LES ENVIÓ DE DOS EN DOS A DONDE PENSABA IR ÉL
En este domingo la palabra Paz se repite mucho en las
lecturas de la Palabra de Dios.
Quisiéramos que la tierra entera fuese un lugar de paz, en el
que los derechos y la dignidad de todos son respetados, en el que nadie es perseguido,
maltratado, asesinado. Pero la realidad, como bien sabemos, está muy lejos de
esto.
Las guerras continúan causando sufrimientos incalculables.
Hay más de treinta conflictos bélicos activos en nuestro mundo. Algunas guerras
son conocidas y seguidas a diario, como la de Ucrania, porque nos pillan cerca.
Pero también hay muchas otras en el mundo que no parecen importarle ya a nadie
y que nunca aparecen en los medios de comunicación.
Y también permanece la guerra incesante, silenciosa, del
hambre contra los más pobres.
Los profetas en la Biblia no adivinan el futuro, sino que
hablan la Palabra de Dios que les es comunicada y hablan del sueño de Dios para
su humanidad amada.
La primera lectura de este domingo, tomada del profeta
Isaías, transmite muy bien esto: el profeta Isaías habla de Dios como de una
madre que está deseando abrazar, amamantar, dar paz y consuelo a la humanidad
herida, triste y desgarrada: “como a un niño a quien su madre consuela, así os
consolaré yo”.
Lo que eran huesos muertos se llenan de nuevo de vida, donde
había desolación surge el consuelo, donde había división, empieza a haber paz y
reconciliación.
Es lo que ocurriría si todos nos decidiéramos a volver a
Dios. Sí, volver a Dios, que nos está esperando y al acercarnos a él nos
acercaríamos a los hermanos.
Los creyentes, ¿estamos convencidos de esto? ¿Estamos
convencidos de que si nos acercáramos más a Dios nuestra vida y la de los que
nos rodean podría cambiar?
No significa que, de repente, todos los problemas
desaparecerían, porque recordemos que la fe no es una magia.
Pero sí que muchas cosas podrían ser distintas, y muchas
personas transformadas para mejor pueden ir formando un pueblo mejor, una
nación mejor, un mundo mejor. Decimos que el mal se expande, pero también el bien
se expande, y aún más.
Esta lectura profética, con sus bellas imágenes, nos recuerda
que las cosas podrían ser de otro modo si nos volviéramos a Dios –eso es la
conversión- y aceptáramos de verdad el Evangelio de Jesucristo como guía del
actuar de cada día.
Cuando Jesús envía a sus Doce apóstoles, y luego al grupo más
grande de setenta y dos discípulos, que aparecen en el evangelio de este
domingo, a que lleven su mensaje, no lo hace como si fuese un empresario que
quiere expandir con sus representantes comerciales un producto o una idea.
Lo hace porque el mensaje de Jesús es la Buena Noticia que
las personas necesitan escuchar. Porque tiene la fuerza de cambiar vidas, de
mejorarlas, de sacar de la desesperación y la tristeza, de salvar, en
definitiva.
Nos salva saber que Dios es un padre que nos ama pese a
nuestros pecados y que nos espera siempre, nos salva saber que los demás son
mis hermanos y que perdonarles y aceptarles nos libera de la carga pesada del
odio, nos salva saber que estamos llamados a encontrar la felicidad dando la
vida por los demás, nos salva del miedo y la desesperación saber que la muerte
no es el final.
Es un mensaje salvador que debe ser anunciado para que, al
acogerlo en nuestra vida, seamos transformados y vayamos transformando el mundo
según el proyecto del Reino de Dios.
¿A quién dirige ese envío para llevar el Evangelio? A todos
nosotros, a todos los bautizados que nos sentimos parte de la familia de la
Iglesia.
El envío de Jesús tiene unas características especiales: hay
que ir de dos en dos, es decir como parte de la comunidad, hay que llevarlo con
sencillez, hay que llevar la paz por delante, hay que acoger la hospitalidad de
los demás, hay que curar y liberar del mal.
Salgamos hoy de la iglesia sintiéndonos enviados por el Señor
a compartir con los que nos encontremos la Buena Noticia salvadora de Jesús.
Todos somos enviados: discípulos misioneros.
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