miércoles, 5 de febrero de 2020

FIESTA DE SANTA ÁGUEDA






HOMILÍA SANTA ÁGUEDA 2020
Lecturas:  1ª: 1 Co. 1,26-31; Salmo: A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu; Evangelio: Lc. 9, 23-26

No podemos ver a santa Águeda, sin más, con nuestra mirada del presente. Ella vivió un tiempo muy concreto, la época del imperio romano, en el que vivir la fe cristiana podía suponer la tortura y la muerte si eras denunciado o descubierto. Las comunidades cristianas eran pequeñas y fervorosas, muy unidas. Uno se hacía cristiano, generalmente, cuando, después de varios años de catequesis y con una decisión consciente y libre, se pedía el bautismo. Para entenderlo, pensemos en el momento presente en cómo se vive la fe en las pequeñas comunidades de cristianos en países de mayoría musulmana, como Irak o Siria.
Santa Águeda, que vivía en Sicilia, en el sur de Italia, en el siglo III era una joven cristiana que, llena de fe y de amor a Jesucristo, decidió consagrarle su pureza y virginidad como esposa solo del Señor, al igual que hicieron otras como Santa Inés, Santa Cecilia y Santa Lucía.
En tiempos de la persecución del tirano emperador Decio, el poderoso gobernador Quinciano se encapricha de la belleza de Águeda y la quiere para sí, pero ella le declara valiente que se ha consagrado a Cristo. Cumple las palabras del evangelio que hemos escuchado: “el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?”.
Aquellas palabras podían suponer su condena a muerte instantánea, por declararse cristiana, pero el gobernador prefiere torcer la voluntad de la joven para lograr aprovecharse de ella.
Para hacerle perder la fe y la pureza el gobernador la hace llevar a un burdel, donde la aprisionan durante un mes, a fin de que allí pierda su inocencia, pero nada ni nadie logra hacerla quebrantar el juramento de virginidad y de pureza que le ha hecho a Dios. Allí, en esta peligrosa situación, Águeda repetía constantemente las palabras del Salmo 16: "Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan.
Enfurecido porque nada logra, y porque una vez más, como nos dijo el apóstol Pablo en la 1ª lectura, “lo necio del mundo lo ha escogido Dios para humillar a los sabios, y lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar lo poderoso”, el gobernador manda que la corten los pechos y azotarla cruelmente. Pero esa noche se le aparece el apóstol San Pedro y la anima a sufrir por Cristo y la cura de sus heridas.
Al encontrarla curada al día siguiente, el tirano le pregunta: ¿Quién te ha curado? Ella responde: "He sido curada por el poder de Jesucristo". El malvado le grita: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo, si eso está prohibido? Y la joven le responde: "Yo no puedo dejar de hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón".
Entonces el perseguidor la mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, y ella mientras se quemaba iba diciendo en su oración: "Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma".
 Y diciendo esto expiró. Era el 5 de febrero del año 251.
Desde los primeros siglos de la era cristiana se le ha tenido una gran devoción a Santa Águeda y muchísimos y muchísimas le han rezado con fe. Se la considera protectora frente a los males del pecho.

Con motivo de la celebración de esta santa, se aprovecha para recordar el papel y el lugar que a las mujeres os corresponde en la sociedad y también en las comunidades cristianas. Al margen de que haya extendidas en nuestra sociedad, o quieran extenderlas a toda costa, ideas que, por interés político, quieren enfrentar a los hombres y a las mujeres como si tuviésemos que ser enemigos, que es lo que yo llamaría un mal feminismo, sí que hay que decir que aún queda mucho por hacer para reivindicar los derechos inalienables de las mujeres y su dignidad exactamente igual a la de los varones.
En muchísimos lugares del mundo las mujeres son consideradas seres humanos de segunda y sus derechos son vulnerados y pisoteados. El Papa Francisco lo ha denunciado con palabras fuertes y claras hace poco, el día 1 de enero, fiesta de santa María Madre de Dios. Y es que si alguien tiene que tener clara la dignidad total de la mujer somos nosotros los cristianos, que creemos que Dios quiso nacer de una mujer, de la Santísima Virgen María.

Fijaos como lo dice el Papa en su homilía:
“Si queremos tejer con humanidad las tramas de nuestro tiempo, debemos partir de nuevo de la mujer. Nacido de mujer. El renacer de la humanidad comenzó con la mujer. Las mujeres son fuente de vida. Sin embargo, son continuamente ofendidas, golpeadas, violadas, inducidas a prostituirse y a eliminar la vida que llevan en el vientre. Toda violencia infligida a la mujer es una profanación de Dios, nacido de una mujer. La salvación para la humanidad vino del cuerpo de una mujer: de cómo tratamos el cuerpo de la mujer comprendemos nuestro nivel de humanidad.
Cuántas veces el cuerpo de la mujer se sacrifica en los altares profanos de la publicidad, del lucro, de la pornografía, explotado como un terreno para utilizar. Debe ser liberado del consumismo, debe ser respetado y honrado. Es la carne más noble del mundo, pues concibió y dio a luz al Amor que nos ha salvado. Hoy, la maternidad también es humillada, porque el único crecimiento que interesa es el económico (…)
Y si queremos un mundo mejor, que sea una casa de paz y no un patio de batalla, que nos importe la dignidad de toda mujer. De una mujer nació el Príncipe de la paz. La mujer es donante y mediadora de paz y debe ser completamente involucrada en los procesos de toma de decisiones. Porque cuando las mujeres pueden transmitir sus dones, el mundo se encuentra más unido y más en paz. Por lo tanto, una conquista para la mujer es una conquista para toda la humanidad entera”.

No se puede decir más claro. Y, ¿qué podemos decir de lo que aportáis las mujeres en las parroquias? Hoy las parroquias en nuestros pueblos, en estos y en tantos otros, se sostienen gracias a vosotras, que sois catequistas, lectoras, miembros del coro, lleváis las colectas, cuidáis del templo…. En fin, casi todo lo que se hace en ellas lo hacéis las mujeres.

Gracias y que Santa Águeda os bendiga.






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