sábado, 26 de diciembre de 2015

27 DICIEMBRE: FIESTA SAGRADA FAMILIA DE NAZARET


HOMILÍA NAVIDAD PAPA FRANCISCO

Texto completo de la homilía del Papa Francisco en la Santa Misa de Nochebuena:

En esta noche brilla una «luz grande» (Is 9,1); sobre nosotros resplandece la luz del nacimiento de Jesús. Qué actuales y ciertas son las palabras del profeta Isaías, que acabamos de escuchar: «Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,2). Nuestro corazón estaba ya lleno de alegría mientras esperaba este momento; ahora, ese sentimiento se ha incrementado hasta rebosar, porque la promesa se ha cumplido, por fin se ha realizado. El gozo y la alegría nos aseguran que el mensaje contenido en el misterio de esta noche viene verdaderamente de Dios. No hay lugar para la duda; dejémosla a los escépticos que, interrogando sólo a la razón, no encuentran nunca la verdad. No hay sitio para la indiferencia, que se apodera del corazón de quien no sabe querer, porque tiene miedo de perder algo. La tristeza es arrojada fuera, porque el Niño Jesús es el verdadero consolador del corazón.

Hoy ha nacido el Hijo de Dios: todo cambia. El Salvador del mundo viene a compartir nuestra naturaleza humana, no estamos ya solos ni abandonados. La Virgen nos ofrece a su Hijo como principio de vida nueva. La luz verdadera viene a iluminar nuestra existencia, recluida con frecuencia bajo la sombra del pecado. Hoy descubrimos nuevamente quiénes somos. En esta noche se nos muestra claro el camino a seguir para alcanzar la meta. Ahora tiene que cesar el miedo y el temor, porque la luz nos señala el camino hacia Belén. No podemos quedarnos inermes. No es justo que estemos parados. Tenemos que ir y ver a nuestro Salvador recostado en el pesebre. Este es el motivo del gozo y la alegría: este Niño «ha nacido para nosotros», «se nos ha dado», como anuncia Isaías (cf. 9,5). Al pueblo que desde hace dos mil años recorre todos los caminos del mundo, para que todos los hombres compartan esta alegría, se le confía la misión de dar a conocer al «Príncipe de la paz» y ser entre las naciones su instrumento eficaz.

Cuando oigamos hablar del nacimiento de Cristo, guardemos silencio y dejemos que ese Niño nos hable; grabemos en nuestro corazón sus palabras sin apartar la mirada de su rostro. Si lo tomamos en brazos y dejamos que nos abrace, nos dará la paz del corazón que no conoce ocaso. Este Niño nos enseña lo que es verdaderamente importante en nuestra vida. Nace en la pobreza del mundo, porque no hay un puesto en la posada para Él y su familia. Encuentra cobijo y amparo en un establo y viene recostado en un pesebre de animales. Y, sin embargo, de esta nada brota la luz de la gloria de Dios. Desde aquí, comienza para los hombres de corazón sencillo el camino de la verdadera liberación y del rescate perpetuo. De este Niño, que lleva grabados en su rostro los rasgos de la bondad, de la misericordia y del amor de Dios Padre, brota para todos nosotros sus discípulos, como enseña el apóstol Pablo, el compromiso de «renunciar a la impiedad» y a las riquezas del mundo, para vivir una vida «sobria, justa y piadosa» (Tt 2,12).

En una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo, Él nos llama a tener un comportamiento sobrio, es decir, sencillo, equilibrado, lineal, capaz de entender y vivir lo que es importante. En un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y el poner en práctica la voluntad de Dios. Ante una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada, nuestro estilo de vida ha de estar lleno de piedad, de empatía, de compasión, de misericordia, que extraemos cada día del pozo de la oración.

