viernes, 8 de marzo de 2019

5 “CES” PARA LA CUARESMA


 1. CAMINO
La C de camino es la primera. Se trata de una metáfora clásica de la vida; ya desde antiguo: Abraham, Ulises... Como el camino, la vida tiene un principio y un final. Y una dirección. El tiempo de cuaresma es camino hacia la Pascua. Implica que hay que moverse; no como vagabundos o nómadas, sino como peregrinos que conocen la meta y el mapa. La cuaresma nos recuerda que el seguimiento de Jesús implica un recorrido. Nos llama a caminar tras él, a vencer sus tentaciones, a reproducir sus sentimientos y a actualizar sus actitudes: libertad, amor, confianza, oración. No es suficiente con las prácticas religiosas ru-tinizadas y repetidas una y otra vez como un ritual. No basta con dar culto a Cristo. La fe cristiana implica recorrer un camino; es praxis de los pies hacia los necesitados ocasionales como el samaritano; hacia los excluidos y las periferias; hacia las sorpresas y la novedad de la Pascua.
  
 2. CRISMA 
En el bautismo recibimos la unción con crisma; fuimos ungidos; fuimos incorporados a la vida y misterio de Jesús, profeta, sacerdote y rey. Fue sólo un comienzo, como una semilla, una energía; por eso, tiene que desarrollarse y crecer hasta la plenitud de vida. El tiempo de cuaresma es memoria y recuperación de nuestra trayectoria bautismal. Revivimos y ratificamos las promesas del bautismo renunciando al fatalismo, a la violencia e in-solidaridad. Personalizamos la dinámica del bautismo como progresiva configuración con Cristo en su misterio y en los caminos humanos que llevan hacia él. El sacramento llega a ser "sacramento de la fe" no ya prestada, sino personal, personalizada y personalizadora. Y eclesializada.
  
3. CONSAGRACIÓN 
La vida de cada persona ha sido conformada a la de Jesús. Todo parte de él; el Padre nos santifica en la santidad del Hijo, nos consagra en la humanidad sagrada del Hijo, nos hace hijos en el Hijo amado, nos unge en el amor del Espíritu. De esta bautismal consagración fundamental emerge y se despliega la consagración religiosa. Los consejos evangélicos no alejan de las promesas del bautismo; introducen más profundamente en ellas. El camino espiritual de los consagrados por la profesión de los consejos evangélicos es un camino bautismal. Este tiempo de cuaresma brinda la oportunidad de hacer memoria del bautismo, de renovar la opción fundamental y permanente por el seguimiento de Cristo. La vida consagrada es escuela de discipulado permanente.
   
4. CATEQUESIS
 El tiempo cuaresmal es memoria del proceso catecumenal. La liturgia tiene vestigios de este proceso. Propone los textos bíblicos básicos, los momentos de escrutinio, los pasajes del camino iniciático hacia la fe, la oración, la familiaridad con la palabra de Dios, la moral evangélica. Rehacer el camino catecumenal significa intensificar el contacto con la Palabra viva de Dios que se contiene en la Escritura, con las celebraciones comunitarias de los sacramentos en los cuales sigue actuando y haciéndose presente el Jesús resucitado. Es una oportunidad para responder a la pregunta: ¿Qué motivos tengo para ratificar y renovar hoy mi propio bautismo?

5. CUERPO 
Cuaresma es tiempo de conversión al sueño de Dios para nuestras vidas. Y sabemos también que la conversión tiene por objeto lo mejor de nosotros mismos. Se trata de convertirnos a nuestra más honda aspiración y nuestro sueño más profundo de felicidad, es decir, de relación y comunicación. Y eso pasa por valorar y cuidar mejor nuestro propio cuerpo, sin maltratarlo con excesos de actividad o con exceso de inercia. Aprender a tomar conciencia de nuestros cuerpos como presencia, como revelación y comunicación. De esa manera, podemos agradecer la maravilla de nuestro cuerpo y bendecir el cuerpo de los hermanos y hermanas. Y en consecuencia integraremos mejor las energías de nuestro cuerpo y de nuestra mente concentrándolas en la gran pasión de amor que es Jesucristo; curaremos esas heridas que nos hacen mirar atrás como la mujer de Lot; liberaremos nuestras esclavitudes, que nos hacen andar encorvados. Y caminaremos erguidos hacia la Pascua del Señor.




