lunes, 12 de octubre de 2020

Virgen del Pilar, ruega por España

 HOMILÍA DE LA FIESTA (12 octubre de 2020)


 

Todos conocemos, seguramente desde niños, esa tradición antiquísima que da origen a la advocación de la Virgen del Pilar: cuando, después de la resurrección de Cristo, los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, que el Resucitado les ha insuflado, y obedeciendo a su mandato “Id y anunciad”, salen a recorrer las sendas y caminos del Imperio Romano anunciando a Jesucristo como el Salvador que vive para siempre.

 

Uno de ellos era el apóstol Santiago el Mayor, hijo del Zebedeo junto con su hermano Juan, que llega hasta la FinisTerrae de entonces, nuestra península ibérica. Al llegar en su viaje misionero hasta Aragón, su misión está resultando muy difícil por la resistencia de los pueblos paganos a acoger la fe cristiana. Se siente abatido porque sólo ha logrado un grupo de ocho fieles que le acompañan. Al llegar a lo que ahora es la ciudad de Zaragoza, ya sin fuerzas y desalentado, recibe la aparición de la Virgen María sobre un pilar de piedra, que le consuela y le dice que mientras aquel pilar esté en pie, habrá discípulos de Cristo en España. Se puede decir que es la primera aparición de la Virgen de la historia, porque ocurrió antes de su Asunción, aún durante su vida mortal.

San Juan Pablo II, que era un verdadero enamorado de la Virgen María, a la que consagró su pontificado con el lema Totus tuus, visitó el Pilar en 1982 y le impresionó esta tradición; dijo que España era una tierra de María y que fue gracias a la devoción de la Virgen que el pueblo español había sido capaz de llevar la fe cristiana a las tierras de América y de dar miles y miles de misioneros a todos los continentes.

 

El pilar de nuestra fe, la roca angular, es Cristo Jesús, lo sabemos bien, porque sólo Cristo es el Salvador. Pero María, con el Espíritu, representa el principio de cohesión de la Iglesia. Os propongo que contemplemos la escena que nos propone la primera lectura de hoy. Según los Hechos de los Apóstoles la primitiva comunidad cristiana estaba formada por los once apóstoles, por algunas mujeres que habían seguido al Maestro desde el comienzo, por varios parientes de Jesús y por María, su madre. No se puede decir que fuera un grupo homogéneo. Había hombres y mujeres, personas vinculadas a Jesús por vínculos de sangre y personas invitadas por él a ser sus discípulos. No es fácil dar cohesión a un grupo como ese teniendo en cuenta que Jesús ya no estaba físicamente presente. Y, sin embargo, dice que “todos perseveraban unánimes en la oración”, todos recibieron juntos la efusión del Espíritu.

Ese espíritu de cohesión que muestra la comunidad no se debía a la autoridad de Pedro sino a la presencia de la madre, de María. No es la cohesión de un ejército a base de disciplina, sino la unanimidad de una familia en la que la madre es capaz de unir a todos con los lazos del amor. Hay en la primitiva comunidad una presencia mariana sin la cual hubiera sido imposible mantener la unión hasta la venida del Espíritu.

María es la madre de los cristianos porque así lo quiso su Hijo, cuando, desposeído de todo en la cruz, antes de morir, le dijo al discípulo amado Juan, que nos representaba a todos: Hijo, ahí tienes a tu Madre, Madre ahí tienes a tu Hijo.

¿Os habéis preguntado por qué en muchos de nuestros pueblos la patrona es lo único indiscutible entre sus habitantes? Cuando se trata de la Virgen María (bajo cualquiera de sus múltiples advocaciones) parece que pasa a un segundo plano ser de derechas o de izquierdas, joven o viejo, incluso creyente o no creyente. María sigue ejerciendo hoy entre nosotros una enorme fuerza de atracción y de cohesión. Es como un imán. Ella es capaz de unir a los que están separados.

Es, sencillamente, la madre de la familia. En toda familia, la madre entrega su vida para que todos puedan sentirse en casa. En este sentido, ella es “el pilar”.

Y ¿por qué María es tan importante en nuestra fe? Recordamos lo que hemos escuchado hace poco en el Evangelio: cuando aquella mujer llena de admiración quiso homenajear a Jesús le dijo “Dichoso el vientre que te llevo y los pechos que te criaron”. Viva tu madre! Y Jesús acoge aquel piropo de una mujer sencilla, pero añade “Mejor di dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Esta bienaventuranza se cumple mejor que nadie en la Virgen, que escuchó la palabra de Dios y la cumplió hasta hacerla carne y vida en su seno de madre.

 

Pidamos por intercesión de Nuestra Señora del Pilar fortaleza en la fe, en la esperanza y en la caridad para nuestra Iglesia en España y en las iglesias hermanas de Iberoamérica.  Que sigamos confiando y esperando en Dios y en nuestra Madre del cielo, especialmente ahora en esta dificultad del momento presente.

 


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