YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Estamos ya en el quinto domingo de la Pascua. Esto significa
que estamos muy cerca de celebrar la Ascensión del Señor, su regreso al Padre,
del que vino un día, encarnándose en nuestra naturaleza humana para salvarla y
elevarla a Dios.
Por eso la liturgia de la Palabra nos propone como evangelio
el capítulo 14 del evangelio según san Juan, el discurso de despedida de Jesús
en la última noche, antes de padecer y morir. Es una larga sobremesa tras la
cena de Pascua, en la que el Señor abre el corazón a sus discípulos y les da
como esas últimas instrucciones que brotan de su corazón, que les ama más de lo
que pueden imaginar.
Son muy humanos los sentimientos que surgen en los discípulos
cuando Jesús les anuncia su partida inminente: miedo, incertidumbre, angustia
por el futuro… ¿Qué va a ser de nosotros de ahora en adelante?
Durante los tres años de su vida pública han compartido con
él la vida diaria y en él han encontrado siempre fortaleza, orientación,
refugio, la palabra siempre oportuna para cada situación, el gesto adecuado… y
ahora, ¿Qué les va a quedar?
Jesús les invita, y nos invita, a la confianza: “No se turbe
vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí”. Esa fe es confianza, la
del creyente que sabe que no está solo y que, incluso en los momentos de mayor
dificultad y sufrimiento, Dios está a su lado.
“No os dejaré solos, estaré con vosotros todos los días hasta
el fin de los tiempos”, les dirá en otra ocasión.
La casa del Padre Dios, el Reino, es un espacio, aunque esta
sea solamente una forma de hablar, en la que hay un sitio para todos, preparado
por el Hijo especialmente para sus discípulos, para los que han tratado de
vivir en este mundo según su Palabra, imitándole tanto como fueron capaces.
El esfuerzo que hagamos por vivir según el Evangelio nunca va
a ser en vano, merece la pena porque la recompensa es vivir para siempre en la
casa del Padre.
Pero, ¿Cómo llegar hasta allí? La pregunta de Tomás “¿Cómo
podemos saber el camino?” es como la de aquel joven que se acercó un día a
Jesús y también le pregunto: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.
No hay más que un camino para llegar a la casa del Padre y al banquete del Reino: es Jesucristo. “Yo
soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
En estos tiempos que vivimos, en la que todas las verdades
parecen relativas, en las que, según algunos, todas las opciones de vida, por
contrarias que sean entre sí, tienen igual valor, tenemos que tener bien claras
las palabras de Jesús: hay un camino, hay una verdad y hay una vida. Y es
Jesucristo.
Conocerle es conocer a Dios y ya no necesitamos imaginar o
especular acerca de Dios, porque todo lo que necesitamos saber ya nos lo ha
dicho por medio de su Hijo. Creer en él y aceptarle como único salvador,
seguirle e imitarle, conocer sus palabras y vivirlas cada día, es lo que espera
Dios de nosotros. Nada más… y nada menos.
Por eso cuando Felipe le pide ver al Padre, algo que nadie
podía hacer en la Antigua Alianza, ni siquiera sus creyentes más cercanos, como
Moisés, Jesús simplemente le responde “Quien me ha visto a mí ya ha visto al
Padre”.
Dios no es una fuerza del universo, una sensación personal o
una energía impersonal; Dios se nos ha mostrado plenamente con rostro humano en
Jesús. Quien conoce a Jesús conoce a Dios: “yo estoy en el Padre y el Padre está
en mí”.
Aunque para quienes le ignoraron fuera una piedra desechada,
para nosotros, como dice san Pedro en la segunda lectura, es la piedra angular,
sobre la que debemos construir el edificio de nuestra vida, si queremos que se
sostenga de verdad.
Como pueblo de Dios, escogido, nación santa, esto es lo que
debemos anunciar al mundo que, aunque no lo sepa, necesita escuchar el anuncio
de Jesucristo, el camino, la verdad y la vida.
Oremos en este domingo por los diáconos permanentes, ya que
celebramos su Jornada Diocesana. Los diáconos son aquellos cristianos que,
viviendo su fe en una comunidad parroquial, han sentido la llamada a vivir una especial
vocación de servicio en la Iglesia, con dos dedicaciones especialmente: la
proclamación del Evangelio y la caridad. Suceden a aquellos siete colaboradores
de los apóstoles y colaboran especialmente con los obispos diocesanos. Que los
que ya han recibido este ministerio lo vivan con alegría haciéndose servidores
de todos, y que haya muchos otros que se sientan llamados a ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.