jueves, 31 de julio de 2025

DOMINGO XVIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 SED RICOS ANTE DIOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La Palabra de Dios es siempre una luz que nos descubre lo verdadero, lo importante, lo necesario de la vida. Quien se deja guiar por la Palabra es como quien camina por una senda en la noche cerrada guiada por una potente lámpara… no extravía la senda.

    Nos dirige siempre una invitación a pensar acerca del sentido de nuestra vida: ¿Estamos guiándonos por valores auténticos, de los que engrandecen la persona, de los que nos hacen crecer humanamente? ¿O nos guiamos por contravalores que nos alienan y desecan nuestro espíritu?

    Las lecturas son como un espejo en el que mirarnos y revisar cómo estamos, al menos una vez por semana.

    Este domingo la pregunta que nos lanza la Palabra es: ¿nos relacionamos cristiana y evangélicamente con el dinero y los bienes materiales? Esta pregunta aparece planteada en las tres lecturas.  En la primera, del libro del Eclesiastés, hay una mirada pesimista, pero realista, sobre la vida del hombre.

    Y también en la segunda lectura, con la invitación de San Pablo a buscar los bienes de arriba, los que no pasan nunca.

    El evangelio es siempre el centro de las lecturas que se proclaman. A Jesús le pide un hombre que sea juez en una cuestión espinosa que entonces, como ahora, trae, a menudo, disgustos y enfrentamientos: el reparto de una herencia.

    Cuantas veces las familias se rompen, puede que para siempre, por los repartos de las herencias; se daña así el valor más grande, que es la armonía familiar, por el valor más pequeño y perecedero, que es el dinero y las posesiones, que tienen fecha de caducidad como todo lo material.

    Jesús no quiere ser árbitro de ese reparto entre hermanos, pero aprovecha la cuestión para enseñar algo más importante a una parte y a la otra: no os dejéis llevar por la codicia, no convirtáis los bienes materiales, que son solo un instrumento, en el centro de la vida, como si de ellos se pudiese esperar la salvación y la alegría completas.

    San Pablo lo dice de otro modo: apartaos de la codicia y la avaricia, que son una forma de idolatría. Se puede hacer del dinero y del consumo, del bienestar, un ídolo que suplanta el lugar primero de la vida del creyente, que debe ocupar únicamente Dios.

    La parábola, con la que Jesús ilustra la enseñanza, se entiende perfectamente, porque ha ocurrido y sigue ocurriendo muchas veces. Un hombre ha tenido una gran cosecha; seguramente ha trabajado mucho para obtenerla, se ha esforzado con acierto y sacrificio.

    No es malo que haya obtenido toda esta riqueza de su trabajo honrado, pero se le llama necio. No porque sea rico, sino porque se ha creído que su vida se la garantizaría los bienes acumulados, se ha imaginado que con almacenarlos y disfrutarlos es más que suficiente.

    No es malo, es necio, es decir falto de sabiduría, se ha equivocado; ha atesorado sus riquezas, pero no las ha aprovechado para hacerse rico ante Dios en buenas obras de generosidad, de compartir, de hacer el bien. Eso era lo que podía haberle hecho rico de verdad, rico de espíritu, rico de humanidad, rico en el único tesoro que podrá llevarse cuando deje esta vida terrena.

    “Buscad los bienes de allí arriba, no los de la tierra”. Por supuesto que necesitamos el dinero para vivir en este mundo, en el que necesitamos un techo, alimento, vestido, comida y otras cosas. Pero todo eso son solo instrumentos que debemos usar responsablemente, sin dejar que se apoderen de nosotros, que ocupen nuestro pensamiento y nuestras ilusiones, como si fuesen el centro de la vida.

    Porque entonces seremos necios que no saben que su vida está en las manos de Dios, que estamos aquí de paso y que, al final, no nos preguntarán cuanto acumulamos, sino cuanto amor dimos.

    La Palabra de Dios de este domingo nos previene y enseña para que no nos equivoquemos, ya que las riquezas, sean muchas o pocas, pueden convertirse en ídolos falsos a los que sacrificamos las relaciones familiares y de amistad, la salud, la paz interior, el equilibrio necesario…

    Usemos lo que tenemos con sencillez y modestia, con alegría y paz, y aprovechemos que tenemos, poco o mucho, para hacer el bien que podamos. Como le gustaba repetir al recordado Papa Francisco: “ningún sudario de difuntos tiene bolsillos y a ningún cortejo fúnebre le sigue un camión de mudanzas”.

    Los tesoros que nos acompañarán serán los eternos: las obras de amor y generosidad.

 

 

 


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