Queridos diocesanos: El domingo, día 1 de diciembre, comienza el denominado “tiempo del Adviento de nuestro Señor Jesucristo” que inaugura un nuevo “Año Litúrgico” y, aunque parezca contradictorio, evoca lo que sucederá cuando se cumpla la última venida del Señor, su “retorno” glorioso. En efecto, “en ese tiempo se recuerda la primera venida del Hijo de Dios a los hombres y se espera, a la vez, su segunda venida al final de los tiempos”
El año pasado, por estas fechas, el Papa Francisco, en el ángelus del primer domingo de Adviento lo explicaba magníficamente. He aquí su autorizada presentación: “Adviento (es) el tiempo litúrgico que nos prepara para la Navidad, invitándonos a levantar la mirada y abrir nuestros corazones para recibir a Jesús. En Adviento no vivimos solamente la espera navideña, también estamos invitados a despertar la espera del glorioso regreso de Cristo preparándonos para el encuentro final con él mediante decisiones coherentes y valientes” (2-XII-2018). No se puede decir más claro ni más conciso lo que es este tiempo litúrgico y lo que debemos hacer en él.
Puede parecer una paradoja: prepararnos para evocar y celebrar un acontecimiento del pasado, el Nacimiento de Jesucristo, contenido principal de la Navidad, tratando a la vez de elevar nuestra mirada hacia un acontecimiento que está por venir: “la espera del glorioso regreso de Cristo” al final de la historia humana, cuando el Señor nos pida cuentas de lo que ha sido y será todavía nuestra vida y por el fruto de nuestras actitudes de conducta como discípulos suyos. Pero ese anunciado final tiene una connotación individual y personal para cada uno de nosotros que tiene que ver con el momento en el que se produzca la muerte física, aunque no sepamos el momento ni las circunstancias en que se producirá. Lo que sí es posible saber es que ese hecho inexorable será un encuentro con nuestro Redentor ante el que no podemos presentarnos con las manos vacías de buenas obras o ensuciadas por el pecado.
En este sentido el Adviento encierra una advertencia amistosa y solícita por parte de Jesucristo. Con palabras del papa Francisco también: “Durante estas cuatro semanas (las del Adviento), estamos llamados a despojarnos de una forma de vida resignada y rutinaria y a salir alimentando esperanzas, alimentando sueños para un futuro nuevo”. En este sentido el Adviento nos ayuda a preparar el examen más importante y decisivo de nuestra existencia personal en este mundo. ¿De qué manera? La respuesta nos la ofrece el evangelio dominical: “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, añadiendo un ejemplo muy claro: “Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa” (Mt 24,42-43). Ante semejante peligro no caben ni la indiferencia ni la insensatez.
Pero tampoco cabe la desconfianza respecto de la palabra del Señor. Desde el principio sus discípulos comprendieron que bajo esas expresiones, propias del lenguaje apocalíptico, adoptaron la palabra Adviento para expresar su relación con Cristo: Jesús es el Rey que viene, el que entró ya en esta pobre morada nuestra para hacernos una visita, y que continua acercándose para que participemos de los bienes de la salvación. Con la palabra “adviento” se ha pretendido siempre decir: “Dios viene, no se ha retirado del mundo ni nos ha dejado solos”. Aunque no podamos verlo ni tocarlo, Él está aquí junto a nosotros de muchas maneras. ¡Feliz y santo Adviento para todos!
+ Julián López Martín, Obispo de León
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