martes, 23 de febrero de 2016

QUÉ ES ESO DEL “AÑO DE LA MISERICORDIA”


Por el principio… ¿qué es un Año Santo Jubilar?

Los años santos y jubileos tienen su origen en la concepción bíblica del tiempo como un tiempo lleno de Dios. Dios Yahvé dice a Israel que cada cincuenta años se proclame un jubileo para recomenzar de nuevo y enmendar los errores pasados. 
Jesús comenzó su vida pública anunciando un año de gracia para todos que será ya definitivo, porque definitiva es la reconciliación con el Padre de todos nuestros pecados que nos trae: “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (MV 1).
En la Iglesia los años santos y jubilares se celebran cada 25 años, pero puede haber extraordinarios como este.

Y, ¿por qué está dedicado a la misericordia?

Porque lo esencial de nuestra fe es la misericordia de Dios; es “la palabra que revela el misterio de la santísima Trinidad  (…) la vía que une a Dios y al hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados sin tener en cuenta el límite de nuestro pecado” (MV 2). Toda la Sagrada Escritura habla constantemente de Dios como “paciente y misericordioso”, el Padre “que se conmueve en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo” (MV 6).
Toda la vida de Jesús, sus palabras y obras, nos manifiestan al Dios que es amor y compasión, sobre todo con su actitud hacia los pecadores y en las parábolas de la misericordia 

¿Nos implica cambiar?

“Bienaventurados los que son misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Perdonar es condición indispensable para ser perdonado, ser misericordioso es imprescindible para acoger la misericordia de Dios. Nada debe ser anunciado ni testimoniado sin misericordia: “Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos llamados a ser misericordiosos los unos con los otros” (MV 9).

¿Hacer obras de misericordia?

Frente a la indiferencia, el Año Santo de la Misericordia nos invita a abrirnos a las miserias ajenas, las “periferias existenciales”: enfermedad, abandono, soledad, falta de esperanza, de dignidad, de valores…
Durante este Jubileo reflexionemos sobre las obras de misericordia corporales y espirituales, despertando nuestra conciencia adormecida, y comprometámonos a ponerlas en práctica. El juicio de Dios sobre nosotros será sobre si reconocimos su presencia en el que sufría a nuestro lado o lejos y le auxiliamos realmente.

¿Hay que confesarse también?

En el centro de este Año debe estar el sacramento del perdón, porque nos permite experimentar, como en ningún otro sitio, la grandeza de la misericordia del Padre bueno que está a la puerta ansiando el retorno de sus hijos a la casa. El Papa ha recomendado encarecidamente a los confesores que sean manifestación del amor de Dios, que no juzguen ni traten nunca con severidad a los penitentes. Sea cual sea el pecado que nos ha separado de Dios, su amor siempre será más grande y fuerte. 

 ¿Se debe peregrinar?

Aunque la misericordia de Dios es un regalo gratuito, dejarnos cambiar por ella, aceptar la conversión que nos pide  el evangelio de Jesús supone esfuerzo, renuncia, cambio a veces drástico y difícil. Peregrinar físicamente hacia alguna de las puertas santas jubilares y entrar por ellas nos lo recuerda. Para un enfermo, para un encarcelado o alguien impedido por cualquier causa, cualquier puerta puede ser una puerta santa y jubilar cuando la atraviesa con verdadera fe. 

¿Y eso de ganar la indulgencia?

En el sacramento de la reconciliación Dios perdona, cancela y olvida nuestros pecados, pero “la huella negativa que los pecados tienen en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece” (MV 22). La indulgencia es la gracia de la Iglesia, a la que estamos unidos, y en la que hay un tesoro incalculable de santidad y bondad; Dios nos renueva con esta indulgencia misericordiosa que además de perdón es verdadera sanación interior. Podemos beneficiar también de esta indulgencia a nuestros seres queridos difuntos.

Año de Misericordia y cuaresma

Si la cuaresma constituye siempre una llamada fuerte a la conversión, que es cambio del corazón hacia Dios y hacia los hermanos esta lo debería ser de un modo especialmente intenso. Según las palabras del profeta Isaías, el ayuno que Dios quiere es vivir la misericordia y la compasión, dejarnos afectar y conmover por el sufrimiento del hermano y hacer lo que podamos para remediarlo. Para ello es necesario que primero nos sintamos todos, pastores y fieles, hijos pródigos que vuelven a la casa del Padre misericordioso.

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