COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA:
Aunque hoy lo tengamos tan
presente y no nos apetezca ni hablar de ella, la enfermedad es algo que
acompaña la vida humana desde siempre, puesto que somos seres temporales, que
pasan, y mucho más débiles de lo que solemos creernos.
También en la Biblia aparece
continuamente este reto de la enfermedad, como un mal que pone en peligro la
felicidad humana. Tanto en la primera lectura, tomada del libro del Levítico,
escrito unos quinientos años antes del nacimiento de Cristo, como en el
Evangelio aparece una de las enfermedades más temidas por el hombre antiguo: la
lepra.
Pero las consecuencias para el
enfermo eran terribles: pasaba a estar aislado de su familia, de su gente, solo
podía estar en compañía de otros leprosos y fuera de los pueblos y ciudades.
Además, con la mentalidad israelita de que las enfermedades son un castigo de
Dios, una enfermedad tan temible tenía que ser el castigo de un gran pecado;
por eso se le consideraba religiosamente impuro, no podía frecuentar las
oraciones con el resto, quedaba señalado, y solo los sacerdotes hebreos podían
decretar su sanación y su vuelta a la sociedad y a la religión.
Se protegía a la comunidad, pero
se dañaba gravemente la dignidad y los sentimientos del enfermo concreto. Unían
al dolor físico el dolor moral de la marginación y la exclusión total.
En esto, como en tantas
otras cosas, Jesucristo trae la novedad de Dios que quiere la felicidad y la
plenitud de todos sus hijos e hijas sin excepción ni barrera alguna. Confiado en
su actitud misericordiosa, en su bondad, el enfermo se acerca a Jesús, haciendo
lo que según la ley del Levítico no podía hacer. Lo hace con confianza y
humildad, reconociendo la capacidad de Jesús para curarlo: Si quieres puedes
curarme.
Y Jesús compadecido de él,
extendió la mano y lo tocó. El gesto de tocar a un leproso era algo
inconcebible en aquella sociedad, porque significaba compartir su propia
enfermedad, su impureza; para Jesús la dignidad de este hombre está por encima
de su enfermedad. Y Jesús no solo lo toca, sino que lo cura. Y la curación de
Jesús no solo abarca a su enfermedad física, sino también al otro aspecto mucho
más doloroso. La acción de Jesús le ha devuelto la salud, y también su dignidad
como persona y como creyente, que es mucho más importante. Este descubrimiento
de la persona, de cualquier persona, como Hijo de Dios, era lo que el Levítico
no intuyó, pero que Jesús tenía claro que era lo principal.
La lección de Jesús en este domingo, es por tanto, importantísima, las personas
y sobre todo los necesitados, los que sufren, los rechazados por todos, son
para Él, los preferidos. Y nos pide a los que decimos que creemos en Él, que
también tengamos entrañas de misericordia con aquellos que cumplen estas
condiciones y que vivan junto a nosotros. Con aquellos que solicitan nuestra
ayuda, nuestra compañía, nuestro apoyo, en los momentos malos y duros por los
que pasan. Y que nosotros no busquemos excusas para evitar nuestro compromiso.
En nuestra sociedad los leprosos, son todos aquellos que son excluidos con solo
pronunciar su nombre, aquellos que nadie quiere, aquellos que no cuentan para
nada, aquellos a los que de una forma sistemática se les niega primero su
dignidad como Hijo de Dios, y eso para el creyente es algo fundamental, porque
es lo mismo que negarle su dignidad como persona.
Le pedimos al Señor, en este domingo, que nos haga más sensibles a las
necesidades de las personas que conocemos. En este domingo nos comprometemos a
no poner barreras entre nosotros, a dejarnos afectar por lo que le ocurre al
vecino, a luchar contra la tentación de la insensibilidad del corazón. Seamos
en esto imitadores de Cristo, como dice san Pablo.
Señor, te pedimos por los
pobres, por todos los que sufren, los que están solos o enfermos, los que
necesitan de alguien y no encuentran a nadie que les ayude en su problema.
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