Que, al igual que el de los pastores de Belén, nuestros ojos se llenen de asombro y maravilla al contemplar en el Niño Jesús al Hijo de Dios. Y que, ante Él, brote de nuestros corazones la invocación: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).

jueves, 24 de diciembre de 2015

LA PALABRA SE HACE CARNE (meditación sobre la Navidad) 1º

Este es el texto de la meditación sobre el Misterio de la Navidad que hice el sábado 12 en las Jornadas sobre la Navidad de Robledo de Torío:

Del santo evangelio según san Juan 1, 1- 18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre,  lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo:"Éste es de quien dije:'El que viene detrás de mí    pasa delante de mi, porque existía antes que yo.'"

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Cuando empecé a darme más cuenta de estas cosas y a reflexionar más, me llamó bastante la atención que el día de Navidad la Iglesia proponga como lectura del Evangelio en la misa este prólogo del evangelista Juan. Al comienzo de los evangelios sinópticos de Mateo y Lucas, el relato del nacimiento de Jesús es contado de un modo más asequible, porque se narra la historia con detalles exactos y comprensibles: la joven pareja de esposos que yendo de camino no encuentra posada en la aldea de Belén, los pastores que velan sus rebaños al raso y son los primeros destinatarios de la noticia, los magos astrólogos del Oriente que ven en el cielo signos que les ponen en camino…
Pero el evangelista Juan es distinto al resto: aquí no hay pastores, magos… ni siquiera el Niño. No se habla del bebe arropado en el regazo de su madre, sino de la Palabra, de la Palabra de Dios, su Verbo eterno, el que siempre ha estado junto a él y que ahora ha venido a vivir entre nosotros. Este texto, aunque en un principio nos resulte difícil de comprender, nos da las claves más profundas para entender qué celebramos verdaderamente en la Navidad; no pretende responder al cómo sucedió, sino al por qué sucedió: ¿por qué nace el Hijo de Dios como un niño?, ¿por qué creemos que en ese bebe desvalido el Hijo único del Dios verdadero, todopoderoso y creador, se ha hecho hombre?
Hoy es más necesario que nunca profundizar en estas preguntas si queremos encontrarle sentido a lo que vamos a vivir dentro de pocos días ya. Alguien dijo que a los cristianos nos han secuestrado la Navidad; para muchas personas es ya una fiesta del consumo, una fiesta vacía en la que todos nos deseamos felicidad, sin que muchos sepan ya por qué hay que estar felices. Ya hay hasta quien cambia el feliz navidad por un felices fiestas, como si fuera una sucesión encadenada de fiestas, de reuniones familiares en el invierno… pero una Navidad vacía de su significado más profundo, que es la Encarnación, termina siendo un caparazón vacío que nos deja también vacíos… el espíritu y hasta los bolsillos…
No vivimos buenos tiempos para la reflexión, eso es cierto, todos estamos llenos de estímulos, de reclamos, nos cuesta centrar la atención en algo más de un minuto. Hay un anuncio en la TV que seguro muchos habéis visto; a mí me llamó la atención… es una chica joven que vuelve en el autobús a casa, seguramente por Navidad y dice ¡Qué bien, tengo todo el viaje por delante para pensar, para meditar sobre mi vida, para reflexionar! A los dos segundos de silencio dice.. ya he terminado de reflexionar… voy a ver Narcos. Saca el móvil, se pone los auriculares y a ver una serie. Pues eso nos pasa un poco a todos hoy, que no nos paramos a reflexionar y así terminamos siendo superficiales… ya que tenemos este tiempo por delante nosotros vamos a intentarlo.


