COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Puede que aún recordemos algo del evangelio que se nos proclamó el domingo pasado: Jesús en tierra pagana, en la Decápolis, cura a un sordomudo con su Palabra y realizando sobre él signos físicos como tocarle la boca y los oídos. Pero hay algo que dice esa escena evangélica que quizás nos llama bastante la atención: Jesús prohibió al sordomudo ya curado, que contara a la gente sobre aquel milagro. Esta prohibición de Jesús de que se divulgue aparece en bastantes momentos en los evangelios y se le llama el “secreto mesiánico”
¿Por qué? Porque existía el peligro cierto de deformar la obra de Jesús, de olvidar que vino a realizar el Reino por el camino de la humildad, el silencio y la cruz. No quiere el Señor que le confundan aquellas gentes con un curandero, con un milagrero o con un Mesías poderoso y triunfante.
Cuando, en el evangelio de hoy, Jesús les pregunta a los discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” ya vemos que las respuestas son de lo más diversas: Juan Bautista que ha vuelto a la vida, Elías, el profeta de los últimos tiempos, uno de los profetas…. Ya entonces Jesús era motivo de opiniones encontradas, los que le seguían, los que le perseguían, los que le amaban, los que le odiaban.
En cada tiempo el Señor nos lanza la misma pregunta: “¿Quién dice
la gente que soy yo?” Porque hay tantos que no le conocen, que sólo les resulta
un nombre conocido de la historia y de la cultura…. Quizás un buen hombre, un
ideólogo particular, un reformador de su tiempo… pero, de ahí a reconocerle
como el Señor y Salvador hay mucha distancia. Por eso, tenemos confiada la
misión de anunciar a Jesucristo a los hombres y mujeres de este tiempo nuestro…
y no podemos estar tranquilos si no lo hacemos, empezando por los que tenemos
más cercanos.
Pero el Señor continúa preguntando, ya que no basta con saber quién
dice la gente que es él… es necesario saber quién es para los discípulos: “Y
vosotros, ¿Quién decís que soy yo?”
Pedro, como el primero entre los apóstoles, confiesa: Tú eres el
Mesías. Pero el problema viene cuando Jesús les dice que su misión de Mesías
pasa por salvar sufriendo, dando la vida, en medio de rechazos, y todo ello
hecho por amor…. Entonces Pedro no lo acepta. Porque ni queremos sufrir ni
queremos que sufran los nuestros. Y, sin embargo, el plan de Dios para
salvarnos pasa por la entrega de la vida de su Hijo en la cruz, que es el
Siervo de Yahvé Dios que anunciaba Isaías en la primera lectura, el que no
esconde el rostro ante ultrajes ni salivazos ni la espalda ante los golpes. ¡Y
sin cruz no hay salvación!; esto es así y no puede cambiar, es la verdad más
central de nuestra fe cristiana.
Que difícil aceptar esto de corazón; lo era para Pedro y, todavía
más, lo es para nosotros en el siglo XXI; hoy vivimos el boom de las terapias,
de la autoayuda, de los eslóganes como “pare de sufrir” o “quítese años de
encima y sea siempre joven, sano y guapo”.
Los portales y canales de Youtube y las redes sociales están
llenos de técnicas de relajación y cosas parecidas, para lograr vivir una vida
relajada, feliz, sin cruz. Esto contrasta mucho con el evangelio de hoy. Ese
"Pare de sufrir" no concuerda mucho con "Si alguno quiere
seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame". Nos queremos
engañar pensando que podemos huir del sufrimiento y de la cruz, aunque sabemos
bien que no se puede, forma parte de la vida humana y, también, del seguimiento
de Jesucristo.
Viktor Frankl, que fue un psicólogo judío que sobrevivió al campo
de Auschwitz, decía que lo que acaba con el hombre no es el sufrimiento, sino
el sufrimiento al que no se le encuentra sentido. Este forma parte de la vida
humana, y se le puede aceptar o no aceptar, cargándolo igualmente, pero como un
peso aún más incómodo.
La invitación de Jesús no es a buscar el sufrimiento porque sí, ya
que él tampoco lo hizo, sino a seguirle cargando la cruz que trae ese
seguimiento en la vida cotidiana, sin querer huir de lo que supone ser
cristiano de forma coherente. Escapar no trae la salvación, caminar tras Jesús
aceptando las dificultades sin perder la paz sí es fuente de una vida más
plena.
Esta bonita historia es oportuna para
hoy:
Cuentan que un hombre un
día le dijo a Jesús:
- "Señor: ya estoy
cansado de llevar la misma cruz en mi hombro, es muy pesada y muy grande para
mi estatura".
Jesús amablemente le
dijo:
- "Si crees que es
mucho para ti, entra en ese cuarto y elige la cruz que más se adapte a ti"
El hombre entró y vio una
cruz pequeña, pero muy pesada que se le encajaba en el hombro y le lastimaba,
buscó otra, pero era muy grande y muy liviana y le hacía estorbo, tomó otra,
pero era de un material que raspaba, buscó otra, y otra, y otra.... hasta que
llegó a una que sintió que se adaptaba a él, a sus hombros. Salió muy contento
y dijo:
- "Señor, he
encontrado la que más se adapta a mí, muchas gracias por el cambio que me
permitiste".
Jesús le mira sonriendo y
le dice:
- "No tienes nada que agradecer, has tomado exactamente la misma cruz que traías, tu nombre está inscrito en ella. Mi Padre no permite más de lo que no puedas soportar porque te ama y tiene un plan de salvación para tu vida"
Si la cruz que
ahora cargamos no tiene sentido, a lo mejor lo que sucede es que vamos cargando
con una cruz sin Cristo, y así se vuelve muy pesada; pero no significa que no
sea la nuestra o que supere nuestras fuerzas.
Demos gracias
al Señor que, con su Palabra viva, nos enseña en este domingo: no nos quiere
engañar con falsas promesas de una vida sin cruz, pero nos enseña a que esta,
aceptada con amor, es fuente de salvación como lo fue la suya. Además, nunca
llevaremos su peso solos, él la lleva con cada uno de nosotros.
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