Homilía del domingo 6 diciembre (2º del adviento, ciclo B)
Como sabemos todos, el domingo pasado hemos comenzado el
tiempo litúrgico del Adviento el adviento son las cuatro semanas de preparación
que preceden a la Navidad. ¿Qué preparamos?
En primer lugar, nos preparamos para actualizar, revivir el
nacimiento del Salvador, que fue su primera venida, nacido en carne humana para
compartir nuestra existencia, hacerse semejante a nosotros y poder redimirnos.
Tras su resurrección de entre los muertos, «subió al cielo» y en el Credo
decimos «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos».
Ésta será su segunda venida al mundo para juzgarlo y hacer
pleno el Reino de Dios que ya está entre nosotros como semilla que va
germinando y creciendo.
Para ambas venidas nos
preparamos. Nosotros nos encontramos en un tiempo intermedio entre ambas,
tiempo en que el Reino de Dios crece y se extiende con nuestra colaboración.
Las lecturas de los dos primeros domingos de Adviento se
refieren tanto a la primera como a la segunda venida del Señor.
Este segundo domingo nos presenta dos figuras importantes:
el profeta Isaías y Juan el Bautista.
El profeta Isaías habla al pueblo de Israel que se encuentra
abatido y sin esperanza en el destierro de Babilonia; han sido sacados de su
tierra por la fuerza de las armas, muchos han sido masacrados, otros
esclavizados, y han perdido sus señas de identidad como pueblo, especialmente
su orgullo y seguridad: el templo de Jerusalén. En una situación así es lógico
que lleguen a pensar que Dios se ha olvidado de ellos, que ya no le importan.
La misión del profeta, hablando en nombre de Dios será la de
consolar, la de infundir esperanza; Dios le dice “Consolad, consolad a mi
pueblo”. Dios no se ha olvidado de ellos, sino que va a renovar los prodigios
que hizo al sacarles de otro destierro, el de Egipto; va a ser el pastor bueno
que les levante y guie. Efectivamente, un tiempo después esta promesa se
cumplió y los israelitas pudieron retornar a su tierra y a su templo.
Pero el profeta Isaías dice también algo que, muchos siglos
después, repetiría Juan Bautista: “preparadle un camino al Señor; allanad en la
estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y
colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.
No basta con pedirle a Dios como hemos repetido en el salmo:
“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”. Además, hace falta
prepararnos personalmente para acoger su acción salvadora: Dios quiere
manifestarse en nuestra vida, hacernos sentir su presencia, rescatarnos de los
destierros a los que nos lleva el miedo, el pesimismo, la falta de fe, el
egoísmo, el odio, la mentira…. Pero ¿Cómo están los caminos de nuestro corazón
para que él los pueda recorrer?
Por eso, si la llamada del primer domingo de adviento fue:
“Velad, despertad la fe”, la de este segundo domingo es “Preparad los caminos”,
que es lo mismo que decir: Cambiad, convertíos.
Cada uno de nosotros, ante la invitación del Profeta Isaías
y de Juan Bautista, se debe preguntar: ¿Qué me está pidiendo Dios que cambie en
mi vida?, ¿Qué caminos errados, torcidos son los que tengo que enderezar? Dios
tiene paciencia con nosotros siempre, como dice el apóstol Pedro, así que
acojamos esta invitación para que el tiempo del Adviento sea un tiempo de
verdadera renovación.
La Virgen María, Virgen del Adviento y la esperanza,
Inmaculada Concepción, nos ayude a ello.
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