1º DIOS ES PALABRA

Los seres humanos no podemos vivir aislados, necesitamos relacionarnos y comunicarnos. Por eso la palabra es uno de los dones más preciados que poseemos, gracias a ella podemos salir al encuentro de los otros, expresar lo que llevamos dentro y establecer con ellos vínculos de amistad y colaboración. Cuando vemos que una persona nos niega la palabra nos duele mucho; es como si dijera que no existo para ella, porque si existimos con los demás es por medio de las palabras, comunicándonos.
El término griego que usa el evangelio de Juan es Logos, que se puede traducir como sabiduría y comunicación. Decir que Dios es Palabra es ya algo novedoso e increíble. 
Desde que el hombre es hombre, es un ser religioso, es decir un ser con razón o inteligencia, que se pregunta por el sentido de lo que existe y por el sentido de sí mismo. 
Algunos dicen que el hombre es hombre porque usa las cosas que le rodean en la naturaleza y las sabe transformar en su provecho, que es lo que se llama la cultura. Pero eso también lo hacen, a otro nivel obviamente, algunos animales: las hormigas cavan complejos túneles que son ciudades en miniatura, los castores cortan maderas y hacen presas en los ríos, los monos usan palos y piedras como nosotros los martillos y azadas. Nos asombra lo que la naturaleza logra hacer… lo que no hace ningún otro ser vivo, excepto nosotros, es preguntarse: ¿por qué existe algo en lugar de no existir nada? ¿Por qué existo yo cuando podría no existir?
El ser humano, desde que es tal, no se conforma con vivir adaptándose lo mejor posible al medio natural, sino que también se pregunta: ¿por qué? ¿Por qué yo, quien soy, de donde vengo y a dónde voy? Y descubre que está rodeado de un misterio que le trasciende: esa pregunta y esa admiración es el origen de toda religión. Y trata de encontrar respuestas, penetrando en ese misterio, no se conforma con no entender y seguir viviendo sin más. 
El hombre primitivo se asombra ante la fecundidad de su cuerpo, capaz de engendrar una nueva vida, semejante pero distinta a él, e intuye que hay detrás un misterio, una fuerza superior a la que llama dios o diosa de la fecundidad. 
Lo mismo le ocurre con los fenómenos de la naturaleza, frente a los que se siente tan débil con su cuerpo frágil e inventa un dios de la lluvia y del sol, del viento y del mar, de la caza y del fuego… así va descubriendo que está rodeado de dioses o potencias misteriosas, como le queramos llamar, que a veces le son favorables y otras destructoras. El politeísmo (poli-theos, muchos dioses), es la primera forma de religión natural del ser humano.
Pero en un tiempo y un lugar concreto, hace unos 4000 años en Arán, una región de la Baja Mesopotamia, hubo un hombre que vivió una experiencia distinta. Era Abraham, un pastor nómada, que creía como los demás en esa multitud de dioses, cada uno con su propio templo, pero que descubre que el misterio divino no está oculto en esta o aquella fuerza de la naturaleza, sino que está por encima de todas ellas, que hay un solo Dios que no tiene nada que ver con los ídolos que adoraba hasta entonces. Y, lo más increíble aún, descubre que Dios quiere comunicarse con él, ser su amigo, hablarle con palabras humanas que puede entender. Este Dios único que Abraham descubre no quiere permanecer escondido y misterioso, busca darse a conocer o revelarse. 

Comienza así una experiencia religiosa totalmente nueva en la historia de la humanidad: Dios escoge un pueblo descendiente de ese primer testigo, Abraham, el pueblo de Israel, con el que entabla una alianza, un pacto. Él los protegerá y cuidará, a pesar de ser una nación casi insignificante. A cambio les pide que lo escuchen, que se dejen conducir y se fíen de él. El primero que tiene que fiarse incondicionalmente es el mismo Abraham, al que pide salir de su tierra hacia lo desconocido con su mujer Saray, estéril; les promete lo que humanamente parece imposible: darles descendencia y hacer de ellos un pueblo numeroso como las estrellas del cielo. No deja que lo representen con ninguna imagen, porque no se le puede ver ni poseer, tampoco se puede comprar su voluntad y protección ni tenerlo de su parte con ritos y sacrificios; hay que escucharle, buscar su voluntad y seguirla. El nombre con el que se les da a conocer es enigmático Yahvé, que se puede traducir por “Yo soy el que soy” o “yo soy el que existe por sí mismo”. 

CONTINÚA.....