sábado, 2 de marzo de 2019

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2019

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año, a través de la Madre Iglesia, Dios «concede a sus hijos anhelar, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que […] por la celebración de los misterios que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser con plenitud hijos de Dios» (Prefacio I de Cuaresma).
De este modo podemos caminar, de Pascua en Pascua, hacia el cumplimiento de aquella salvación que ya hemos recibido gracias al misterio pascual de Cristo: «Pues hemos sido salvados en esperanza» (Rm 8,24).
Este misterio de salvación, que ya obra en nosotros durante la vida terrena, es un proceso dinámico que incluye también a la historia y a toda la creación. San Pablo llega a decir: «La creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8,19). Desde esta perspectiva querría sugerir algunos puntos de reflexión, que acompañen nuestro camino de conversión en la próxima Cuaresma.

1. La redención de la creación
La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención. Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano.
Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte.


2. La fuerza destructiva del pecado

Efectivamente, cuando no vivimos como hijos de Dios, a menudo tenemos comportamientos destructivos hacia el prójimo y las demás criaturas —y también hacia nosotros mismos—, al considerar, más o menos conscientemente, que podemos usarlos como nos plazca. Entonces, domina la intemperancia y eso lleva a un estilo de vida que viola los límites que nuestra condición humana y la naturaleza nos piden respetar, y se siguen los deseos incontrolados que en el libro de la Sabiduría se atribuyen a los impíos, o sea a quienes no tienen a Dios como punto de referencia de sus acciones, ni una esperanza para el futuro (cf. 2,1-11). Si no anhelamos continuamente la Pascua, si no vivimos en el horizonte de la Resurrección, está claro que la lógica del todo y ya, del tener cada vez más acaba por imponerse.
Como sabemos, la causa de todo mal es el pecado, que desde su aparición entre los hombres interrumpió la comunión con Dios, con los demás y con la creación, a la cual estamos vinculados ante todo mediante nuestro cuerpo. El hecho de que se haya roto la comunión con Dios, también ha dañado la relación armoniosa de los seres humanos con el ambiente en el que están llamados a vivir, de manera que el jardín se ha transformado en un desierto (cf. Gn 3,17-18). Se trata del pecado que lleva al hombre a considerarse el dios de la creación, a sentirse su dueño absoluto y a no usarla para el fin deseado por el Creador, sino para su propio interés, en detrimento de las criaturas y de los demás.
Cuando se abandona la ley de Dios, la ley del amor, acaba triunfando la ley del más fuerte sobre el más débil. El pecado que anida en el corazón del hombre (cf. Mc 7,20-23) —y se manifiesta como avidez, afán por un bienestar desmedido, desinterés por el bien de los demás y a menudo también por el propio— lleva a la explotación de la creación, de las personas y del medio ambiente, según la codicia insaciable que considera todo deseo como un derecho y que antes o después acabará por destruir incluso a quien vive bajo su dominio.


3. La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón

Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co 5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1). Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm8,21). La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón. Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia. Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

Queridos hermanos y hermanas, la “Cuaresma” del Hijo de Dios fue un entrar en el desierto de la creación para hacer que volviese a ser aquel jardín de la comunión con Dios que era antes del pecado original (cf. Mc 1,12-13; Is 51,3). Que nuestra Cuaresma suponga recorrer ese mismo camino, para llevar también la esperanza de Cristo a la creación, que «será liberada de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21). No dejemos transcurrir en vano este tiempo favorable. Pidamos a Dios que nos ayude a emprender un camino de verdadera conversión. Abandonemos el egoísmo, la mirada fija en nosotros mismos, y dirijámonos a la Pascua de Jesús; hagámonos prójimos de nuestros hermanos y hermanas que pasan dificultades, compartiendo con ellos nuestros bienes espirituales y materiales. Así, acogiendo en lo concreto de nuestra vida la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, atraeremos su fuerza transformadora también sobre la creación.



Vaticano, 4 de octubre de 2018

Fiesta de san Francisco de Asís

IMPOSICIÓN DE LA CENIZA CUARESMAL 2019






MIÉRCOLES DE CENIZA:
VILLAOBISPO: 6 DE LA TARDE
VILLARRODRIGO: 7 DE LA TARDE


DOMINGO PRIMERO DE CUARESMA:
VILLAMOROS: A LAS 11
ROBLEDO: A LAS 12
VILLANUEVA: A LA 1





TERCER DOMINGO DE PASCUA (B)

              VOSOTROS SOIS TESTIGOS COMENTARIO  A LAS LECTURAS DE LA MISA Continuamos adelante en el camino alegre del tiempo pascual....