LE RECONOCIERON EN LAS ESCRITURAS Y EN EL PAN
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Seguimos adelante en el camino pascual que comenzamos en la
Vigilia Pascual y que nos llevará hasta la efusión del Espíritu Santo en
Pentecostés.
Cada domingo de Pascua, la Palabra de Dios nos ayuda a crecer
en la fe en la presencia del Señor Resucitado. Porque el interés de los
evangelistas al recoger estos encuentros con el Resucitado que tuvieron tantos
discípulos, no era el de satisfacer nuestra curiosidad, contándonos unas
experiencias extraordinarias que solo ellos tuvieron.
Su verdadero interés era decirnos, a los cristianos de todos
los tiempos, cómo podemos descubrir a nuestro lado al Señor Jesús que vive, cómo
podemos sostener y alimentar nuestra fe.
En el evangelio del domingo pasado, si lo recordamos, Cristo
se aparece a aquellos discípulos que estaban encerrados por el miedo. Les da su
paz y el Espíritu Santo, para que continúen su misión perdonando los pecados en
su nombre. Tomás duda y, pese a todo lo que le cuentan, necesita tocar las
llagas de los clavos y de la lanza para creer. El Señor dice entonces esas
palabras que están dichas también por y para nosotros: “Bienaventurados los que
crean sin haber visto”.
Nosotros no vamos a tener esas apariciones del Resucitado, no vamos a comer pan y pescado con él, no vamos a tocar las huellas de la Pasión en su cuerpo glorificado, porque ya ha ascendido al Padre. Entonces... ¿Cómo podemos experimentar su presencia ahora?
La respuesta nos la da el evangelio de
este tercer domingo.
Dos discípulos van caminando de Jerusalén a Emaús. De nuevo
nos dice que era el primer día de la semana, es decir, el domingo. Van conversando
y discutiendo de todo lo que ha pasado con sentimientos de tristeza y de
decepción. Por esto dejan Jerusalén y se vuelven a su aldea, porque ya no
esperan nada más ni tienen motivos para quedarse en la ciudad en la que han
visto crucificar y sepultar a su Maestro, en quien habían puesto todas las
esperanzas ahora perdidas.
Un misterioso caminante se pone a su lado y les acompaña; sus
ojos, faltos de fe y sobrados de tristeza, no son capaces de reconocerle. Se interesa
por su conversación, les anima a sacar de su corazón lo que les tiene
angustiados: ellos esperaban que Jesús de Nazaret fuera el libertador de
Israel, pero ya hace tres días de su sepultura y los testimonios de las mujeres
y de algunos discípulos acerca del sepulcro vacío no les convencen.
¿Qué hace entonces el misterioso caminante al que no
reconocen? Les explica las Escrituras, les calienta el corazón con la Palabra
de Dios, en la que ya todo estaba anunciado. Ellos, como hebreos, conocían las
Escrituras, pero no las habían interpretado como debían; por eso esperaban de
Jesús de Nazaret un mesías caudillo victorioso y no un mesías cordero inocente entregado.
Cuando, sentado a la mesa con ellos, bendice el pan, lo parte
y se lo da, se les abren los ojos y se les despierta la fe. Entonces lo
reconocen, porque es el mismo gesto de amor que les dio en la última cena
pascual cuando instituyó el sacramento que debían seguir realizando en su
nombre: la Eucaristía, la fracción del pan.
Entonces el Resucitado desaparece de su lado, porque ya no es
necesaria su presencia física. Ahora ya saben, y ya sabemos, cómo le pueden
reconocer a su lado, les ha dado la clave: en la comunidad reunida con el Señor
en el centro, en la Palabra de Dios y en la fracción del pan. Es decir, en la Eucaristía.
Esto es lo que nos puede enseñar el evangelio de este domingo: el Señor está con nosotros en la Eucaristía, en la comunidad que se reúne en su nombre para que Él mismo nos explique las Escrituras y nos parta el Pan de Vida que es su Cuerpo.
Esto es lo que debemos vivir y lo que debemos contar
a los demás con ilusión y valentía, como Pedro, con la fuerza del Espíritu Santo
que recibió en Pentecostés.
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