YO SOY EL PAN VIVO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy es el
domingo del Corpus Christi, del Cuerpo de Cristo, domingo de la Eucaristía y
domingo de la Caridad.
La Eucaristía es el gran tesoro de la Iglesia, es la presencia permanente de Jesucristo entre nosotros y dentro de nosotros cada vez que lo recibimos en la Sagrada Comunión. En este sacramento de nuestra fe se cumple la promesa que nos hizo el Señor antes de irse al Padre en la ascensión: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Es verdad que no es la única presencia del Señor: también está en la palabra del Evangelio, en la comunidad que se reúne en su nombre, en los pobres y necesitados, en cada uno de nosotros… Pero la presencia de Jesucristo en este sacramento del altar es realmente especial: está con su Cuerpo y con su Sangre, real y verdaderamente, aunque nuestros sentidos solo perciban un poco de pan y un poco de vino.
Lo creemos
y lo vivimos por la fe. Sabemos que Él no puede engañarnos, y si nos ha dicho
“Esto es mi Cuerpo” y “Esta es mi sangre”, es porque realmente lo son.
Podríamos
hablar tanto de la Eucaristía y nunca acabaríamos… muchos santos y místicos han
dicho maravillosas palabras a lo largo de la historia de la Iglesia y, al
final, la mejor palabra ha sido el silencio y la adoración. Porque cuando se
descubre por la fe la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento uno no
puede menos de doblar la rodilla y adorar.
La Palabra
de Dios de este domingo del Corpus nos invita a ver las dos dimensiones que
tiene la Eucaristía: la vertical y la horizontal. Igual que en la cruz hay dos
palos, uno vertical y otro horizontal, también hay siempre estas dos
orientaciones en el sacramento.
En la
dimensión vertical, la Eucaristía nos une a Jesucristo. Así nos lo dice en el
discurso del Pan de Vida que recoge el evangelio de Juan. Recibirle en su
Cuerpo y su Sangre, en el Pan y el Vino eucarísticos, hace que Él viva en
nosotros y que nosotros vivamos en Él. Cuando los judíos le escuchaban decir
que iba a dar su carne para la vida del mundo, no le entendían, se
escandalizaban: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
No sabían
que estaba hablando de la Eucaristía, porque aún no la había instituido en la
última cena antes de padecer. Nosotros sí lo entendemos bien. En el sacramento
del altar, Jesucristo se hace para nosotros alimento de vida y bebida de
salvación. Al comerlo y beberlo nos unimos al Señor de un modo que nada puede
igualar.
Es el
nuevo maná que Dios da a su pueblo peregrino para darle las fuerzas necesarias
con las que seguir caminando hacia la verdadera y definitiva tierra prometida:
el cielo.
La primera
lectura nos recuerda aquel maná del cielo con el que Yahvé Dios alimentó a
Israel en el desierto, un pan generoso caído del cielo con el que sacia su
hambre y que era un anuncio de esta Eucaristía que recibimos cada domingo.
En la
dimensión horizontal, la Eucaristía nos une entre nosotros, como Cuerpo de
Cristo en el mundo, la Iglesia. Es lo que expresa el apóstol san Pablo en la
segunda lectura: como el Pan eucarístico es uno solo, así nosotros, aun siendo
distintos, nos hacemos uno solo al recibirlo. La Eucaristía nos une, nos invita
a preocuparnos por el hermano, a verlo como un miembro que está conmigo en el único
cuerpo del Señor.
Por este
motivo, hoy además de ser el domingo de la Eucaristía es también el domingo de
la Caridad. Porque la Eucaristía nos empuja a la caridad y sin caridad no
podemos celebrar la eucaristía. “Tú tienes mucho que ver” es el lema de este
día de la Caridad: tenemos que ver al Señor en el Santísimo Sacramento y
tenemos que ver a un hermano en el que necesita de mí. Abrir los ojos de la fe
para la Eucaristía y abrir los ojos de la Caridad para todo el que sufre por
cualquier causa.
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