LA PALABRA SE HACE CARNE (meditación sobre la Navidad) 2º

El Dios único Yahvé les va hablando, les educa como un padre a sus hijos por medio de personas concretas que, inspiradas, dicen al pueblo lo que Él pone en sus corazones para que lo digan con palabras humanas: los profetas. Pero, además, el Dios único y verdadero se manifiesta a través de los acontecimientos de su historia, de los buenos y los malos, como su esclavitud en Egipto, su duro avance hacia la tierra prometida, sus alegrías y sus derrotas. Es lo que llamamos la historia de la revelación o historia sagrada; los acontecimientos que viven no son distintos a los que les ocurren a otros pueblos de su entorno. 
De hecho no son una nación importante en el devenir de la historia antigua, como lo eran los asirios o los egipcios, pero lo que les ocurre lo viven y lo interpretan desde la fe en el Dios Yahvé y eso les hace diferentes al resto de las naciones. No simplemente viven los sucesos de su historia, sino que en ellos indagan qué les estará queriendo decir Dios con lo que les pasa; por eso es una historia sagrada y por eso nosotros también los leemos hoy, porque transmiten la experiencia religiosa de un pueblo durante siglos y siglos.
El Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, lo expresó así: “En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como a amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de revelación se realiza por obras y palabras unidas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio”.

Aquí se dicen ideas muy importantes que no debemos pasar por alto:
Con nuestras propias fuerzas e inteligencia, los seres humanos no podríamos conocer plenamente a Dios, aunque sí encontramos la huella de su orden y belleza en las cosas creadas que nos rodean,
Es Dios quien decide darse a conocer libremente al hombre por amor, con palabras y obras que podemos entender, entrando así en nuestra propia historia humana.
De entre todos los seres vivos, algunos más perfectos que nosotros en lo físico, somos los únicos hechos a imagen y semejanza del Creador, con razón y voluntad, capaces de escucharle, de entrar en comunicación con él. Somos por naturaleza, así nos quiso hacer, oyentes de su Palabra, de su Verbo.


