EL PRIMERO ES EL SERVIDOR DE TODOS
En este evangelio de hoy, Jesús no se dirige directamente a
los escribas y fariseos, aunque sí hable de ellos, sino a la gente y a sus
discípulos. Les previene con duras palabras contra ellos y su forma hipócrita
de vivir. Pero nos equivocamos si queremos ver este evangelio sólo como una
denuncia de Jesús a personajes ajenos a nosotros, que ya no existen.
Si hacemos esto, el evangelio sería un testimonio fosilizado
de algo que ya no tiene que ver con nosotros. Entonces ya no sería la Palabra
viva que es, la que siempre nos enseña y siempre nos corrige.
Lo que Jesús dice de aquellos maestros de la ley judía
también nos advierte a nosotros para que no caigamos en sus mismos errores.
¿Cuáles son estos?
Tienen enseñanzas muy
buenas, pero su vida es muy distinta a estas. Es el pecado de la incoherencia, de la diferencia
radical entre lo que creemos y lo que realmente vivimos en el día a día, entre
lo que afirmamos dentro de la iglesia y lo que luego vivimos al salir de ella. ¿No
es cierto que todos podemos tener algo de esto, que hay diferencia entre creer
que el amor a Dios y al prójimo son lo esencial y luego practicarlo?
Cargan pesados fardos a
otros, pero luego no mueven un dedo para empujar. Es el pecado de pedir a los demás
lo que nosotros no damos, de ver la paja en el ojo ajeno sin distinguir la viga
en el propio. ¿No es cierto que a veces somos muy duros con los defectos ajenos
y muy indulgentes y blandos con los defectos propios? ¿No ponemos más energía
en corregir al otro que en auto-corregirnos?
Hacen las cosas para
ser vistos por la gente. Es el pecado de querer aparentar ser mejores, más buenos, más
solidarios que otros. ¿No es cierto que si hacemos algo bueno queremos que se
nos reconozca y nos enfadamos si no se tiene en cuenta?
Como vemos, las palabras de Jesús también nos son útiles para
hacer un buen examen de conciencia y para pedir perdón y conversión. No podemos
quedarnos en pensar lo malos que eran aquellos fariseos, lo falsos e hipócritas
que eran… con eso no basta.
Jesús ha querido crear un grupo de amigos y discípulos, la
Iglesia, en la que se vivan otros valores diferentes a los del mundo: los
valores del Reino de Dios. En esta familia con valores nuevos, que tiene que
ser sal y levadura para la transformación de la sociedad humana, hay un solo
Padre Dios, por lo que todos somos hermanos, iguales en dignidad, y hay un solo
maestro, Jesucristo y su Espíritu Santo, que nos enseña desde el corazón.
Y el primero, el más importante, no es el que tiene a los
demás a su servicio, sino el que, por amor, se pone al servicio de todos.
Es un proyecto maravilloso, que siempre está por comenzar.
¿Podemos decir, acaso, que ya vivimos así? ¿O, más bien, tenemos que reconocer,
que debemos renovar nuestras mentes y corazones para vivir según este proyecto
de Jesús?
San Pablo es testigo de las enseñanzas de Jesús para los
cristianos de Tesalónica: se porta con delicadeza y cariño de madre con ellos,
a pesar de que podía tratarles con la autoridad del apóstol. No solo les
entrega el evangelio, sino que se da él mismo por entero, no quiere
aprovecharse de nadie, sino ser el servidor bueno de todos.
Si todos nos decidiéramos a actuar así, nuestras comunidades
cristianas serían un faro de luz para nuestro mundo, y dirían de nosotros como
de los primeros cristianos: “Mirad como se quieren”.
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