Homilía del domingo 13 de diciembre (ciclo B)
Falta solo un poco en este camino del Adviento para que lleguemos a la Navidad, la fiesta entrañable en la que nos vamos a encontrar con nuestro Dios que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre como nosotros y nace como un niño.
Por ello, la liturgia de este domingo nos llama a anticipar
la alegría que nos espera. Ahí están las tres lecturas que son todas ellas una
invitación a vivir en clima de gozo hasta su llegada. Previendo el
acontecimiento en tiempos muy lejanos el profeta Isaías exclama: Desbordo de
gozo en el Señor. San Pablo, a su vez,
nos apremia: Estad siempre alegres y Juan el Bautista, sabiendo que el Esperado
ha llegado ya, nos dice a todos, repitiendo el mensaje de Isaías: Allanad el
camino del Señor.
Alguien dijo una vez “a nuestro mundo le sobran juergas… pero
le falta alegría”. No sobra la verdadera alegría en nuestra sociedad, es un
bien escaso. Y aún es más escasa la alegría debido a las mil y una tristezas
que nos ha traído la pandemia que dura ya casi once meses. Se sufre por la enfermedad,
pero también se sufre por las situaciones laborales y familiares derivadas de
todo esto.
Nos viene muy bien a los cristianos que escuchemos en este
tercer domingo esta invitación a la esperanza y la alegría, basadas en la buena
noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre,
compartir nuestra vida, entender de nuestras penas y preocupaciones. Dios no es
indiferente ni ausente con nosotros, por más que no nos resulte fácil adivinar
su presencia a veces.
Vale la pena que resuenen hoy en nuestro ánimo estas llamadas
a la alegría verdadera, ante la cercanía de la Navidad. Solo podemos entender
la Navidad desde el amor desbordante de Dios Padre que nos hace el regalo de su
Hijo. Esto no cambia, aunque la
celebración vaya a ser tan distinta de la de otros años.
Como nos dice el Papa Francisco “La alegría del
Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de ser en el saberse
acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy el profeta Isaías Dios es
Aquél que viene a salvarnos, y socorre especialmente a los extraviados de
corazón. Su venida en medio de nosotros fortalece, da firmeza, dona valor, hace
exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida, cuando se vuelve
árida.
Es un Dios que nos quiere mucho, nos ama y por ello está con nosotros, para ayudarnos, para robustecernos y seguir adelante. ¡Ánimo!"
En el Evangelio ya hemos visto que los sacerdotes preguntan a Juan el Bautista: Tú ¿quién eres? Y él responde: Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta… Yo soy la voz que grita en el desierto…Y añade: En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene de tras de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia (19-27. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. A ejemplo de Juan y de los profetas del Antiguo Testamento que no se anunciaron a sí mismos, hoy tampoco la Iglesia ni sus miembros somos anunciadores de nosotros mismos, sino de Aquel que nos ha enviado.
Gracias por habernos, hecho hijos de tu Iglesia, en la que los
bautizados, como misioneros y misioneras proclamamos que somos una comunidad
servidora de Dios y de quienes nos necesiten. Amén
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