigilancia, la esperanza, la conversión y la alegría. Siempre se ha dicho que es uno de los “tiempos fuertes” del año litúrgico cristiano.

Para nuestra sociedad el adviento es ya un tiempo desconocido; solo se habla de él en ambientes cristianos como este en el que estamos, en los templos, en las catequesis y en las clases de religión. Lo que importa para el mundo es adelantar la Navidad lo más posible, el encendido de las luces, la decoración, los productos rebajados... Con ello se busca únicamente aumentar de modo irracional el consumo, esperando de este lo que no puede ofrecer: un sentido para estas fiestas navideñas.

Para muchos hermanos nuestros, aunque lo intenten año tras año, como en aquel mito de Sísifo en que debía llevar cuesta arriba la pesada piedra que volvía a rodar cuesta abajo, la Navidad resulta una experiencia agotadora y frustrante. Se espera de ella lo que no puede ofrecer cuando su centro ya no es el acontecimiento por el que merece la pena que sea celebrada. Nuestra sociedad, en tantos aspectos ya post-cristiana, está condenada a vivir una Navidad sin sentido por haberla despojado de su verdadero centro, que es el nacimiento de Dios hecho hombre.

La Iglesia Madre nos recuerda a sus hijos cada año que necesitamos de la preparación intensa del Adviento para disponernos a la Navidad; en la medida en que lo vivamos con tensión espiritual de espera y esperanza, la Navidad resultará más o menos significativa para nosotros. Un buen Adviento, desde el punto de vista espiritual y cristiano, es garantía de una buena Navidad, vivida con pleno sentido y hondura.

Necesitamos de estas cuatro semanas, en las que la pedagogía de la liturgia de la Iglesia nos va llevando de la mano. La liturgia tiene mucho de pedagogía de Dios y de su Iglesia con nosotros: no se trata de celebrar acontecimientos del pasado como si fuesen aniversarios para el recuerdo. El pasado es pasado y ya no cambia el presente, se dice con razón. Pero en las celebraciones litúrgicas no hacemos una simple memoria, sino un memorial, que actualiza la salvación que una vez se realizó en la historia de la salvación. Lo que ya sucedió no vuelve a suceder, pero nosotros somos introducidos al celebrar en esa corriente de gracia que no cesa, la historia de la salvación.

Nos lo ha dicho el Papa Francisco en su reciente carta sobre la liturgia Desiderio desideravi: “La liturgia es lugar del encuentro con Cristo” y  es el “Hoy de la historia de la salvación”. Lo que ya sucedió al comienzo de la era cristiana se vuelve presente para nuestra salvación. Es algo que descubrimos bien si nos detenemos a ver los prefacios de las misas de la Navidad, que suelen ser oraciones que a los fieles les pasan desapercibidas:

Prefacio II Navidad: Porque en el misterio santo que hoy celebramos, el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el Eterno, engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para reconstruir todo el universo al asumir en sí todo lo caído, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre descarriado.

Prefacio III Navidad: Por él, hoy resplandece el maravilloso intercambio de nuestra redención: porque al asumir tu Verbo nuestra debilidad, no sólo asume dignidad eterna nuestra naturaleza humana, sino que esta unión admirable nos hace a nosotros eternos.

En ambos textos aparece repetido la palabra “hoy” y los verbos están en presente: es el presente eterno de Dios del que podemos participar a través de la liturgia de la Iglesia. Como dice el Papa “aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia”.

Si el adviento es el itinerario pedagógico del que Dios se vale, por medio de la liturgia de la Iglesia, para acrecentar en nosotros la espera de su Hijo, lo mejor y lo más provechoso que podemos hacer, es acercarnos a cada uno de los mensajes que la Palabra de Dios nos ofrece, especialmente en los cuatro domingos que viviremos.

El primer domingo, 3 de diciembre, nos situará ante la primera actitud espiritual propia del adviento: la vigilancia y la vela. El profeta Isaías suplica la intervención de Dios, padre y libertador, en la historia humana: ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!

Aunque la humanidad se ha extraviado en la impureza y en la injusticia y se marchita por la culpa, la compasión de Dios le hará intervenir. Isaías dice que esa intervención será por amor del Señor y recreará a los pueblos como el alfarero recrea la arcilla. La suplica del profeta de Israel es escuchada, Dios rasga los cielos y desciende, pero no en el modo en el que este esperaba, estremeciendo las montañas, sino con la carne humana de Jesús.

Pero su súplica nos pone a nosotros, creyentes del siglo XXI, en sintonía de seguir esperando, ahora ya la segunda y definitiva venida del Señor.

Este es el mensaje fundamental del primer domingo de adviento: estad atentos, vigilad, pues no sabéis cuál es el momento. El mal criado se olvida de estar despierto a la llegada de su señor, deja que su mente y corazón se emboten porque se retrasa y su regreso inesperado le encuentra dormido. Jesús nos invita a lo contrario: la vigilancia, vivir despiertos, siendo conscientes de que aguardamos aún su manifestación definitiva, como nos dice el apóstol Pablo.

¿Cómo está nuestra esperanza? ¿Esperamos todavía algo? ¿Esperamos al Señor que está cerca y su espera nos mantiene vivos y comprometidos con el trabajo por su Reino?

