domingo, 13 de diciembre de 2020

Tercer Domingo del Adviento

 Homilía del domingo 13 de diciembre (ciclo B)

Falta solo un poco en este camino del Adviento para que lleguemos a la Navidad, la fiesta entrañable en la que nos vamos a encontrar con nuestro Dios que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre como nosotros y nace como un niño.

Por ello, la liturgia de este domingo nos llama a anticipar la alegría que nos espera. Ahí están las tres lecturas que son todas ellas una invitación a vivir en clima de gozo hasta su llegada. Previendo el acontecimiento en tiempos muy lejanos el profeta Isaías exclama: Desbordo de gozo en el Señor.  San Pablo, a su vez, nos apremia: Estad siempre alegres y Juan el Bautista, sabiendo que el Esperado ha llegado ya, nos dice a todos, repitiendo el mensaje de Isaías: Allanad el camino del Señor.  

Alguien dijo una vez “a nuestro mundo le sobran juergas… pero le falta alegría”. No sobra la verdadera alegría en nuestra sociedad, es un bien escaso. Y aún es más escasa la alegría debido a las mil y una tristezas que nos ha traído la pandemia que dura ya casi once meses. Se sufre por la enfermedad, pero también se sufre por las situaciones laborales y familiares derivadas de todo esto.

Nos viene muy bien a los cristianos que escuchemos en este tercer domingo esta invitación a la esperanza y la alegría, basadas en la buena noticia de que Dios ha querido entrar en nuestra historia para siempre, compartir nuestra vida, entender de nuestras penas y preocupaciones. Dios no es indiferente ni ausente con nosotros, por más que no nos resulte fácil adivinar su presencia a veces.  

Vale la pena que resuenen hoy en nuestro ánimo estas llamadas a la alegría verdadera, ante la cercanía de la Navidad. Solo podemos entender la Navidad desde el amor desbordante de Dios Padre que nos hace el regalo de su Hijo.  Esto no cambia, aunque la celebración vaya a ser tan distinta de la de otros años.

Como nos dice el Papa Francisco “La alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de ser en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy el profeta Isaías Dios es Aquél que viene a salvarnos, y socorre especialmente a los extraviados de corazón. Su venida en medio de nosotros fortalece, da firmeza, dona valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida, cuando se vuelve árida.

Es un Dios que nos quiere mucho, nos ama y por ello está con nosotros, para ayudarnos, para robustecernos y seguir adelante. ¡Ánimo!"

En el Evangelio ya hemos visto que los sacerdotes preguntan a Juan el Bautista: Tú ¿quién eres? Y él responde: Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta… Yo soy la voz que grita en el desierto…Y añade: En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene de tras de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia (19-27. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. A ejemplo de Juan y de los profetas del Antiguo Testamento que no se anunciaron a sí mismos, hoy tampoco la Iglesia ni sus miembros somos anunciadores de nosotros mismos, sino de Aquel que nos ha enviado.

Gracias por habernos, hecho hijos de tu Iglesia, en la que los bautizados, como misioneros y misioneras proclamamos que somos una comunidad servidora de Dios y de quienes nos necesiten. Amén



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)

  TÚ ERES MI HIJO EL AMADO, EL PREDILECTO COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA     Con esta solemnidad del Bautismo del Señor concluimos el ...