sábado, 6 de mayo de 2023

DOMINGO V DE PASCUA (CICLO A)

 YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Estamos ya en el quinto domingo de la Pascua. Esto significa que estamos muy cerca de celebrar la Ascensión del Señor, su regreso al Padre, del que vino un día, encarnándose en nuestra naturaleza humana para salvarla y elevarla a Dios.

Por eso la liturgia de la Palabra nos propone como evangelio el capítulo 14 del evangelio según san Juan, el discurso de despedida de Jesús en la última noche, antes de padecer y morir. Es una larga sobremesa tras la cena de Pascua, en la que el Señor abre el corazón a sus discípulos y les da como esas últimas instrucciones que brotan de su corazón, que les ama más de lo que pueden imaginar.

Son muy humanos los sentimientos que surgen en los discípulos cuando Jesús les anuncia su partida inminente: miedo, incertidumbre, angustia por el futuro… ¿Qué va a ser de nosotros de ahora en adelante?

Durante los tres años de su vida pública han compartido con él la vida diaria y en él han encontrado siempre fortaleza, orientación, refugio, la palabra siempre oportuna para cada situación, el gesto adecuado… y ahora, ¿Qué les va a quedar?

Jesús les invita, y nos invita, a la confianza: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí”. Esa fe es confianza, la del creyente que sabe que no está solo y que, incluso en los momentos de mayor dificultad y sufrimiento, Dios está a su lado.

“No os dejaré solos, estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”, les dirá en otra ocasión.

La casa del Padre Dios, el Reino, es un espacio, aunque esta sea solamente una forma de hablar, en la que hay un sitio para todos, preparado por el Hijo especialmente para sus discípulos, para los que han tratado de vivir en este mundo según su Palabra, imitándole tanto como fueron capaces.

El esfuerzo que hagamos por vivir según el Evangelio nunca va a ser en vano, merece la pena porque la recompensa es vivir para siempre en la casa del Padre.

Pero, ¿Cómo llegar hasta allí? La pregunta de Tomás “¿Cómo podemos saber el camino?” es como la de aquel joven que se acercó un día a Jesús y también le pregunto: “¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

No hay más que un camino para llegar a la casa del Padre  y al banquete del Reino: es Jesucristo. “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.

En estos tiempos que vivimos, en la que todas las verdades parecen relativas, en las que, según algunos, todas las opciones de vida, por contrarias que sean entre sí, tienen igual valor, tenemos que tener bien claras las palabras de Jesús: hay un camino, hay una verdad y hay una vida. Y es Jesucristo.

Conocerle es conocer a Dios y ya no necesitamos imaginar o especular acerca de Dios, porque todo lo que necesitamos saber ya nos lo ha dicho por medio de su Hijo. Creer en él y aceptarle como único salvador, seguirle e imitarle, conocer sus palabras y vivirlas cada día, es lo que espera Dios de nosotros. Nada más… y nada menos.

Por eso cuando Felipe le pide ver al Padre, algo que nadie podía hacer en la Antigua Alianza, ni siquiera sus creyentes más cercanos, como Moisés, Jesús simplemente le responde “Quien me ha visto a mí ya ha visto al Padre”.

Dios no es una fuerza del universo, una sensación personal o una energía impersonal; Dios se nos ha mostrado plenamente con rostro humano en Jesús. Quien conoce a Jesús conoce a Dios: “yo estoy en el Padre y el Padre está en mí”.

Aunque para quienes le ignoraron fuera una piedra desechada, para nosotros, como dice san Pedro en la segunda lectura, es la piedra angular, sobre la que debemos construir el edificio de nuestra vida, si queremos que se sostenga de verdad.

Como pueblo de Dios, escogido, nación santa, esto es lo que debemos anunciar al mundo que, aunque no lo sepa, necesita escuchar el anuncio de Jesucristo, el camino, la verdad y la vida.

Oremos en este domingo por los diáconos permanentes, ya que celebramos su Jornada Diocesana. Los diáconos son aquellos cristianos que, viviendo su fe en una comunidad parroquial, han sentido la llamada a vivir una especial vocación de servicio en la Iglesia, con dos dedicaciones especialmente: la proclamación del Evangelio y la caridad. Suceden a aquellos siete colaboradores de los apóstoles y colaboran especialmente con los obispos diocesanos. Que los que ya han recibido este ministerio lo vivan con alegría haciéndose servidores de todos, y que haya muchos otros que se sientan llamados a ello.


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