sábado, 5 de diciembre de 2020

Segundo Domingo del Adviento

 Homilía del domingo 6 diciembre (2º del adviento, ciclo B)

Como sabemos todos, el domingo pasado hemos comenzado el tiempo litúrgico del Adviento el adviento son las cuatro semanas de preparación que preceden a la Navidad. ¿Qué preparamos?

En primer lugar, nos preparamos para actualizar, revivir el nacimiento del Salvador, que fue su primera venida, nacido en carne humana para compartir nuestra existencia, hacerse semejante a nosotros y poder redimirnos. Tras su resurrección de entre los muertos, «subió al cielo» y en el Credo decimos «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos».

Ésta será su segunda venida al mundo para juzgarlo y hacer pleno el Reino de Dios que ya está entre nosotros como semilla que va germinando y creciendo.

 Para ambas venidas nos preparamos. Nosotros nos encontramos en un tiempo intermedio entre ambas, tiempo en que el Reino de Dios crece y se extiende con nuestra colaboración.

Las lecturas de los dos primeros domingos de Adviento se refieren tanto a la primera como a la segunda venida del Señor.

Este segundo domingo nos presenta dos figuras importantes: el profeta Isaías y Juan el Bautista.

El profeta Isaías habla al pueblo de Israel que se encuentra abatido y sin esperanza en el destierro de Babilonia; han sido sacados de su tierra por la fuerza de las armas, muchos han sido masacrados, otros esclavizados, y han perdido sus señas de identidad como pueblo, especialmente su orgullo y seguridad: el templo de Jerusalén. En una situación así es lógico que lleguen a pensar que Dios se ha olvidado de ellos, que ya no le importan.

La misión del profeta, hablando en nombre de Dios será la de consolar, la de infundir esperanza; Dios le dice “Consolad, consolad a mi pueblo”. Dios no se ha olvidado de ellos, sino que va a renovar los prodigios que hizo al sacarles de otro destierro, el de Egipto; va a ser el pastor bueno que les levante y guie. Efectivamente, un tiempo después esta promesa se cumplió y los israelitas pudieron retornar a su tierra y a su templo.

Pero el profeta Isaías dice también algo que, muchos siglos después, repetiría Juan Bautista: “preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale.

No basta con pedirle a Dios como hemos repetido en el salmo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”. Además, hace falta prepararnos personalmente para acoger su acción salvadora: Dios quiere manifestarse en nuestra vida, hacernos sentir su presencia, rescatarnos de los destierros a los que nos lleva el miedo, el pesimismo, la falta de fe, el egoísmo, el odio, la mentira…. Pero ¿Cómo están los caminos de nuestro corazón para que él los pueda recorrer?

Por eso, si la llamada del primer domingo de adviento fue: “Velad, despertad la fe”, la de este segundo domingo es “Preparad los caminos”, que es lo mismo que decir: Cambiad, convertíos.

Cada uno de nosotros, ante la invitación del Profeta Isaías y de Juan Bautista, se debe preguntar: ¿Qué me está pidiendo Dios que cambie en mi vida?, ¿Qué caminos errados, torcidos son los que tengo que enderezar? Dios tiene paciencia con nosotros siempre, como dice el apóstol Pedro, así que acojamos esta invitación para que el tiempo del Adviento sea un tiempo de verdadera renovación.

La Virgen María, Virgen del Adviento y la esperanza, Inmaculada Concepción, nos ayude a ello.

 


 

 

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