2. LA PALABRA SE HACE CARNE.

Toda esa revelación progresiva y paciente que Dios hace al pueblo de Israel, en la que actúa con paciencia de padre y educador, manifestando su ternura, a veces su corrección, enseñando primero lo más fácil y luego lo más difícil, en un momento determinado de la historia, al cumplirse la plenitud de los tiempos, como dice san Pablo, toma un giro radicalmente nuevo y asombroso: la Palabra de Dios, su Verbo, el Hijo, se hace hombre en Jesús de Nazaret: “Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora en esta etapa final nos ha hablado por el Hijo” (Heb. 1,1-2).
Es la misma Palabra por la que todo existe y fue creado, la que habló en el Génesis cuando el “Hágase” divino fue haciendo surgir los cielos, la tierra, el ser humano… el prólogo de Juan, que nos está sirviendo de hilo conductor dice: “en el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios”. A esa Palabra la llama luz, que ilumina a los hombres, y vida, que vence toda muerte. 
La Encarnación que celebramos cada Navidad significa que el Hijo de Dios, que es Dios mismo con el Padre y el Espíritu, ha asumido nuestra naturaleza humana para salvarnos. Es un misterio tan increíble que, aunque sea el centro de nuestra fe cristiana, nos cuesta comprenderlo: Dios podía haber elegido otro camino, otro plan más fácil de realizar para salvarnos, pero elige, guiado por un amor loco a nosotros sus criaturas los hombres, hacerse uno de nosotros compartiendo nuestras debilidades, nuestras tentaciones, la fragilidad de nuestro cuerpo humano que sufre, envejece y muere.
En los mitos de los griegos y de la India ya se hablaba de dioses que se hacían pasar por hombres, que tomaban apariencia humana como quien se pone un disfraz y bajaban a la tierra a pelear en un bando u otro, a influir en reyes, a enamorar a las mortales y a engendrar hijos semi-divinos… pero no se hacían humanos, luego regresaban a su Olimpo.
 Pero la encarnación de Jesucristo, que creemos, es totalmente distinta: Dios no se disfraza de hombre, sino que se hace realmente un hombre, que nace como niño de una mujer humana, María, dependiendo de su calor y sus cuidados, de su leche materna para no morir, como cualquier recién nacido. Y ese niño que nace en Belén tendrá que ser después cuidado, educado, hasta que se valga por sí mismo y pueda emprender su propio camino como hombre adulto.
A veces los mismos cristianos no tenemos claro esto, que es el ABC de lo que creemos: Jesús no es un Dios con apariencia de hombre ni es una mezcla de Dios y hombre al 50%, no… Como dice muy claramente el Catecismo de la Iglesia Católica: “Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios”. La pregunta es: ¿por qué se hace carne-hombre (es lo mismo)- la Palabra de Dios y pone su morada entre nosotros? El Credo Niceno-Constantinopolitano, el que llamamos credo largo nos da la respuesta: “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo”.
La salvación está en conocer el amor de Dios por nosotros, que le ha llevado a encarnarse, acogerlo como la  mejor noticia posible y vivir de acuerdo a ello; la salvación no es algo que nos espera después de la muerte, ya ahora vivo salvado si creo que Dios me ha amado infinitamente en su Hijo Jesús y respondo con la fe: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que envió al mundo a su Hijo para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9). El cristianismo no es una búsqueda de Dios; es Dios quien me busca para que sienta su amor y viva como hijo suyo.
Jesús nace para mostrarnos el camino que conduce a Dios y que él, como Hijo, resumió en el mandamiento nuevo del amor: “Esto es lo que yos os mando: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Se ha hecho uno de nosotros para que podamos ser de la familia de Dios, entrar en su misma vida: “a todos los que lo recibieron les dio poder para ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”, como dice san Juan.
No pretendo agotar el tema, que lleva ocupando a los pensadores cristianos, a los pastores de la Iglesia, a los poetas, durante siglos y no se acaba nunca. El propósito de mi reflexión ha sido solamente ayudar a que nazca en nosotros el asombro con el que debería celebrar un cristiano cada Navidad. La Navidad no es una fiesta de alegría tontorrona, de compartir regalos y contar fábulas bonitas a los niños que, en el fondo, nos parecen ingenuas y falsas. 
En ella celebramos el acontecimiento más increíble, más sorprendente y más transformador que podamos imaginar: Dios se hace uno de nosotros, para que nosotros podamos ser uno con él. Para que no tengamos que imaginarle ni decir que es así o del otro modo se nos ha manifestado con un rostro humano, nos ha hablado con palabras humanas, ha compartido nuestra vida, nuestras alegrías y penas: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” dijo Jesús respondiendo a un discípulo que le pedía poder ver al Padre.
Que cuando adoremos la imagen del Niño Dios, que cuando escuchemos el relato de su nacimiento en las misas de la Navidad o veamos un Belén, podamos hacerlo con ojos asombrados de creyentes. 

Rubén García Peláez


lunes, 21 de diciembre de 2015

¿POR QUÉ ES NAVIDAD? (cuento con moraleja)

Erase una vez un hombre que no creía en Dios. No tenía reparos en decir lo que pensaba de la religión y de las festividades religiosas, como la Navidad.

Su mujer, en cambio, era creyente y criaba a sus hijos en la fe en Dios y en Jesucristo, a pesar de los comentarios desdeñosos de su marido.

Una Nochebuena en que estaba nevando, la esposa se disponía a llevar a los hijos al oficio navideño de la parroquia de la localidad agrícola donde vivían. Le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.

-¡Qué tonterías! -arguyó-. ¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la Tierra adoptando la forma de hombre? ¡Qué ridiculez!
Los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.

Un rato después, los vientos empezaron a soplar con mayor intensidad y se desató una ventisca. Observando por la ventana, todo lo que aquel hombre veía era una cegadora tormenta de nieve. Y decidió relajarse sentado ante la chimenea.

