ESTARÉ SIEMPRE CON VOSOTROS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
A los cuarenta días de su resurrección, después de haber
confirmado en la fe a sus discípulos y de haberles
encomendado continuar con la misión del Reino, el Señor Jesús resucitado
asciende a los cielos. Vuelve al Padre, como les había anunciado, "ahora me
vuelvo al Padre".
Del Padre Dios vino un día, descendiendo desde su ser de Dios hasta nuestra naturaleza humana para compartirla, para hacerse uno con nosotros, Emmanuel.
No se ahorró ninguna de las experiencias que implica ser hombre,
las buenas y las malas, todas las vivió como uno de nosotros. A los hombres, que
siempre luchamos por ascender, por tener más, por poder más, por saber más que el
resto, nos mostró con el ejemplo de su vida que la alegría verdadera está en
descender, por amor, hacia el que está más abajo: "este es el primero entre
vosotros, el que sirve al resto".
El Resucitado asciende al cielo, vuelve al Padre, porque ya
su misión ha concluido: ha dejado formada una pequeña Iglesia que guardará sus
palabras y continuará sus obras. Anunciará la Buena Noticia a los pobres,
sanará a los enfermos, liberará a los oprimidos, reconciliará a los pecadores.
Esta pequeña comunidad de hermanos que se quieren será la levadura que
fermentará el mundo entero, poco a poco, hasta que Él regrese.
No les deja solos, porque seguirá entre ellos, solo que de
otro modo. Ya no van a poder verle ni tocarle, pero los signos de su presencia
quedarán permanentemente, especialmente aquellos que mostró a los dos
discípulos en el camino a Emaús: la comunidad reunida en su nombre, la Palabra
viva y la Fracción del Pan. Cada vez que quieran encontrarle, podrán hacerlo
ahí.
Y acompañará para siempre a sus discípulos, cumpliendo su
promesa de estar con ellos todos los días hasta el fin del mundo, mediante su
Espíritu Santo, defensor y maestro, que no solo va a estar con sus creyentes,
sino que va a habitar dentro de ellos.
La Ascensión que hoy celebramos no es, por tanto, una
despedida, sino el comienzo de un tiempo nuevo. Si el Resucitado no se hubiese
ido de este modo, volviendo al Padre ante los ojos de sus discípulos, estos no
se hubieran responsabilizado nunca de la misión encomendada. Es necesario que
le vean partir para que entiendan que comienza el tiempo del Espíritu y de la
Iglesia.
La escena ocurre en un monte, del que no conocemos el nombre.
El monte es lugar de manifestación de Dios en el Antiguo Testamento, y lo es en
el tiempo de Cristo, porque en el monte enseña el programa de vida para sus
discípulos, las bienaventuranzas, y en el monte se transfigura ante ellos.
Es un monte de Galilea, el lugar donde comenzó su vida
pública y donde tienen que comenzar su misión los discípulos. La Galilea de los
gentiles, que decían despectivamente, porque se la consideraba una zona de poca
religiosidad; pero Jesús dijo que no había venido a buscar a los sanos, sino a
los enfermos, a los pecadores antes que a los justos que no lo necesitan.
Las últimas palabras que les dirige son un mandato para la
Iglesia de todos los tiempos: Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo es introducir en la vida de amor de Dios, en su comunión. De modo que el
bautizado sigue viviendo en el mundo, pero con la vida divina en él. Además de
bautizar hay que enseñar a los bautizados todo lo que Jesús nos ha enseñado,
ayudándoles a profundizarlo y a vivirlo.
Esta misión nos toca a todos. Estas palabras van para todos,
cada cual según su carisma, su lugar y tarea en el mundo y en la Iglesia.
La Ascensión no es una escena de despedida.
Jesucristo nos
pasa el relevo para continuar la obra que él inició: transformar este mundo en
el Reino de Dios. Es la mejor prueba de que, aunque conoce nuestras
limitaciones e incoherencias, confía plenamente en nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.