GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO Y GLORIA AL ESPÍRITU SANTO
Después de haber celebrado la fiesta del Espíritu Santo,
Pentecostés, el domingo pasado, en este celebramos el Domingo dedicado a la
Santísima Trinidad.
En la Pascua se nos ha manifestado el amor del Padre y la
entrega redentora del Hijo; de ambos viene el Espíritu como presencia
permanente que habita en nosotros. Por eso esta fiesta se celebra después de
haber terminado el ciclo litúrgico de la Pascua.
¿Necesitamos un domingo dedicado a la Trinidad?, ¿acaso no
son de la Trinidad todos los domingos? Podemos pensar así, ya que cuando
empezamos la misa lo hacemos signándonos con la cruz en el nombre de la
Trinidad y al salir recibimos la bendición en el nombre de la Trinidad. Toda
nuestra vida cristiana es una vida marcada por el misterio de amor de la
Trinidad, en cuyo nombre recibimos el bautismo.
Pero este domingo quiere ser una alabanza especialmente
intensa a la Santísima Trinidad, el Dios único en quien creemos.
Cuando se habla de Dios hay quien se imagina un ser poderoso,
omnipotente, creador, etc…. Pero un dios solitario en su perfección.
Sin embargo, no es así como se nos ha dado a conocer en la
historia de la salvación. Se nos ha ido manifestando, conforme el hombre podía
irlo conociendo, como una familia de amor, un solo Dios en el que viven y se
comunican tres divinas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se aman y se
comunican, y que quieren hacernos participar de su vida de amor y comunicación.
Las lecturas de hoy manifiestan, con toda claridad, esta manifestación
de Dios Trinidad.
Empezando por la primera, tomada del libro del Éxodo, en la
que Moisés, como guía del pueblo de Israel sube a la montaña sagrada a
interceder por el pueblo rebelde. Se han olvidado de Yahvé Dios, que les sacó
de la esclavitud de Egipto, y se han hecho un falso dios de metal como los
demás pueblos, un dios manipulable, con nombre y figura de animal.
Dios pasa ante Moisés y le manifiesta quien es: Dios
compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Aunque sea un
Dios misterioso, diferente, ama con ternura a su pueblo y tiene paciencia infinita
de padre con sus pecados.
Este Dios que ama, va a amar a la humanidad hasta el extremo
de enviar a su Hijo, que se hace uno con nosotros, que comparte lo que somos y
que, por amor, entrega su vida para que nosotros tengamos vida si le aceptamos
como nuestro salvador.
Es lo que hemos escuchado en el evangelio: Tanto amo Dios al
mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él tenga vida
eterna. No envía a su Hijo a juzgar, sino a salvar. El juicio consiste en si
nosotros aceptamos por fe esa salvación que Dios ofrece.
Si creemos en el amor del Padre y del Hijo por nosotros,
vivimos de un modo diferente, nuestra vida cobra sentido. Y nos convertimos en
hermanos unos de otros, dejamos de ser rivales y enemigos y comenzamos a ser
hermanos. Por eso dice San Pablo en la segunda lectura: tened un mismo sentir y
vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz, el Dios que es familia y Trinidad
estará con vosotros.
Todos los domingos y toda nuestra vida está consagrada a Dios
Trinidad. Pero en este, de un modo especial, le damos gloria, le alabamos y le
agradecemos que se nos haya manifestado así, tal y como es.
Hoy se celebra la Jornada de oración por los monjes y monjas
que consagran su vida a la oración, a la alabanza de Dios. Ellos nos enseñan a
dar un lugar central a Dios en nuestras vidas, nos recuerdan el valor de la fe.
Oramos por ellos para que sean muy felices en su vocación y el Señor les premie
su vida de oración continua.
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