Al cabo de un rato, oyó un gran golpe; algo había golpeado la ventana. Luego, oyó un segundo golpe fuerte. Miró hacia afuera, pero no logró ver a más de unos pocos metros de distancia. Cuando empezó a amainar la nevada, se aventuró a salir para averiguar qué había golpeado la ventana. En un campo cercano descubrió una bandada de gansos salvajes. Por lo visto iban camino al sur para pasar allí el invierno, y se vieron sorprendidos por la tormenta de nieve y no pudieron seguir. Perdidos, terminaron en aquella finca sin alimento ni abrigo. Daban aletazos y volaban bajo en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El agricultor dedujo que un par de aquellas aves habían chocado con su ventana.

Sintió lástima de los gansos y quiso ayudarlos.
-Sería ideal que se quedaran en el granero -pensó-. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta. 
Dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par. Luego, observó y aguardó, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear dando vueltas. No parecía que se hubieran dado cuenta siquiera de la existencia del granero y de lo que podría significar en sus circunstancias. El hombre intentó llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más.
Entró a la casa y salió con algo de pan. Lo fue partiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron.

El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero. Lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero, donde estarían abrigados y seguros.

-¿Por qué no me seguirán? -exclamó- ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?
Reflexionando por unos instantes, cayó en la cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano.

-Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos -dijo pensando en voz alta.
Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entró al establo, agarró un ganso doméstico de su propiedad y lo llevó en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes. A continuación, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedó en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacía unos instantes aún le resonaban en la cabeza:
-Si yo fuera uno de ellos, ¡entonces sí que podría salvarlos!

Reflexionó luego en lo que le había dicho a su mujer aquel día:
-¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Qué ridiculez!

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Diríase que nosotros éramos como aquellos gansos: estábamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios hizo que Su Hijo se volviera como nosotros a fin de indicarnos el camino y, por consiguiente, salvarnos. El agricultor llegó a la conclusión de que ese había sido ni más ni menos el objeto de la Natividad.
Cuando amainaron los vientos y cesó la cegadora nevada, su alma quedó en quietud y meditó en tan maravillosa idea. De pronto comprendió el sentido de la Navidad y por qué había venido Cristo a la Tierra. Junto con aquella tormenta pasajera, se disiparon años de incredulidad. Hincándose de rodillas en la nieve, elevó su primera plegaria: "¡Gracias, Señor, por venir en forma humana a sacarme de la tormenta!"

JORNADAS EN TORNO A LA NAVIDAD

Durante dos sábados consecutivos la "Asociación de la Pastorada de Robledo y San Juan Bautista" ha  organizado en la iglesia parroquial de Robledo de Torío unas jornadas de reflexión en torno a la Navidad. 
Este año no se representaba la Pastorada Tradicional, cuyos textos tienen siglos de antigüedad, así que los miembros de la asociación decidieron organizar unas jornadas de reflexión religiosa sobre el sentido de la Navidad. De esta manera buscaron ayudar a los asociados, y a todos, a ahondar en este misterio cristiano.
El primer sábado el ponente fue el mismo párroco de Robledo, Rubén García, con el tema "La Palabra se hace carne", en el que intentó reflexionar sobre el sentido de la Navidad desde el enigmático comienzo del evangelio según san Juan, que habla de Jesús como la Palabra que se encarna.

El sábado siguiente, 19 de diciembre, el ponente fue D. Jesús García Recio, gran erudito y divulgador de la Biblia, con el tema "Los relatos bíblicos del Nacimiento". El director del Instituto Bíblico y Oriental, que imparte formación sobre el mundo bíblico y del Oriente, se inspiró en la idea de la hospitalidad para invitarnos, después de un magnífico recorrido bíblico desde el Antiguo Testamento, a acoger esta Navidad a Dios en nuestras vidas. 


martes, 15 de diciembre de 2015

ENCUENTRO COROS PARROQUIALES

El pasado viernes 12 de diciembre, nos encontramos 34 miembros de los coros parroquiales de nuestra Unidad Pastoral para celebrar una cena de fraternidad. La celebramos en Villanueva del Árbol. 
Sirvió para convivir, estrechar lazos entre nosotros y animarnos en la bonita misión de ayudar a nuestros hermanos a celebrar la eucaristía cada domingo.




