JESÚS SE COMPADECIÓ PORQUE ESTABAN COMO OVEJAS SIN PASTOR
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Una vez que hemos concluido el ciclo pascual y las
solemnidades que le siguen, la Santísima Trinidad y el Corpus Christi,
retomamos el llamado tiempo ordinario. Es el más extenso del año litúrgico y en
él no nos fijamos en un aspecto concreto de la vida del Señor Jesús, sino en
toda su vida pública, en sus enseñanzas y acciones.
En este domingo encontramos un vínculo entre todas las
lecturas en estas dos palabras: llamada-elección y misión. Dios no ha querido realizar
la historia de la salvación dejándonos al margen, sino que ha querido contar
con nuestra colaboración.
Esta llamada se la dirige, en primer lugar, al pueblo de
Israel. Yahvé Dios puso su mirada compasiva en aquel pueblo que vivía la
opresión de los egipcios, maltratado, esclavizado, fuera de su tierra. Y,
contando con Moisés, lo sacó de Egipto y lo condujo a través del desierto hasta
llegar a la tierra prometida, donde podían vivir en libertad.
Esa mirada compasiva, que no permanece indiferente, sino que
se deja conmover, es la misma que tiene Jesús al ver a las muchedumbres
extenuadas y abandonadas como ovejas sin pastor. Pastores tenían de sobra, las
autoridades romanas y judías, los sacerdotes de Jerusalén, los escribas y fariseos,
pero eran malos pastores que no se dejaban conmover por el sufrimiento de las
gentes ni hacían nada por aliviarles.
Y al igual que Dios llamó a Moisés y quiso contar con él para
liberar al pueblo, también Jesús llama a los doce discípulos y les hace
colaboradores de su misión, de la obra del Reino. Moisés tenía autoridad ante
los israelitas y Jesús da autoridad a aquellos Doce. Pero no les da una
autoridad para aprovecharse de ella, para lucrarse o medrar, sino para expulsar
el mal, para curar enfermedades y dolencias. Es una autoridad para hacer el
bien y para servir, no para ser servidos.
En la primera lectura, del libro del Éxodo, Dios recuerda al
pueblo que si les ha elegido y les ha hecho su pueblo mediante una alianza es
para que sean un reino de sacerdotes y una nación santa, es decir no para que
se llenen de orgullo nacional, sino para que sean mediación de santidad para
todos los pueblos de la tierra.
De eso se trata. De que somos llamados y enviados para que la
Buena Noticia que salva y llena de alegría pueda llegar a otros, a los que aún
no la conocen y, por eso, viven extenuados y abandonados como ovejas sin
pastor.
¡Cuánta gente hay que vive así porque no conoce ya la alegría
de la fe! Ahí están las cifras de depresiones, de adicciones, de suicidios en
nuestra sociedad moderna para demostrar que muchos están necesitados de que se
les anuncie la Buena Noticia: “Dios nos demostró su amor en que, siendo
nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros”.
Y el Señor cuenta con nosotros para este anuncio salvador,
con todos sin excepción. Porque todos, por el bautismo, ya hemos sido elegidos
y enviados, cada uno al lugar donde vive, a su familia, a su trabajo, a sus
vecinos y amigos.
Cada cristiano es un discípulo y cada discípulo es un
misionero.
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