¡ES EL SEÑOR!
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA Continuamos celebrando la Pascua
del Señor resucitado. Estamos ya en el tercer domingo y la Palabra de Dios nos
sigue presentando el testimonio de aquellos discípulos que fueron transformados
totalmente por la experiencia de encontrarse con el Señor vivo.
Como la Palabra viene a iluminar
siempre las situaciones que vivimos, sean personales o comunitarias, también
hoy nos ayuda a ver, con ojos de fe, el momento que vive nuestra Iglesia
católica.
Después de la despedida del papa
Francisco, triste pero agradecida por todo lo que nos deja, especialmente el
testimonio de su entrega hasta el final a la Iglesia, ahora estamos en los días
previos a conocer al nuevo sucesor de Pedro. Los cardenales electores se
reunirán en cónclave el próximo miércoles, 7 de mayo, y el Pueblo de Dios les
estamos ya acompañando con nuestra oración. Pedimos para ellos la guía del
Espíritu Santo, que sean dóciles a sus inspiraciones y puedan elegir al mejor
pastor posible.
El ministerio de Pedro, confiado
al obispo de Roma, es imprescindible para nuestra Iglesia católica. Así lo
quiso Cristo cuando llamó a Simón Pedro para que fuera pescador de hombres y le
confirmó en esa elección después de resucitar, encargándole pastorear a su
rebaño confirmando en la fe.
El Papa es vicario de Cristo,
pues le representa, y supone un vínculo de unidad para las iglesias pastoreadas
por los distintos obispos.
¡Qué oportuno es el pasaje
evangélico de este domingo para recordar todo esto, precisamente en este
momento!
El evangelio nos presenta a los
apóstoles, de nuevo, en el lago de Tiberiades. Allí mismo donde Jesús, tres
años atrás, los llamó por su nombre y ellos, dejando redes y barcas, lo
siguieron. Con él recorrieron aldeas y ciudades, haciendo el bien y predicando
el Reino. Dejaron de ser pescadores de peces para convertirse en pescadores de
hombres.
Pero resulta que el evangelista
nos dice que ahora han vuelto a la pesca de peces…. ¿por qué? Por el terrible
mazazo que ha supuesto para ellos la muerte de su Maestro. ¿Para qué seguir? Pensarían
que mejor era volver a su oficio pasado, al que sabían hacer mejor: la pesca en
el lago. Han escuchado ya a algunos discípulos que dicen que le han visto
resucitado… pero, ¿será verdad?
Todo el relato está lleno de
claves interesantes:
Pedro cumple una misión central para el resto
de los apóstoles: es el que les convoca a la pesca, es el primero que se lanza
al agua al reconocer al Señor y es el que arrastra hasta él la red llena de
peces grandes.
Hay un gran contraste entre lo
que pueden hacer los apóstoles apoyados en su propia iniciativa –no pescan nada
en toda la noche- y lo que logran después, cuando se fían de la palabra del
Resucitado y tiran las redes, que se llenan hasta los topes aunque es de día,
cuando no se puede pescar ya.
El evangelio nos invita a lanzar
las redes en nombre de Jesús, “sin mí no podéis hacer nada” nos dice, confiando
en su palabra. La pesca en la noche, sin Jesús, es un esfuerzo vacío, pero con
él y actuando en su nombre, guiados por su Espíritu, la evangelización dará
fruto.
Todos los hombres y mujeres de
nuestro mundo (eso significan los 153 peces pescados, un número de totalidad)
están llamados a recibir la buena noticia de Cristo, también aquellos que creen
que no la necesitan… ¿Quién se lo anunciara, si no lo hacemos nosotros, que
somos sus apóstoles, los que le conocemos?
Hay que salir a la faena, hay que ponerle
ilusión y coraje evangélico, sin miedo al rechazo ni a la persecución, con la misma
valentía de Pedro y los apóstoles en la primera lectura cuando son arrastrados
a un interrogatorio en el sanedrín. Lo que parecía una adversidad grande lo
convierten en una oportunidad para dar testimonio.
Jesús resucitado hace algo más
con ellos en este pasaje: les alimenta con el pan y el pescado asado, que
reparan sus fuerzas gastadas. Está claro que es una referencia a la Eucaristía.
En la Eucaristía, el Señor Resucitado nos convoca, nos reúne, nos habla, parte
para nosotros el Pan de vida. Si no fuese por la Eucaristía, ¿de dónde nos iban
a venir las fuerzas y la ilusión por testimoniar el Evangelio en todo lugar y
en toda circunstancia?
Adelante con la misión. Guiados
por Pedro, del cual pronto el Señor nos dará un sucesor, que acogeremos con
respeto filial y agradecimiento, echaremos las redes para Cristo en este mundo.
