viernes, 21 de abril de 2023

DOMINGO III DE PASCUA (CICLO A)

 LE RECONOCIERON EN LAS ESCRITURAS Y EN EL PAN

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Seguimos adelante en el camino pascual que comenzamos en la Vigilia Pascual y que nos llevará hasta la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés.

Cada domingo de Pascua, la Palabra de Dios nos ayuda a crecer en la fe en la presencia del Señor Resucitado. Porque el interés de los evangelistas al recoger estos encuentros con el Resucitado que tuvieron tantos discípulos, no era el de satisfacer nuestra curiosidad, contándonos unas experiencias extraordinarias que solo ellos tuvieron.

Su verdadero interés era decirnos, a los cristianos de todos los tiempos, cómo podemos descubrir a nuestro lado al Señor Jesús que vive, cómo podemos sostener y alimentar nuestra fe.

En el evangelio del domingo pasado, si lo recordamos, Cristo se aparece a aquellos discípulos que estaban encerrados por el miedo. Les da su paz y el Espíritu Santo, para que continúen su misión perdonando los pecados en su nombre. Tomás duda y, pese a todo lo que le cuentan, necesita tocar las llagas de los clavos y de la lanza para creer. El Señor dice entonces esas palabras que están dichas también por y para nosotros: “Bienaventurados los que crean sin haber visto”.

Nosotros no vamos a tener esas apariciones del Resucitado, no vamos a comer pan y pescado con él, no vamos a tocar las huellas de la Pasión en su cuerpo glorificado, porque ya ha ascendido al Padre. Entonces... ¿Cómo podemos experimentar su presencia ahora? 

La respuesta nos la da el evangelio de este tercer domingo.

Dos discípulos van caminando de Jerusalén a Emaús. De nuevo nos dice que era el primer día de la semana, es decir, el domingo. Van conversando y discutiendo de todo lo que ha pasado con sentimientos de tristeza y de decepción. Por esto dejan Jerusalén y se vuelven a su aldea, porque ya no esperan nada más ni tienen motivos para quedarse en la ciudad en la que han visto crucificar y sepultar a su Maestro, en quien habían puesto todas las esperanzas ahora perdidas.

Un misterioso caminante se pone a su lado y les acompaña; sus ojos, faltos de fe y sobrados de tristeza, no son capaces de reconocerle. Se interesa por su conversación, les anima a sacar de su corazón lo que les tiene angustiados: ellos esperaban que Jesús de Nazaret fuera el libertador de Israel, pero ya hace tres días de su sepultura y los testimonios de las mujeres y de algunos discípulos acerca del sepulcro vacío no les convencen.

¿Qué hace entonces el misterioso caminante al que no reconocen? Les explica las Escrituras, les calienta el corazón con la Palabra de Dios, en la que ya todo estaba anunciado. Ellos, como hebreos, conocían las Escrituras, pero no las habían interpretado como debían; por eso esperaban de Jesús de Nazaret un mesías caudillo victorioso y no un mesías cordero inocente entregado.

Cuando, sentado a la mesa con ellos, bendice el pan, lo parte y se lo da, se les abren los ojos y se les despierta la fe. Entonces lo reconocen, porque es el mismo gesto de amor que les dio en la última cena pascual cuando instituyó el sacramento que debían seguir realizando en su nombre: la Eucaristía, la fracción del pan.

Entonces el Resucitado desaparece de su lado, porque ya no es necesaria su presencia física. Ahora ya saben, y ya sabemos, cómo le pueden reconocer a su lado, les ha dado la clave: en la comunidad reunida con el Señor en el centro, en la Palabra de Dios y en la fracción del pan. Es decir, en la Eucaristía.

Esto es lo que nos puede enseñar el evangelio de este domingo: el Señor está con nosotros en la Eucaristía, en la comunidad que se reúne en su nombre para que Él mismo nos explique las Escrituras y nos parta el Pan de Vida que es su Cuerpo. 

Esto es lo que debemos vivir y lo que debemos contar a los demás con ilusión y valentía, como Pedro, con la fuerza del Espíritu Santo que recibió en Pentecostés.

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