COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hay
algunos domingos como este, en los que las lecturas nos ofrecen tantos puntos
interesantes, que cuesta quedarse con uno solo. La Palabra de Dios es siempre
lo suficientemente actual como para sugerirnos cosas que nos valgan para
nuestra vida diaria de fe.
Lo que
sucede es que hay que saber abrir los oídos y sobre todo el corazón para
acogerla y para que esta palabra llegue a lo más profundo de nosotros.
Hoy
aparecen, tanto en la primera lectura como en el evangelio, unos creyentes que
se creen en posesión exclusiva de los dones de Dios y de su salvación. Cuando
alguno de fuera de su grupo realiza también signos buenos de profecía o de
liberación del mal, en lugar de reconocer que son obras de Dios, quieren
impedírselo. Así querían impedírselo a los dos israelitas que profetizaban porque
habían recibido el Espíritu y a uno que expulsaba demonios en el nombre de
Jesús sin pertenecer a su grupo de discípulos.
Nosotros
tenemos que tener bien claro, y la Palabra de Dios nos lo repite continuamente,
que el mensaje de Jesucristo es universal. Y que Dios sembró su amor, su
Palabra, sus dones, más allá de los límites de Israel y lo hace, también hoy, más
allá de los límites de la Iglesia. Nosotros tenemos la maravillosa suerte de
pertenecer a la Iglesia de Jesucristo y de sus apóstoles por el bautismo y por
la fe. Pero, por supuesto que hay muchas otras personas, creyentes de otras
religiones, o incluso sin fe, que hacen mucho bien, que son generosas,
misericordiosas, que viven el espíritu de las Bienaventuranzas, aunque no
reconozcan a Jesucristo como el Salvador o no tengan el don de la fe.
Nunca
debemos tener celos del bien que hacen los demás, ni querer quitarle mérito a
las obras buenas de otros sólo porque no son de los nuestros. Eso sería una
ceguera sectaria que Jesús no admite en sus discípulos. Al contrario,
agradezcamos a Dios que actúa con su Espíritu moviendo a hacer el bien a
muchos, aunque aún no le reconozcan. Todo el bien que se hace en el mundo, todo
servicio desinteresado, todo amor auténtico, abre camino al Reino de Dios en el
mundo.
En la
segunda parte del evangelio, Jesús, utilizando un lenguaje apropiado para
llamar la atención, pero no para que lo tomemos al pie de la letra, nos dice
que ser fieles a lo que él nos pide no es fácil y nos exigirá mucha renuncia y
mucho sacrificio. Renuncia y sacrificio que no pasa porque tenga que cortarme
las manos, y sacarme los ojos, sino que pasa por los esfuerzos que debo hacer
para dejar de lado las cosas malas que hay en mí, que sé que están mal, y que
me cuesta tanto dejar de hacer. Ese es el sacrificio necesario que Jesús me
pide para que sea más libre y lleve una vida más plena y auténtica. Jesús con
estas palabras no quiere ni asustarnos, ni meternos el miedo en el cuerpo, sino
que nos motiva y nos anima a la conversión, nos anima a ser mejores.
Y, desde
luego que si algo debe evitar un cristiano es enriquecerse a costa de otros, y cegarse
en sus bienes materiales como si estos fueran el sentido de su vida. Bien claro
nos lo ha dicho hoy el apóstol Santiago en la segunda lectura. Necesitamos los
bienes, es bueno cuidarlos y no malgastarlos. Pero no olvidemos que, si tenemos
la suerte de tenerlos, son también una oportunidad para compartir y hacer el
bien con ellos. Porque al final de nuestras vidas no nos los llevaremos con
nosotros. Como dice esa canción tantas veces escuchada: al atardecer de la vida
me examinarán del amor.
Acojamos
la Palabra de Dios en este domingo y pidamos a Dios la gracia de poder vivirla
durante la semana que va a comenzar.
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