Continuamos celebrando la Pascua
del Señor resucitado. Estamos ya en el tercer domingo y la Palabra de Dios nos
sigue presentando el testimonio de aquellos discípulos que fueron transformados
totalmente por la experiencia de encontrarse con el Señor vivo.
Como la Palabra viene a iluminar
siempre las situaciones que vivimos, sean personales o comunitarias, también
hoy nos ayuda a ver, con ojos de fe, el momento que vive nuestra Iglesia
católica.
Después de la despedida del papa
Francisco, triste pero agradecida por todo lo que nos deja, especialmente el
testimonio de su entrega hasta el final a la Iglesia, ahora estamos en los días
previos a conocer al nuevo sucesor de Pedro. Los cardenales electores se
reunirán en cónclave el próximo miércoles, 7 de mayo, y el Pueblo de Dios les
estamos ya acompañando con nuestra oración. Pedimos para ellos la guía del
Espíritu Santo, que sean dóciles a sus inspiraciones y puedan elegir al mejor
pastor posible.
El ministerio de Pedro, confiado
al obispo de Roma, es imprescindible para nuestra Iglesia católica. Así lo
quiso Cristo cuando llamó a Simón Pedro para que fuera pescador de hombres y le
confirmó en esa elección después de resucitar, encargándole pastorear a su
rebaño confirmando en la fe.
El Papa es vicario de Cristo, pues le representa, y supone un vínculo de unidad para las iglesias pastoreadas por los distintos obispos.
¡Qué oportuno es el pasaje evangélico de este domingo para recordar todo esto, precisamente en este momento!
El evangelio nos presenta a los
apóstoles, de nuevo, en el lago de Tiberiades. Allí mismo donde Jesús, tres
años atrás, los llamó por su nombre y ellos, dejando redes y barcas, lo
siguieron. Con él recorrieron aldeas y ciudades, haciendo el bien y predicando
el Reino. Dejaron de ser pescadores de peces para convertirse en pescadores de
hombres.
Pero resulta que el evangelista
nos dice que ahora han vuelto a la pesca de peces…. ¿por qué? Por el terrible
mazazo que ha supuesto para ellos la muerte de su Maestro. ¿Para qué seguir? Pensarían
que mejor era volver a su oficio pasado, al que sabían hacer mejor: la pesca en
el lago. Han escuchado ya a algunos discípulos que dicen que le han visto
resucitado… pero, ¿será verdad?
Todo el relato está lleno de claves interesantes:
Pedro cumple una misión central para el resto de los apóstoles: es el que les convoca a la pesca, es el primero que se lanza al agua al reconocer al Señor y es el que arrastra hasta él la red llena de peces grandes.
Hay un gran contraste entre lo
que pueden hacer los apóstoles apoyados en su propia iniciativa –no pescan nada
en toda la noche- y lo que logran después, cuando se fían de la palabra del
Resucitado y tiran las redes, que se llenan hasta los topes aunque es de día,
cuando no se puede pescar ya.
El evangelio nos invita a lanzar
las redes en nombre de Jesús, “sin mí no podéis hacer nada” nos dice, confiando
en su palabra. La pesca en la noche, sin Jesús, es un esfuerzo vacío, pero con
él y actuando en su nombre, guiados por su Espíritu, la evangelización dará
fruto.
Todos los hombres y mujeres de
nuestro mundo (eso significan los 153 peces pescados, un número de totalidad)
están llamados a recibir la buena noticia de Cristo, también aquellos que creen
que no la necesitan… ¿Quién se lo anunciara, si no lo hacemos nosotros, que
somos sus apóstoles, los que le conocemos?
Hay que salir a la faena, hay que ponerle
ilusión y coraje evangélico, sin miedo al rechazo ni a la persecución, con la misma
valentía de Pedro y los apóstoles en la primera lectura cuando son arrastrados
a un interrogatorio en el sanedrín. Lo que parecía una adversidad grande lo
convierten en una oportunidad para dar testimonio.
Jesús resucitado hace algo más
con ellos en este pasaje: les alimenta con el pan y el pescado asado, que
reparan sus fuerzas gastadas. Está claro que es una referencia a la Eucaristía.
En la Eucaristía, el Señor Resucitado nos convoca, nos reúne, nos habla, parte
para nosotros el Pan de vida. Si no fuese por la Eucaristía, ¿de dónde nos iban
a venir las fuerzas y la ilusión por testimoniar el Evangelio en todo lugar y
en toda circunstancia?
Adelante con la misión. Guiados
por Pedro, del cual pronto el Señor nos dará un sucesor, que acogeremos con
respeto filial y agradecimiento, echaremos las redes para Cristo en este mundo.
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