En el segundo domingo, 10 de diciembre, el evangelio dará todo el protagonismo a Juan Bautista y, con él, a la segunda actitud espiritual del adviento: la conversión.

Ya el profeta Isaías, siglos antes, había anunciado que un hombre sería la voz de Dios que grita pidiendo a los hombres preparar el camino al Señor que ha de llegar: los valles de miedo y tristeza deben ser levantados, los montes elevados de orgullos y vanidades deben ser abajados, los caminos torcidos y escabrosos del pecado deben ser enderezados. Dios viene como pastor a apacentar a su rebaño, cuidando de las ovejas más débiles o perdidas. La austeridad en el desierto del Bautista lo identifica como esa voz que había sido profetizada: en el desierto bautiza con un lavado de purificación que dispone a acoger a quien bautiza con el fuego del Espíritu. 

¿Cómo están los caminos de nuestro corazón este adviento del 2023 para que el Señor esperado pueda llegar a visitarnos con su salvación?

El domingo tercero, 17 de diciembre, el domingo Gaudete, será diferente a los dos anteriores: la actitud espiritual a vivir es ya la alegría porque el Señor está más cerca. El profeta Isaías desborda de gozo porque el Señor le ha ungido derramando sobre él el Espíritu Santo, y enviándole a llevar su compasión y salud a cuantos sufren. Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios.

Juan Bautista vive la alegría de ser el testigo de la luz y la voz que grita en el desierto. Todos podemos experimentar esta alegría honda de evangelizar, de la que tantas veces nos ha hablado el Papa Francisco desde el comienzo de su pontificado: la dulce alegría de haber sido escogidos y enviados por el bautismo para proclamar la buena noticia que necesita el mundo.

Pidamos ese don de la alegría evangélica al que nos exhorta también el apóstol Pablo en su segunda lectura: “estad siempre alegres” y que es compatible con las dificultades y sufrimientos de la vida, porque esta alegría brota de la fe, no de la ausencia de problemas.

A partir del domingo tercero, que este año será el 17 de diciembre, y hasta el 24, el adviento entra en una etapa especial, las llamadas ferias mayores del adviento, que son los ocho días previos a la Solemnidad de la Natividad del Señor; la liturgia se centra entonces con mayor énfasis en la preparación de la conmemoración anual del nacimiento del Redentor.

En el cuarto y último domingo el protagonismo será todo para la Virgen María, que recibe el anuncio del ángel y la actitud espiritual a trabajar es la espera activa y la acogida. El rey David recibe el anuncio profético de una esperanza que debe aceptar por la fe, porque no la verá realizada, un reinado definitivo sobre la casa de Israel de alguien de su descendencia, un rey que reinará para siempre, al que Dios tendrá por hijo y que llamará a Dios Padre. ¿Cómo será eso pues no conozco a varón? A la Virgen María le toca aceptar por la fe los planes de Dios que le han sido revelados; en ella el anuncio encuentra la fe más pura y firme “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.

En la Virgen María, protagonista del último domingo del adviento, todas las actitudes espirituales propuestas para las semanas anteriores, encuentran su plenitud. Ella es la virgen que vela, la hija de Israel que, participando de las esperanzas y súplicas de los profetas de su pueblo y de los pobres de la tierra, ora a Dios “ojalá rasgases el cielo y descendieses, vinieses a visitar a tu pueblo”. En vela la encuentra el anuncio del ángel del cielo de que va a ser la madre del esperado.

Ella nos estimula como nadie a vivir la actitud de la conversión; no porque la necesite la que está preservada de toda mancha de pecado, sino porque nos muestra por qué debemos enderezar sendas y caminos: para ser una senda recta como ella por la que el Salvador pueda venir a nuestro encuentro. En María, el plan salvador de Dios no encontró obstáculo alguno, ninguna senda extraviada, ningún valle profundo ni montaña empinada.

En ella la alegría es plena, es la alegría honda de Dios que tienen aquellos que le pertenecen por entero y sin reservas. En su Magnificat, con el que la Iglesia ora cada atardecer en el rezo de vísperas, María proclama la grandeza del Señor y se alegra su espíritu en Dios su salvador.

De la mano de la Virgen María y con la liturgia que la Iglesia nos propone, especialmente en la Palabra de Dios de los cuatro domingos, entremos con nuestros hermanos, experimentando la alegría de caminar con otros y no solos, en este tiempo hermoso y siempre nuevo del adviento, el tiempo de las promesas de Dios.

Ella es la que nos puede enseñar mejor a vivirlo plenamente, como nos dice el Papa Francisco (mensaje adviento 2022):

Hermanos y hermanas, en este tiempo de Adviento, ¡sacudamos el letargo y despertemos del sueño! Preguntémonos: ¿soy consciente de lo que vivo, estoy alerta, estoy despierto? ¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por las cosas? Si no somos conscientes de su venida hoy, tampoco estaremos preparados cuando venga al final de los tiempos. Por lo tanto, hermanos y hermanas, ¡permanezcamos vigilantes! Esperando que el Señor venga, esperando que el Señor se acerque a nosotros, porque está ahí, pero esperando: atentos. Y la Virgen Santa, Mujer de la espera, que supo captar el paso de Dios en la vida humilde y oculta de Nazaret y lo acogió en su seno. Nos ayude en este camino a estar atentos para esperar al Señor que está entre nosotros y pasa.

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