domingo, 6 de diciembre de 2015

MERCADILLO SOLIDARIO CARITAS INTERPARROQUIAL


DEL 9 AL 13 DE DICIEMBRE
DE 11 A 14 HORAS (MAÑANAS) Y DE 17 A 20:30 HORAS (TARDES)




EN LA CASA DE CULTURA DE VILLAOBISPO
ARTESANÍAS NAVIDEÑAS Y MUCHO MÁS
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EVANGELIO Y COMENTARIO Domingo 2º de Adviento


Lucas tiene interés en precisar con detalle los nombres de los personajes que controlan en aquel momento las diferentes esferas del poder político y religioso. Ellos son quienes lo planifican y dirigen todo. Sin embargo, el acontecimiento decisivo de Jesucristo se prepara y acontece fuera de su ámbito de influencia y poder, sin que ellos se enteren ni decidan nada.

Así aparece siempre lo esencial en el mundo y en nuestras vidas. Así penetra en la historia humana la gracia y la salvación de Dios. Lo esencial no está en manos de los poderosos. Lucas dice escuetamente que «la Palabra de Dios vino sobre Juan en el desierto», no en la Roma imperial ni en el recinto sagrado del Templo de Jerusalén.

En ninguna parte se puede escuchar mejor que en el desierto la llamada de Dios a cambiar el mundo. El desierto es el territorio de la verdad. El lugar donde se vive de lo esencial. No hay sitio para lo superfluo. No se puede vivir acumulando cosas sin necesidad. No es posible el lujo ni la ostentación. Lo decisivo es buscar el camino acertado para orientar la vida.

Por eso, algunos profetas añoraban tanto el desierto, símbolo de una vida más sencilla y mejor enraizada en lo esencial, una vida todavía sin distorsionar por tantas infidelidades a Dios y tantas injusticias con el pueblo. En este marco del desierto, el Bautista anuncia el símbolo grandioso del «Bautismo», punto de partida de conversión, purificación, perdón e inicio de vida nueva.

¿Cómo responder hoy a esta llamada? El Bautista lo resume en una imagen tomada de Isaías: «Preparad el camino del Señor». Nuestras vidas están sembradas de obstáculos y resistencias que impiden o dificultan la llegada de Dios a nuestros corazones y comunidades, a nuestra Iglesia y a nuestro mundo. Dios está siempre cerca. Somos nosotros los que hemos de abrir caminos para acogerlo encarnado en Jesús.

Las imágenes de Isaías invitan a compromisos muy básicos y fundamentales: cuidar mejor lo esencial sin distraernos en lo secundario; rectificar lo que hemos ido deformando entre todos; enderezar caminos torcidos; afrontar la verdad real de nuestras vidas para recuperar un talante de conversión. Hemos de cuidar bien los bautizos de nuestros niños, pero lo que necesitamos todos es un «bautismo de conversión»."

José Antonio Pagola.


EVANGELIO San Lucas 3, 1-6

 "En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: «Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios»."

jueves, 3 de diciembre de 2015

CARTA AÑO DE LA MISERICORDIA

SE ABRE LA PUERTA DE LA MISERICORDIA

Queridos diocesanos: 

Con el domingo I de Adviento, el pasado día 29 de noviembre, hemos estrenado un nuevo año litúrgico consistente, como sabéis, en el sagrado recuerdo y celebración del misterio de Jesucristo y de su obra de salvación siguiendo la sabia pedagogía de la Iglesia que nos va guiando a través de la historia en la sucesión de los tiempos, de los domingos, de las fiestas y de otras conmemoraciones. Cada año litúrgico representa una nueva oportunidad de gracia y de salvación en nuestra vida y en el camino histórico de nuestra comunidad diocesana. La primera etapa del año litúrgico está marcada, pues, por la esperanza, la virtud característica del Adviento, con la mirada puesta en la renovada venida del Señor en su palabra, en la liturgia y en nuestro quehacer cotidiano, evocando su primera llegada hace más de dos mil años y sabiendo que volverá también al final de la historia para recoger el fruto de nuestra cooperación a su obra de salvación. 

