PAZ A VOSOTROS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
La Pascua de resurrección del Señor es un acontecimiento tan
importante para nuestra fe cristiana que no puede quedar reducida a un solo día
de celebración. Realmente es el acontecimiento central, el que da sentido a
todo lo demás que somos, creemos y practicamos. Cada domingo es una Pascua
semanal, es el día de la resurrección del Señor.
Estamos dentro de la Cincuentena Pascual, que llegará hasta
la fiesta del Espíritu Santo en Pentecostés, y es bueno que nos sigamos
deseando unos a otros: ¡Feliz Pascua!
En la Iglesia de los primeros siglos, los que habían sido
bautizados en la Vigilia Pascual seguían vistiendo durante estos cincuenta días
con su túnica blanca, signo de la pureza y el perdón de los pecados, y de la
dignidad de hijos de Dios que habían recibido. Nosotros también hemos renovado
nuestro bautismo en esa noche santa.
En este domingo segundo, el evangelio nos presenta una
aparición del Señor resucitado a sus discípulos. Ocurre en el domingo, el día
primero de la semana según el calendario judío, en el que el sábado era el día
de descanso sagrado que cerraba la semana.
Los discípulos están escondidos, llenos de dudas y de miedos: ¿Qué será de ellos ahora que el Maestro no está?, ¿serán perseguidos como él?
Ya les han llegado las noticias del sepulcro vacío, que
descubren primero María Magdalena y después Pedro y Juan, como escuchamos en el
evangelio del domingo de Pascua. Pero esto no les basta para tener una certeza
de algo tan desconcertante como la resurrección.
Les costó creer en la resurrección de aquel que han visto
morir en la cruz, ser descendido de la cruz y sepultado. Ellos, como todos los
hebreos, creían en una resurrección al final de la historia, pero no en la de
alguien en particular, aunque Jesús se lo hubiese anunciado repetidas veces. No
debe extrañarnos la reacción de Tomás que, aunque los demás discípulos le
aseguren que han visto al Señor, quiere tocar las huellas de la pasión en su
costado y en sus manos antes de estar seguro.
El Resucitado se presenta en medio de ellos y les saluda “Paz
a vosotros”. No les reprocha su cobardía, ni que lo hayan negado y abandonado
en las horas durísimas de su Pasión, sino que les saluda con el mismo amor de
siempre y les desea la Paz, les trae la Paz que necesitan para sus corazones
heridos y angustiados.
Sopla sobre ellos el aliento del Espíritu Santo que trae del
Padre para que, con su fuerza, puedan continuar su misión. No olvidemos esto:
somos sus discípulos para continuar su misión, para hacer en este mundo y en
este tiempo que nos ha tocado vivir lo mismo que Él hizo: consolar, perdonar,
alimentar, sanar… en definitiva, para amar hasta dar la vida.
La Iglesia, con todas sus instituciones, personas y recursos,
está al servicio del Evangelio de Jesucristo, de su proyecto del Reino de Dios.
Es esto, y solo esto, lo que debe dar sentido a lo que somos y hacemos.
Tomás tiene su oportunidad al domingo siguiente; de nuevo el
Señor Resucitado se hace presente entre ellos, les trae la paz y se deja tocar
por el incrédulo Tomás que pasa a reconocerle como su Dios y Señor.
A nosotros nos toca creer sin tocar ni ver. Por nosotros, y por
los cristianos de todos los tiempos, dice el Resucitado esta bienaventuranza:
Dichosos los que crean sin haber visto. Como también dice el apóstol Pedro: sin
haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os
alegráis con un gozo inefable y radiante.
Pero, aunque no toquemos al Resucitado físicamente ni podamos
poner los dedos en sus llagas para creer, estamos rodeados de signos de su
presencia. Basta con que miremos con fe ¿Cuáles son estos? Los que aparecen en
la primera lectura, de los Hechos de los apóstoles, que describe la vida de la
comunidad cristiana que surge de estas experiencias pascuales con el
Resucitado: una comunidad que se conoce y que se quiere, que se reúne en el
nombre del Señor para orar, para compartir la fe, que da testimonio de fe ante
los demás, que comparte lo que tiene y vive la eucaristía dominical con alegría
y sencillez de corazón.
Una comunidad así, una parroquia que sea así, es un
testimonio para todos de que Jesús vive, de que ha resucitado y está con
nosotros. A esa vida comunitaria es a la que todos debemos aspirar siempre,
poniendo lo que cada uno es y puede al servicio de los demás. Y los que no
conocen a Jesucristo podrán conocerlo por nuestra forma de vivir
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