jueves, 9 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Puede que aún recordemos algo del evangelio que se nos proclamó el domingo pasado: Jesús en tierra pagana, en la Decápolis, cura a un sordomudo con su Palabra y realizando sobre él signos físicos como tocarle la boca y los oídos. Pero hay algo que dice esa escena evangélica que quizás nos llama bastante la atención: Jesús prohibió al sordomudo ya curado, que contara a la gente sobre aquel milagro. Esta prohibición de Jesús de que se divulgue aparece en bastantes momentos en los evangelios y se le llama el “secreto mesiánico”

¿Por qué? Porque existía el peligro cierto de deformar la obra de Jesús, de olvidar que vino a realizar el Reino por el camino de la humildad, el silencio y la cruz. No quiere el Señor que le confundan aquellas gentes con un curandero, con un milagrero o con un Mesías poderoso y triunfante.

Cuando, en el evangelio de hoy, Jesús les pregunta a los discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”  ya vemos que las respuestas son de lo más diversas: Juan Bautista que ha vuelto a la vida, Elías, el profeta de los últimos tiempos, uno de los profetas…. Ya entonces Jesús era motivo de opiniones encontradas, los que le seguían, los que le perseguían, los que le amaban, los que le odiaban.

En cada tiempo el Señor nos lanza la misma pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Porque hay tantos que no le conocen, que sólo les resulta un nombre conocido de la historia y de la cultura…. Quizás un buen hombre, un ideólogo particular, un reformador de su tiempo… pero, de ahí a reconocerle como el Señor y Salvador hay mucha distancia. Por eso, tenemos confiada la misión de anunciar a Jesucristo a los hombres y mujeres de este tiempo nuestro… y no podemos estar tranquilos si no lo hacemos, empezando por los que tenemos más cercanos.

Pero el Señor continúa preguntando, ya que no basta con saber quién dice la gente que es él… es necesario saber quién es para los discípulos: “Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”

Pedro, como el primero entre los apóstoles, confiesa: Tú eres el Mesías. Pero el problema viene cuando Jesús les dice que su misión de Mesías pasa por salvar sufriendo, dando la vida, en medio de rechazos, y todo ello hecho por amor…. Entonces Pedro no lo acepta. Porque ni queremos sufrir ni queremos que sufran los nuestros. Y, sin embargo, el plan de Dios para salvarnos pasa por la entrega de la vida de su Hijo en la cruz, que es el Siervo de Yahvé Dios que anunciaba Isaías en la primera lectura, el que no esconde el rostro ante ultrajes ni salivazos ni la espalda ante los golpes. ¡Y sin cruz no hay salvación!; esto es así y no puede cambiar, es la verdad más central de nuestra fe cristiana.

Que difícil aceptar esto de corazón; lo era para Pedro y, todavía más, lo es para nosotros en el siglo XXI; hoy vivimos el boom de las terapias, de la autoayuda, de los eslóganes como “pare de sufrir” o “quítese años de encima y sea siempre joven, sano y guapo”.

Los portales y canales de Youtube y las redes sociales están llenos de técnicas de relajación y cosas parecidas, para lograr vivir una vida relajada, feliz, sin cruz. Esto contrasta mucho con el evangelio de hoy. Ese "Pare de sufrir" no concuerda mucho con "Si alguno quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Nos queremos engañar pensando que podemos huir del sufrimiento y de la cruz, aunque sabemos bien que no se puede, forma parte de la vida humana y, también, del seguimiento de Jesucristo.

Viktor Frankl, que fue un psicólogo judío que sobrevivió al campo de Auschwitz, decía que lo que acaba con el hombre no es el sufrimiento, sino el sufrimiento al que no se le encuentra sentido. Este forma parte de la vida humana, y se le puede aceptar o no aceptar, cargándolo igualmente, pero como un peso aún más incómodo.

La invitación de Jesús no es a buscar el sufrimiento porque sí, ya que él tampoco lo hizo, sino a seguirle cargando la cruz que trae ese seguimiento en la vida cotidiana, sin querer huir de lo que supone ser cristiano de forma coherente. Escapar no trae la salvación, caminar tras Jesús aceptando las dificultades sin perder la paz sí es fuente de una vida más plena.

Esta bonita historia es oportuna para hoy:

Cuentan que un hombre un día le dijo a Jesús:

- "Señor: ya estoy cansado de llevar la misma cruz en mi hombro, es muy pesada y muy grande para mi estatura".

Jesús amablemente le dijo:

- "Si crees que es mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la cruz que más se adapte a ti"

El hombre entró y vio una cruz pequeña, pero muy pesada que se le encajaba en el hombro y le lastimaba, buscó otra, pero era muy grande y muy liviana y le hacía estorbo, tomó otra, pero era de un material que raspaba, buscó otra, y otra, y otra.... hasta que llegó a una que sintió que se adaptaba a él, a sus hombros. Salió muy contento y dijo:

- "Señor, he encontrado la que más se adapta a mí, muchas gracias por el cambio que me permitiste".

Jesús le mira sonriendo y le dice:

- "No tienes nada que agradecer, has tomado exactamente la misma cruz que traías, tu nombre está inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no puedas soportar porque te ama y tiene un plan de salvación para tu vida"

Si la cruz que ahora cargamos no tiene sentido, a lo mejor lo que sucede es que vamos cargando con una cruz sin Cristo, y así se vuelve muy pesada; pero no significa que no sea la nuestra o que supere nuestras fuerzas.

Demos gracias al Señor que, con su Palabra viva, nos enseña en este domingo: no nos quiere engañar con falsas promesas de una vida sin cruz, pero nos enseña a que esta, aceptada con amor, es fuente de salvación como lo fue la suya. Además, nunca llevaremos su peso solos, él la lleva con cada uno de nosotros.

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