Pero esta vez el Adviento y, con él, todo el año litúrgico se hacen más vivos e intensos al inaugurarse, por deseo del papa Francisco, el Año Jubilar de la Misericordia. Su convocatoria, fue anunciada el 13 de marzo pasado, en el segundo aniversario de la elección del actual obispo de Roma, durante la homilía de la celebración penitencial con la que el Santo Padre dio inicio a las 24 horas para el Señor a fin de promover en todo el mundo la celebración del sacramento de la Reconciliación. La referencia específica de este año jubilar ha sido tomada de la carta de San Pablo a los Efesios: “Dios rico en misericordia” (Ef 2, 4). Estas fueron las palabras del papa: “Estamos viviendo el tiempo de la misericordia. Éste es el tiempo de la misericordia. Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es tan importante que todos los fieles la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante!”

El momento ha llegado. En la tarde del 13 de diciembre, domingo III de Adviento, como ya se ha dicho, nos reuniremos a las 5 de la tarde en la catedral para acudir en procesión penitencial hasta la Basílica de San Isidoro y abrir allí su "Puerta santa del Perdón", que solamente se abre en los años santos y que será para nosotros la simbólica “Puerta de la Misericordia” de este año, para que entremos alegres y confiados en el amor misericordioso de Dios. Pero quiero dejar claro que no es la puerta única que se puede atravesar. También nuestra Santa Iglesia Catedral y la Basílica de la Virgen del Camino son espacios privilegiados para realizar la peregrinación jubilar. El papa ha dicho también que se obtiene la indulgencia practicando una o varias de las obras de misericordia corporales o espirituales. Los enfermos y personas impedidas no necesitan salir de casa para obtener la indulgencia. Lo decisivo, en todos los casos, es recibir debidamente los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión. 

Pero la puerta es un símbolo muy significativo: atravesarla supone dejar fuera el lastre de nuestras miserias y pecados y acogernos arrepentidos a la misericordia del Padre celestial que nos espera para volcar sobre nosotros su inmensa ternura y compasión. Por eso os invito a todos los que podáis, a participar en la celebración anunciada. El propio Santo Padre abrirá simbólicamente, ese mismo día, la puerta de la catedral de Roma, San Juan de Letrán, como abrirá también, el 8 de diciembre, L aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II, la de la Basílica de San Pedro. 

Entremos, pues, queridos fieles, por esa puerta recordando que nuestro Redentor se presentó, él mismo, como la verdadera puerta para los que "somos su pueblo y ovejas de su rebaño" (Sal 99; cf. Jn 10,7). Vayamos jubilosos al encuentro del Señor. Nos anima también la Santísima Virgen María, Reina y Madre de Misericordia. A ella confío el fruto espiritual de este Año Santo.

+ Julián, Obispo de León

GRUPO LECTURA CREYENTE DE LA BIBLIA

Ayer, como cada miércoles, cada quince días, nos reuníamos el grupo de Lectura Creyente de la Biblia en Villaobispo. Este año, como en el resto de grupos de la diócesis, estamos conociendo las Cartas de San Pablo. hemos comenzado por la que escribió a los cristianos de Tesalónica, que resulta ser el escrito más antiguo del Nuevo Testamento.
Aún nos falta mucho para dar a la Palabra de Dios el lugar que se merece en nuestras vidas como luz, alimento y guía, pero el grupo bíblico nos ayuda a conocerla y quererla más, confrontando nuestras vidas con ella. 
La impresión de todas es que salimos reconfortadas y animadas de nuestro encuentro con la Palabra ¡Os animamos a tod@s a acudir siempre que queráis!


TERCER DOMINGO DE PASCUA (B)

              VOSOTROS SOIS TESTIGOS COMENTARIO  A LAS LECTURAS DE LA MISA Continuamos adelante en el camino alegre del tiempo pascual....