jueves, 30 de marzo de 2017

¡LÁZARO SAL AFUERA! (DOMINGO V)

Evangelio según san Juan 11, 1-45 

En aquel tiempo [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).] Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo: Señor, tu amigo está enfermo. Jesús, al oírlo, dijo: Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella. Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: Vamos otra vez a Judea. Los discípulos le replican: Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí? Jesús contestó: ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto añadió: Lázaro, nuestro amigo; está dormido: voy a despertarlo. Entonces le dijeron sus discípulos: Señor, si duerme, se salvará. Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa. Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: Vamos también nosotros, y muramos con él. Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección del último día. Jesús le dice: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: El Maestro está ahí, y te llama. Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba él: porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y] muy conmovido preguntó: ¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos , a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste? Jesús, sollozando de nuevo, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: Quitad la losa. Marta; la hermana del muerto, le dijo: Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera. El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar. Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.


HOMILÍA

En este domingo quinto, tan cercanos ya a la Pascua de Cristo, Jesús nos dice en el evangelio que él es la Resurrección y la Vida. En los dos domingos anteriores, se nos ha presentado como agua viva y como luz del mundo. Si hemos dejado que entre en nosotros el don de Dios (agua viva) y le permitimos que nos saque, con su luz, de nuestras cegueras y oscuridades, viviremos su Vida en plenitud.
La resurrección de Lázaro nos parece un milagro impresionante de Jesús. En el evangelio de Juan es el último de los grandes signos que realiza, anunciando así su propia Pascua, su victoria sobre la muerte con una resurrección gloriosa. Jesús amaba a Lázaro y a sus hermanas y se había alojado tantas veces en su casa; por eso cuando supo de su muerte lloró por su amigo. Pero aquella muerte no podía terminar así si Jesús estaba allí. 
En el diálogo con Marta, Jesús la guía hacia la verdadera fe en él: no es sólo que haya una resurrección de los muertos en el último día… es que aquel que cree en él, aunque haya muerto, vivirá. Esto es un misterio que desborda nuestro conocimiento e inteligencia, pero de algo sí que podemos estar bien seguros: Jesús no nos engaña ni nos da esperanzas vanas. Si nos ha dicho algo, eso se cumplirá. Lo sabemos porque el Padre Dios lo resucitó al tercer día, después de ser crucificado, y lo llenó de gloria. Todo se cumplió tal y como Jesús se lo había anunciado varias veces a sus discípulos. Por eso sabemos que todo lo que nos dice es verdad y se cumple siempre.
Lázaro fue devuelto a la vida, pero después volvió a morir. En cambio la resurrección de Jesucristo fue definitiva, resucitó y desde entonces vive para siempre.
¿Crees esto?, le pregunta Jesús a Marta y nos lo pregunta también a nosotros hoy. ¿Crees que puedo darte una vida plena ya ahora, que continuará hasta después de tu muerte, si vives unido a mí?
La salvación que nos trae Jesús no es sólo para después de que muramos, como a veces nos creemos. Ya ahora quiere que tengamos una vida mejor. Para ello es necesario que nos cure de aquello que más nos quita la vida y la alegría: el pecado. El profeta Ezequiel, como hemos escuchado en la primera lectura, le decía al pueblo de Israel que Dios quiere sacarles de sus sepulcros y darles vida.
Cuando experimentamos el perdón sanador de Dios en el sacramento de la confesión, sentimos que se nos devuelve la vida que se nos había ido quitando por el pecado. Experimentar ese perdón que no te juzga, que te abraza y te levanta, es una resurrección. No del cuerpo, pero sí del alma.

Por eso, una semana más, la Palabra de Dios nos anima y nos pide a que en esta recta final de la cuaresma, nos acerquemos sin miedo, con ilusión, a la celebración de la penitencia y a recibir la sagrada comunión. Jesús nos dice como a Lázaro “¡Sal afuera!” porque quiere llenarnos de resurrección y vida. Que así sea.

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