jueves, 2 de septiembre de 2021

DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)

 


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La mayoría del tiempo de su vida pública Jesús la pasó en la tierra de Israel, entre sus paisanos. Pero el evangelio de hoy nos lo presenta adentrándose en tierra de paganos, un territorio que entonces se llamaba la Decápolis y que hoy sería la actual Jordania. Para nosotros decir tierra de paganos no significa nada, pero en este tiempo significaba una zona salvaje, en la que no se sigue la ley judía; un terreno en el que un hebreo piadoso evitaría hasta entrar porque significa contaminarse. Pero allí va Jesús, que no teme a los juicios de los hombres y actúa con la libertad de Dios mismo.

Va allí donde hay personas. Hoy no necesitamos ir lejos para encontrar personas que no saben ya casi nada de Jesús, que nunca se les ha anunciado con convicción el Evangelio, que nunca han tenido una experiencia de fe. Los tenemos entre nosotros, en nuestras casas, en nuestras familias, pueblos, trabajos, lugares de estudio….

Y podemos retraernos y pensar: ¿Para qué voy a decirles nada si no van a escuchar? O podemos obrar como Cristo y traspasar esas fronteras para llegar a las personas dando testimonio de creyentes en Jesús, de ser miembros de la Iglesia, en la que hay sitio para todos.

 Así actuó Jesús y por eso estaba en aquellas tierras de paganos. Seguro que el eco de las curaciones y milagros ya había llegado allí y le presentan a un hombre sordo y mudo. Sin la protección que hoy se le da en nuestra sociedad a los discapacitados, podemos imaginar que la vida de aquel hombre sería durísima, condenado al aislamiento, a la miseria, a vivir de la caridad de otros. No puede relacionarse con los demás, vive en aislamiento forzoso, sin experimentar lo que significa ser hombre con otros.

Vemos dos detalles importantes en la actuación de Jesús: se lo lleva aparte y le toca.

Se lo lleva aparte porque no busca una curación convertida en espectáculo, lo hace por respeto al enfermo y porque el bien es mejor si es silencioso. Justamente hoy celebramos la fiesta de santa Teresa de Calcuta, una santa de nuestros días, dedicada en cuerpo y alma a los últimos entre los últimos de la India; ella practicaba la caridad sin publicidad y, si aceptó ser conocida, fue para poder dar visibilidad al sufrimiento de los que cuidaba y para que así pudiera llegarles más ayuda. Es el estilo de Jesús: la semilla del Reino que crece calladamente, pero que va transformándolo todo.

Cuando está aparte con él le toca; cuantos habrían tocado a aquel hombre para burlarse de él, para empujarlo, para robarle, para maltratarle, porque no podía quejarse. Jesús le toca con mucho cariño la lengua y los oídos y se los abre para que pueda comunicarse, para que pueda dar gloria a Dios, hablar con otros, compartir, llevar una vida más humana.

Jesús podía haber pasado de largo, en realidad estaba allí solo de paso. Pero ver a aquel hombre tan necesitado no le deja indiferente, le da lo que más necesita, lo restablece y lo salva.

Tenemos que tener mucho cuidado con pensar que hay personas que cuentan y otras que no... Cuando el Papa Francisco nos advierte de que debemos luchar contra la sociedad del descarte, nos está hablando de esto.  Hay personas que son muy importantes, que convertimos en ídolos de los que nos importa todo, y otros, a veces los que tenemos más cerca, los consideramos invisibles, no nos importa lo que les pasa, lo que sienten, lo que viven, lo que esperan. Les descartamos, como descartado estaba el sordomudo del evangelio hasta que llegó Jesús. 

El apóstol Santiago, en la segunda lectura, advierte de que las parcialidades no caben entre cristianos, no puede haber personas de primera y personas de segunda si miramos a los demás como Cristo nos mira, como a hijos amados de Dios.

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